Después de un largo periodo convaleciente a causa de una enfermedad, María Rosa falleció en la madrugada del 17 de abril, después de celebrar el segundo domingo de Pascua, el Domingo de la Misericordia.
En los últimos meses he tenido la gracia de poder atenderla
con los auxilios sacramentales y la verdad es que no salgo de mi asombro al
constatar la paz con que ha vivido el lento y
doloroso proceso de su enfermedad. Para mí ha sido un ejemplo de total abandono
y confianza en Dios. Al lado de su fragilidad física pude atisbar una gran
fortaleza interior. En sus momentos de mayor debilidad, me impactó comprobar su
salud espiritual, firme y entera. La comunión diaria era su alimento. No le
preocupaba saber que tenía que morir; lo tenía muy claro y abrazaba su situación
con total serenidad. Sólo quería salvar su alma y recibir cada día a Jesús
sacramentado. Esto le daba una fuerza insólita y la preparaba para el encuentro
definitivo con el Señor. Suave como los pétalos de una rosa, pero fuerte como
un roble, esta mujer extraordinaria ha culminado una hermosa vida de entrega
vocacional.
María Rosa nació el 21 de abril de 1938. Era la mayor de
ocho hermanos, en el seno de una familia hondamente cristiana. Desde muy joven
conoció el Opus Dei y en el año 1959 firmó su incorporación a la Obra como
agregada. Llevaba a Cristo insertado en su corazón y durante el último periodo
de su vida, tomándolo en comunión diaria, se fue acercando cada vez más a él.
Percibí una paz inmensa en su interior; no le importaba el tiempo que pudiera
pasar, ni el sufrimiento y el malestar que le ocasionaba la enfermedad. Quería
llegar limpia y preparada al cielo y ofreció este largo camino a Jesús,
sumándose a su pasión.
Durante su agonía, no dejaba de estar atenta a sus
compañeras; su energía espiritual era inagotable. Se desveló por los demás hasta
el último momento. Cuando ya estaba a punto de deslizarse hacia el cielo, entre
aquí y allá, aún seguía dando recados.
A lo largo de mi vida sacerdotal he podido atender
religiosamente a muchos enfermos en situaciones límite. Para mí, María Rosa ha
sido un ejemplo a seguir. Dios me ha permitido encontrarme con esta joya
espiritual: una vida intensa, volcada a Dios hasta el último aliento.
Una vida de entrega apasionada
He tenido la oportunidad de leer su libro de memorias: Atreverse
con lo imposible. El título merece una explicación. Recoge la apasionante
aventura de una vida entregada. Siempre en la brecha, con el firme propósito de
ser fiel a su vocación, la energía de María Rosa no venía sólo de su
temperamento tenaz y conciliador, sino de sus profundas convicciones
religiosas. Su creatividad arrolladora no dejaba a nadie indiferente. Tenía una
enorme capacidad de trabajo y sabía que la profesionalidad y la seriedad
formaban parte intrínseca de la espiritualidad de la Obra: como tanto insistía
su fundador, el trabajo es un medio de
santificación en el mundo.
María Rosa supo responder a las diferentes tareas que se le
encomendaron como formadora, gestora y promotora de varios centros de formación
ocupacional que llegarían a ser referentes en Barcelona. Se volcó en estos
proyectos de promoción de la mujer. Junto con sus compañeras, lo dio todo para
favorecer que muchas jóvenes pudieran formarse e insertarse en el mundo
laboral. Además, fue la organizadora de numerosos eventos culturales y
artísticos y también ejerció como periodista, responsable de comunicación y de contacto
con los medios. Su testimonio de fidelidad y entrega impactaba a cuantos la
conocían. El celo apostólico formaba parte de su vida y ha dado sus frutos.
Para muchas personas, María Rosa fue clave en su crecimiento espiritual.
Amante de la música, la literatura, el arte, el montañismo y
experta en cine, ya siendo mayor, se ocupó de otro apostolado: el cuidado y
atención a personas ancianas de la Obra. No se jubiló hasta que las fuerzas le
fallaron por causa de su enfermedad. Entonces tuvo que dejarse cuidar. Con
todo, siguió preocupándose por sus compañeras y jamás desfalleció en su fe.
San Josemaría Escrivá le transmitió su entusiasmo y en su
corazón brillaban los destellos de un testimonio vivo. María Rosa no sólo deja
un legado espiritual a sus compañeras de camino en la Obra. También ha dejado
huella en su entorno. La comunidad de San Félix, su parroquia, y yo, como
sacerdote, la recordaremos siempre.
5 comentarios:
Mis sinceras condolencias a la comunidad religiosa de Parroquia san Félix por el fallecimiento de Nuestra hermana en Cristo María Rosa, Pido a Dios Padre su descanso eterno, Amén
Muchas gracias D. Joaquín por darnos a conocer el testimonio de vida cristiana de Mª Rosa,
por la Misa de funeral que celebro y por sus desvelos para que tuviera siempre los sacramentos desde la Parroquia.
Su ejemplo, a buen seguro, nos ayudará a todos los feligreses de la Parroquia!
A buen seguro también nos alcanzará favores del Señor si se los pedimos.
Buen testimonio fuerte Experiencia
Que Dios la saque de penas y la lleve a. descansar.
Que bonito es, que nos recuerden de esa manera, Dios quiere que pasemos por el mundo haciendo el bien y dejando huellas de un bello testimonio , descanse en Paz
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