domingo, julio 31, 2011

San Félix, un testimonio de coraje sin límite

El santoral cristiano está lleno de almas que se han convertido en puntos nodales para nuestro crecimiento humano y espiritual. A todos, en la infancia, se nos pone un nombre para que conozcamos e imitemos a nuestro santo patrón. Así, este se convierte en un referente luminoso de nuestra vida. En la adolescencia, cuando somos confirmados, damos un paso hacia delante en nuestra adhesión a Jesús, el santo de todos los santos. En Él se han mirado los santos del calendario, tomándole como ejemplo en su deseo de vivir intensamente una amistad plena con Dios. El firmamento cristiano está lleno de estrellas con brillo propio que surcan las inmensidades del cielo. Es apasionante deslizarse por sus biografías, llenas de un amor hasta el límite, hasta llegar a entregar sus vidas por Aquel que los sedujo y los llamó a vivir una auténtica epopeya. Algunos experimentaron vivencias místicas con un profundo sentimiento de pertenencia a Dios, eje central de sus vidas.

Podría señalar varios que han tenido una especial relevancia en mi trayectoria sacerdotal: santa Cristina de Turín, san Francisco de Asís, san Pablo, san Ignacio de Loyola, santa Clara, san Agustín, san Felipe Neri, santa Teresa de Ávila, san Juan de la Cruz, santa Teresita de Lisieux, el Cura de Ars… Leer sus vidas me ha llevado a descubrir que cuando encuentras la perla preciosa del reino de Dios todo se relativiza, y eres capaz de dejarlo todo. Entonces inicias una apasionante aventura con Aquel que, desde siempre, nos va cortejando hasta el encuentro definitivo con él. Será entonces cuando podremos respirar su presencia las 24 horas del día, porque ya lo tenemos tan adentro que, como dice san Pablo, “ya no soy yo, sino Cristo quien vive en mí”. Ya ni siquiera nos importará perder la vida, porque Él es nuestra vida. Esto también les ocurre a muchos cristianos anónimos, que fruto de su compromiso, han emprendido un intenso camino apostólico en parroquias y movimientos.

¿Qué significa ser santo?

Dios nos quiere santos a todos. Ser santo es algo tan sencillo como ser amigos de Él y unirnos a la gran tarea de hacer cielo en nuestro mundo, anunciando su reino. Dios ha querido que en mi camino personal, al tomar posesión de la parroquia de San Félix, me encontrara con uno de tantos santos mártires, para que lo conociera, lo amara y aprendiera de él. Porque de todos los santos, pequeños o grandes, siempre podemos aprender algo y dejarnos interpelar por su amor ardiente hacia Jesús. San Félix fue capaz de dar su vida difundiendo con tenacidad la fe, sin vacilar ante las autoridades romanas. En esta festividad de san Félix Africano, ¿qué nos puede decir hoy, nuestro santo patrón? Muchas cosas. Pero señalaré sólo algunas.

—Su entusiasmo misionero. Fue un cristiano incansable en el anuncio del evangelio, con fuerza, valentía y coraje.
—Su amor fresco y sin límites, que lo llevó a entregar su vida.
—Su paz y su abandono en Dios en los momentos de fuerte persecución.
—Su fortaleza interior y su gallardía; no supo lo que era el miedo ni la doblez. Tras un rosario de duros tormentos se mantuvo firme y fiel, no renunció a su fe ni en las pruebas más duras.
—Es un auténtico ejemplo de que Dios estaba en su vida.
—Y, finalmente, la autenticidad de su vida cristiana. Uno sólo asume el martirio si vive la fe como un don de Dios y cuando, fruto de ese amor, descubre que la única vida que vale la pena es la vida de Dios.

Quizás esto sea una locura para muchos. Pero el cristiano convencido no conoce la angustia desesperada, porque confía en Dios. No vale la pena vivir sin Él, como diría san Pablo: “tanto si morimos como si vivimos, somos del Señor”. Nuestra vida le pertenece, porque nos creó y nos ama. Félix tenía la  certeza de que sin la fuerte presencia de Dios sería imposible aguantar tanto sufrimiento. Sólo un amor de enamorado podía llevarle a dar la vida por Aquel que tanto le amaba.
Podríamos decir que hoy, si estamos aquí, es porque la fuerza poderosa de su testimonio ha llegado hasta nuestros días y su sangre derramada es semilla de nuevos cristianos. Pese a estar perseguidos, aunque de forma menos violenta, Dios se merece nuestra entrega para que otras generaciones puedan descubrir, vivir y amar como aquellos santos que han configurado nuestra historia cristiana.

domingo, julio 10, 2011

Evangelizar en las redes sociales

Navegando por Internet, podemos comprobar cómo el arte de seducir se manifiesta en diferentes páginas, blogs, y otros espacios que buscan vender o atraer visitas. Pero también he quedado sobrecogido al ver la violencia que impregna toda la Red. No me refiero sólo al ensañamiento de ciertos juegos cibernéticos. Con tristeza constato una desproporcionada violencia en foros y espacios de diálogo que desprenden tanta o más agresividad que aquellos juegos de extremada violencia.

La red, campo de batalla

Uno puede entender que es lógico que grupos de ideas diametralmente opuestas entren en un juego donde el respeto debería marcar la línea roja que ponga límite a la beligerancia. Se puede pensar diferente y no renunciar a los principios propios; es natural que uno se mantenga en aquello que piensa y cree. Pero esto no justifica de ninguna manera los hachazos verbales, los ataques y las calumnias a otros por el solo hecho de ser y pensar diferente respecto a un tema. Me entristece comprobar que hemos convertido el espacio virtual en otro campo de batalla, ya que no por ser virtuales esos enfrentamientos son menos reales. Tanto odio pone de manifiesto la cantidad de personas que utilizan Internet para canalizar sus celos, envidias, frustraciones y un terrible egoísmo. Amparadas por la distancia y el anonimato, son incapaces de respetar a los demás, y utilizan la Red para destrozar la dignidad y la fama de otros, sin conocerles siguiera ni darles una oportunidad para defenderse. Muchos son capaces de hacer seudo periodismo sin tener en cuenta la más mínima rigurosidad y respeto a la veracidad. Por la Red se inventa y se llega a mentir compulsivamente, difundiendo estas calumnias de forma indiscriminada. El ciberespacio se convierte así en un lugar donde el alma se pierde y la identidad humana se desvanece. Nos quejamos de las atrocidades de la guerra, pero lanzamos críticas como misiles teledirigidos que impactan sobre los demás, hiriendo su sagrada dignidad y su reputación.

Los sitios cristianos, ¿entran en el juego?

Y lo más preocupante no es sólo que se enfrenten diferentes líneas editoriales, canales de TV, emisoras de radio o periódicos digitales. En estos medios, lógicamente, se producen enfrentamientos en el campo político y económico ―entre izquierda y derecha, nacionalista e independentista, progresista y conservador... Lo realmente preocupante, para mí, es que lo mismo está sucediendo en blogs y foros cristianos y católicos. No salgo de mi perplejidad cuando veo la cantidad de tinta virtual que corre entre ciertos blogs atacando a las instituciones religiosas o a las autoridades eclesiásticas diocesanas. Arremeten contra aquellos que no son clones de su pensamiento; sus promotores atacan sin piedad a otros sacerdotes de su misma fe, y que sólo por vivirla de forma diferente han de pasar por sus guillotinas. ¡Y nos asustamos cuando oímos hablar de las cruzadas, y del fundamentalismo!
La talibanización de la fe va contra el núcleo del evangelio. La actitud farisaica de los administradores de estos blogs, el creerse mejores, más puros y libres de pecado, separados de aquellos a quienes consideran indignos, los lleva a incendiar el ciberespacio con falsas acusaciones, mentiras e invenciones de todo tipo. Y esto los aleja del Dios de Jesús y en cambio los acerca a un Dios pagano, que esclaviza y somete a sus vasallos como un emperador romano. Parece que abogan por una religión que prima los ritos y la sumisión por encima del espíritu. En definitiva, una religiosidad muy parecida a los cultos paganos y, casi diría, ateos. Cuán lejos está todo esto de la fe que nos acerca a la belleza y al amor de Dios, que va al encuentro de su criatura para servirla y amarla.

Sólo desde el amor y la libertad

El profetismo judío utiliza palabras seductoras y poéticas para expresar ese amor de Dios al pueblo de Israel. Nunca será posible conquistar, enamorar y convertir al otro si no se hace desde el amor, la libertad y el respeto. Nadie podrá convertir un solo corazón para Dios si ejerce de verdugo con los que son diferentes a él. Hemos de aceptar y entender que la fe es un don de Dios. Ya no estamos en tiempos de las cruzadas, ni tenemos que esgrimir la espada para convertir a los infieles. No podemos utilizar a Dios para hacer proselitismo y barrer para nuestra causa, creyendo que tenemos la exclusiva de la verdad. Es muy peligroso, porque podemos estar cayendo en la ideologización autoritaria de la fe. Si Cristo, el Hijo de Dios, no pudo convertir a todo el mundo desde la cruz, ¿quiénes somos nosotros? ¿Qué petulancia es esa de creer que lo haremos aún mejor que Él? Este endiosamiento humano es lo que más se parece a la enfermedad del poder, la megalomanía, que aqueja a la humanidad y provoca millones de muertes. Algunos han creído que son dioses, y así es como han nacido los regímenes totalitarios, auténticas máquinas de matar.
Los cristianos no podemos banalizar el nombre de Dios ni utilizarlo como arma para imponer nuestra opinión. Pero ciertos grupos lo usan para ejercer una influencia y ganar adeptos que sean capaces de sacrificarse, no por Dios, sino por su propia causa, ideológica o religiosa.
Seducir con ternura es el único medio evangelizador, no para arrastrar a la gente a tu causa, sino para acercarla, desde su sagrada libertad, al corazón de Dios. Sólo así se estará haciendo un buen trabajo pastoral, donde lo importante no somos nosotros, sino el encuentro de la persona con Dios. Fruto de este encuentro, desde el carisma que Dios da a cada cual, se podrá esparcir su mensaje con una vocación específica. Y de esta manera, el Reino de Dios es posible.

Renunciar al poder

Sólo si renunciamos a toda forma de poder, incluyendo el poder religioso, podremos ser buenos misioneros. El poder es tan sutil, que como no nos demos cuenta, se convierte en un cáncer que pronto se propaga y hace metástasis hasta pudrir el alma, haciéndola presa del Maligno.  Jesús dijo: no juzgues y no serás juzgado. De la misma manera que trates a los demás, así se te tratará. Perdonad y seréis perdonados. Cuando caemos en el orgullo acabamos idolatrando nuestro ego. En cambio, si apostamos por la humildad, nos alejamos del veneno del poder y de la dictadura de las ideas. Jesús es el amigo que te llevará al Padre. Ni la doctrina, ni la teología, ni la tradición, te llevarán a Él si antes no renuncias al poder.
No olvidemos que la muerte de Jesús fue instigada por motivos religiosos, a los que se sumaron otras razones. La clave para entender la tragedia que lo llevó a la muerte es que Jesús nunca renunció a su libertad, a su diferencia y a su estilo alejado de toda violencia. No renunció a su visión y a su concepción sobre Dios, que iba mucho más allá de las creencias y preceptos judíos. Prefirió asumir la muerte que renunciar a su íntima y personal forma de relacionarse con Dios.
Jesús es el ejemplo de la santa libertad del cristiano. Dios es nuestra máxima libertad, aunque esto choque y suene políticamente incorrecto. La teología de Benedicto XVI se aleja radicalmente del pensamiento único y aboga por la comunicación en la diferencia. Esto lo vemos en su labor incesante por fomentar el ecumenismo, propiciando encuentros con los diferentes líderes religiosos musulmanes y judíos, así como por su deseo de mantener vivo el espíritu de Asís, que inició su predecesor Juan Pablo II. 
En diferentes alocuciones, el Santo Padre ha manifestado con insistencia la necesidad de utilizar las redes sociales como nuevos areópagos de evangelización. Ojala que los blogs, facebooks y webs cristianos se conviertan en verdaderos instrumentos al servicio de la que Pablo VI llamó civilización del amor. Hagamos frente al ciber-odio que impera en la Red y convirtamos el espacio virtual en una ciber-civilización del amor.

domingo, junio 26, 2011

La dimensión social de la Eucaristía

Hoy, en esta festividad del Corpus, día de la caridad, quiero compartir con vosotros una reflexión sobre la economía parroquial y de la Iglesia en general.
La pobreza ha sido una preocupación de la Iglesia desde los orígenes. En los Hechos de los Apóstoles queda claramente manifiesta la inquietud de los apóstoles por las viudas y los huérfanos. Las primeras comunidades se organizaban y hacían colectas para ayudar a los pobres y sufragar los gastos de los apóstoles en sus misiones. La caridad siempre ha ido íntimamente ligada a la evangelización.
A lo largo de los siglos, la Iglesia ha hecho verdaderos esfuerzos por paliar las angustias del ser humano, desde la pobreza hasta la soledad más absoluta. Y ha dado respuestas desde la sanidad, la educación y la cultura. En los países más pobres, la Iglesia realiza una labor misionera y de desarrollo, luchando contra las consecuencias de las guerras y las hambrunas. El desafío de la Iglesia, especialmente a través de Cáritas y de otras instituciones, es responder con dulzura, calor y eficacia ante el sufrimiento de tantas personas desesperadas. Cumplir el mandamiento del amor es vital para que la Iglesia lleve a cabo su misión.
La Iglesia necesita infraestructuras que le permitan ejercer su tarea evangelizadora y caritativa. No se podría realizar esta labor sin escuelas, centros de acogida, comedores, hospitales… todo esto sería imposible sin la generosidad del corazón humano. Por eso hoy, día del Corpus Christi, Día de la Caridad, las colectas parroquiales se destinan a la labor social de Cáritas.
La parroquia es también una porción del pueblo de Dios. En ella celebramos nuestra fe, nos alimentamos de Cristo en la eucaristía, vivimos la fraternidad. Por eso, cada uno de nosotros es co-responsable de la misión del cristiano: el ejercicio de la caridad.
Una llamada a la generosidad
En la parroquia vivimos una maravillosa experiencia: recibimos al mismo Jesús, centro de nuestra vida. Si él no nos mueve ni nos conmueve, y no despierta nuestra generosidad, es que quizás tengamos dormida la fe. Quizás venimos a misa por rutina, porque toca, porque es una obligación moral, porque nuestra cultura nos ha acostumbrado… Entendemos la misa como un precepto obligatorio, o quizás venimos por miedo a que Dios pueda enfadarse y castigarnos. Sólo si entendemos que la misa es una invitación que Jesús hace a sus amigos, entraremos en la auténtica órbita del misterio eucarístico.
Dios nos ha dado tanto a través de Jesús y de su Iglesia, que no podemos regatear ante él. Yo quisiera que cada cual reflexionara. ¿Cómo respondemos ante tanta gracia, ante tanto don? ¿Soy lo suficientemente generoso con Dios en el ejercicio de mi limosna? ¿Estoy contribuyendo a cubrir las necesidades de la parroquia en todo su despliegue pastoral, de caridad, de mantenimiento y gastos ordinarios para su buen funcionamiento? ¿O nos cuesta ayudar, porque sobrevaloramos el dinero y nos excusamos en nuestras muchas necesidades?
Si sentimos la parroquia como nuestra, nos será más fácil contribuir con un pequeño porcentaje de nuestros ingresos. Pensemos en el diezmo judío, o en la limosna de los musulmanes; para ellos es algo natural apartar una parte de sus bienes como un gasto ordinario de su presupuesto, para contribuir a su fe. Si ellos son capaces de hacerlo, ¡cómo no los cristianos! Ojalá cada uno de nosotros se sienta comprometido con su parroquia y la ayude generosamente. Dios bendecirá este esfuerzo.

domingo, junio 12, 2011

Jesús, el amigo siempre presente

Como cada año, desde los grupos de Adoración Nocturna de todas las diócesis españolas, se han organizado las cuarenta horas de exposición del Santísimo en las diferentes parroquias, con una buena participación de los feligreses. En la parroquia de san Félix, ha sido responsable de la organización el grupo número 9, llamado de San Francisco de Borja.
Contemplando el misterio del sacramento de la Eucaristía, sentía que me invadía una presencia, por un lado discreta, pero por otro lado penetrante, hasta envolverme en un ambiente casi celestial. El incienso, los cánticos, las oraciones, como signos de un amor intenso a Cristo en la custodia; las voces, recias y armoniosas, iban tejiendo bellas melodías entorno a esa presencia silenciosa que resonaba en el corazón, como una música divina.
Ante la Hostia expuesta, me sentí pequeño y poco merecedor de tanto derroche, de tanta inmensidad de amor. Mi corazón rebosaba recordando el gesto sublime de entrega de Cristo, hasta darse sacramentado y quedarse con nosotros para siempre en el pan eucarístico. Qué poca cosa somos los cristianos, testigos de una gesta suprema de amor.
Jesús se nos ha dado. Cumple con su deseo de no dejar huérfanos a sus discípulos. “Yo estaré con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo”. ¿Somos conscientes de este regalo? ¿Somos capaces de calibrar la hondura de sus palabras? Deberían arder en nuestro corazón, despertando una inmensa gratitud por tanto don recibido. Y recordé a san Felipe Neri, que no le pedía a Dios otra cosa que acrecentara su capacidad de amor, para amarle con mayor intensidad. De él se explica que, tanto amó, que los músculos de su corazón se dilataron hasta deformar y romper algunas costillas. Tanto vibraba que el corazón casi se le salía del pecho. ¡Qué pasión tan desbordante y entusiasmante! Felipe sentía ese amor como hoy lo podemos sentir nosotros.
Los adoradores nocturnos nos recuerdan que Cristo ha de estar en el centro de nuestra vida, y que Él ha de empapar todo aquello que somos, hacemos y vivimos. Si no fuera así, algo sustancial estaría fallando en nosotros. Nunca olvidemos que, aunque callada, su presencia en el Sagrario es real y que Él, en todo momento, nos está esperando para regalar el calor de su amor a nuestro corazón dormido o despistado. Jesús es el amigo que siempre está ahí, esperando que no le fallemos.
Los cristianos tendríamos que estar tan agradecidos que nos convirtiéramos en custodias andantes; que aprendiéramos a amar a la manera de Jesús; que nos convirtiéramos en eucaristía, a imitación de Jesús; que nuestra vida fuera una vocación al servicio de los demás.
Sólo así estaremos respondiendo al regalo de su eterna presencia. La Eucaristía es el momento cumbre de la historia de amor de Dios con la humanidad, encarnada en Jesús y en cada hombre que se ha dejado seducir por su dulce y cálida mirada.
Cada cristiano forma parte de la historia de Dios en Jesús. Seamos conscientes de que esta historia se convierte en meta historia porque vivir aquí esta experiencia espiritual nos lanza más allá del espacio cósmico. La fuerza del amor de Dios es tan grande que atrae hasta su propio corazón, que no cesará de latir hasta que no tenga en sus brazos a toda la humanidad. No dejará de conquistarnos hasta que todos reconozcamos que su último anhelo es la felicidad espiritual de cada criatura y hasta que vivamos para siempre la cercanía de su amor ilimitado.
Demos gracias a Dios por Jesucristo, porque para los creyentes es la única razón de nuestra existencia, llamada a vivir plenamente la vocación del amor.

viernes, abril 22, 2011

Una hora contigo

Hoy, en esta Hora Santa, ante ti presente en el sagrario, venimos a decirte que estamos contigo, acompañándote en estos momentos cruciales que recordamos en la liturgia de hoy. En silencio y compungidos ante la agonía de Getsemaní, queremos ser como aquel ángel que te confortaba en los momentos de dolor, tan próximos a tu muerte. Queremos ser lienzo que seque el sudor que empapa tu frente y bálsamo de ternura que alivie tu corazón sufriente. Pero, sobre todo, queremos convertirnos en refugio donde puedas descansar, como en los brazos de tu Padre. No queremos que te sientas solo, angustiado, desconcertado. Te pedimos que tu corazón misericordioso perdone todo aquello que, en nosotros, hace sufrir a los demás, todos nuestros egoísmos que agravan tu agonía. Restaura nuestro corazón resquebrajado y dolido, sólo tú puedes convertir nuestro corazón de piedra en un corazón de carne que se parezca al tuyo.
Hoy, en esta noche santa, previa a la traición de uno de los tuyos, danos el valor para que jamás traicionemos a nadie. Queremos ser tus amigos hasta el fin de nuestros días, fieles a la generosidad infinita de tu amor.
Queremos ser aliento para ti, suave brisa que mitigue tu dolor; mano firme en tu cansancio, palabra consoladora en el día de tu soledad más terrible. Queremos ser oxígeno en tu angustia más profunda y, sobre todo, queremos rezar contigo, haciendo nuestro tu sufrimiento y, como tú, hacer nuestra la voluntad del Padre. Danos la confianza para no caer en la desesperación, por muchos sinsabores que pueda haber en nuestra vida. Ayúdanos a creer de verdad que nunca nos dejarás solos ni dejarás que caigamos en el abismo. Aunque tu presencia nos parezca a veces lejana y silenciosa, y sintamos vértigo ante tu aparente ausencia, que nunca dudemos que realmente estás ahí.
Hoy, en esta noche, queremos orar junto a ti ante el sagrario. Ayúdanos a convertir nuestro amor en un sacramento vivo de tu presencia en el mundo.

domingo, abril 17, 2011

La esperanza, oxígeno del alma

El hombre, en su constitución más genuina, quiere dar sentido a su vida y necesita motivos para la esperanza. Sin ella, se pierde en el laberinto de su propia existencia y muchas veces la llena de cosas que le alejan de la realidad. A veces la vida se presenta con tanta dureza que preferimos desviar nuestra atención de la complejidad de cada día por miedo a asumir nuestra propia miseria. Y nos lanzamos en una huida hacia delante, sin rumbo y sin referentes. Nuestra estructura mental crea realidades paralelas en las que nos perdemos, porque nos asusta mirarnos al espejo y aceptar con humildad nuestros límites, nuestros profundos agujeros existenciales; nos cuesta aceptar que nuestro pasado está lleno de lagunas y contradicciones. A veces queremos aparentar ser superhéroes y nos damos cuenta de que el pasado, la familia, nuestro entorno y nuestra propia psique han determinado una manera de ser que no nos queda más remedio que aceptar con humildad. No podemos renunciar a nuestra propia historia, por muy compleja que sea, ni rechazar aquello que nos ha hecho ser lo que somos. Sólo aceptándola evitaremos los resentimientos y ese buscar culpables, haciendo responsables a los demás de lo mal que nos ha ido en la vida.
Cuando uno llega a sincerarse con su propio corazón, es cuando empieza a aparecer en el horizonte de la vida una nueva razón que nos hará vivir de otra manera, con no menos problemas que antes, pero con la paz interior necesaria para asumir con valentía un nuevo reto que va más allá de la calma psicológica y emocional. Este coraje nos hace sentirnos dueños y conductores de nuestra vida, abrazando el pasado con humildad, abriéndonos al presente con sereno realismo, y proyectando el futuro con esperanza.
Así encontraremos nuevas razones para vivir plenamente esta vida única, apeándonos de la tristeza y la amargura, de la ambigüedad y del victimismo. A partir de aquí, todo cuanto uno sueña, anhela y desea puede ser alcanzado. El corazón enquistado vuelve a esponjarse porque ha decidido ser dueño de sí y de su libertad; porque ha sabido poner la distancia justa entre la historia del pasado y la realidad presente; porque ha sabido salir del encierro y liberarse de las ataduras del temor y de la amargura que lo envolvía. Podremos marcar un nuevo rumbo en nuestra vida y será entonces cuando habremos aprendido que podemos tener esperanza y motivos para levantarnos cada mañana sin que el día se nos haga tedioso y el tiempo transcurra lento y pesado. Y descubriremos que la razón de cada nuevo día está más allá de nosotros mismos. Está en las personas que nos rodean: familia, hijos, amigos, compañeros de trabajo, profesores, alumnos… Está en el trabajo hecho con entusiasmo, en el ocio compartido con aquellos que amas, en una buena lectura, un sosegado descanso… Pero, especialmente, la razón última que nos hace levantarnos cada mañana es el amor a los demás y el amor a Dios. Cuando el amor nos mueve, podremos decir que la esperanza deja de ser un reto para convertirse en una experiencia vital que nos colma de gozo. Cuando desde la esperanza se pasa al amor, el futuro se hace presente y lo esperado se hace real, aquí y ahora. El amor es la plenitud de la esperanza.

domingo, marzo 20, 2011

El reto de educar en la libertad

Del culto a la razón al laicismo materialista

El pensamiento de la Ilustración lleva al hombre a endiosarse aupado en la razón. El culto a la razón surge como reafirmación del hombre frente a las verdades absolutas. Podemos decir que aquí comienza a forjarse el desprecio hacia lo religioso y lo trascendente. Como consecuencia, el laicismo emergente está desplazando a Dios de la sociedad y reduciendo las manifestaciones de la fe al ámbito privado. Se quiere apartar a Dios de la esfera pública y, en algunos casos, se rechaza frontalmente el concepto de un Dios personal.
Movimientos, académicos e intelectuales han sido impregnados de este encumbramiento del hombre, que se erige en ser autónomo frente a Dios. Tanto ha calado que muchos gobiernos se alimentan de las ideas ilustradas, configurando sistemas políticos y de gestión que ignoran la dimensión religiosa de los ciudadanos, negándoles la expresión pública de su fe.
También este pensamiento ha calado en la ciudadanía. Muchas personas solo conciben la vida desde un punto de vista puramente material y reducen el saber a un método técnico-científico, rechazando toda variable que asuma una dimensión trascendente. Cuántas universidades han caído en la autosuficiencia de la razón, poniendo en el centro del saber al hombre despojado de su dimensión religiosa.
No sólo las instituciones políticas y académicas, sino también las educativas y empresariales conciben al hombre como una pieza del engranaje social, un número con funciones concretas, un objeto volcado al consumismo desenfrenado.

El riesgo de ideologizar la fe

Pero muchas facultades de teología europeas también han caído en la intelectualización de la fe, convirtiendo el corpus teológico en un sistema excesivamente racionalizado y asimilando a Jesús de Nazaret a sus ideas y conceptos filosóficos. No se puede estudiar la teología como una ciencia más. Nos remite a una experiencia personal tan intensa que invade todo el ser.
No digo que la formación teológica no sea necesaria. También es positivo ahondar en las grandes figuras de la historia de la teología, en especial los Padres de la Iglesia, que nos han dejado un saber extraordinariamente vivo. Pero la teología, como el magisterio, evoluciona y hemos de estar abiertos a los signos de los tiempos. La exégesis bíblica ha avanzado de una manera vertiginosa, aportando nuevos elementos de reflexión. Los que educamos en la fe tenemos ante nosotros una labor inmensa, y hemos de evitar caer en la ideologización de nuestra tarea pedagógica, en un culto excesivo a nuestras ideas. En ocasiones, corremos el riesgo de incurrir en el adoctrinamiento y sutilmente intentar imponer nuestras convicciones personales, nuestra cosmovisión política, filosófica y social. Cuidado. Estamos educando en la fe, y no en sistemas filosóficos. Y una parte fundamental de esta educación es la coherencia vital, la integridad y el respeto a la persona, a sus ideas y a su vulnerabilidad.

Jesús, en el centro de nuestra tarea educativa

La mejor manera de educar es que los otros vean que, más allá de lo que podemos explicar sobre cuestiones religiosas, lo que nos motiva no son tanto las ideas, sino una persona: Jesús de Nazaret. Él es el origen y meta de nuestra existencia y de todo cuanto hacemos.
En el centro de nuestra tarea educativa están Jesús y su experiencia de intimidad con Dios Padre. Teniendo esto claro depuraremos intenciones subliminales de culto al yo y a un saber disfrazado de intelectualidad. Cuando educamos, estamos transmitiendo no sólo un mensaje, sino una forma de vivir. ¿Cómo nos comportamos respecto de aquello que comunicamos? Será mucho más efectivo un testimonio vivo de nuestra fe que el mejor discurso que podamos pronunciar sobre Dios.
Nuestro amor a Jesús y a la Iglesia marcará la eficacia de nuestra labor educadora. Quizás hay tanta gente alejada de Dios porque los que decimos estar cerca no lo estamos tanto y no se ve en nosotros la fuerza testimonial necesaria para poderles interpelar. Finalmente, educar no es una reafirmación de nuestro discurso, ni llevar al otro a nuestro terreno para que asuma nuestra forma de entender el mundo. Educar en la fe es ayudarle, desde su libertad, y mostrarle que la felicidad radica en enamorarse apasionadamente de Jesús.

domingo, febrero 13, 2011

La osadía de soñar

Evidentemente, me refiero a soñar despierto, no dormido. Me refiero a la osadía de soñar con los ojos muy abiertos, sin doblegarse ante la realidad, por muy compleja y contradictoria que sea.
Ante las tribulaciones que sacuden a la sociedad, provocadas por la crisis económica, y ante un futuro incierto, puede parecer iluso creer que las cosas pueden cambiar. Puede parecer que se ignora la crudeza de tantas situaciones convulsas, desde un punto de vista político, económico y social.  O incluso se puede tachar al que sueña de romántico. Hoy, más allá de los análisis financieros y sociológicos, más allá de las medidas fiscales y de un estudio más o menos riguroso, hemos de reconocer que la coyuntura económica no cambiará si no somos capaces de trascender las frías estadísticas y las propuestas falaces que, presumiendo de ser alternativas serias, están lejísimos de responder a las necesidades reales de los ciudadanos.
La solución a la crisis pasa por generar otro paradigma que cree un nuevo orden social  y que erradique la corrupción política por un lado y, por otro, el capitalismo salvaje que bloquea el sistema económico. Esto requiere que la sociedad sea capaz de asumir una responsabilidad común. Está en nuestras manos desafiar con valentía unas estructuras que tienden a narcotizar nuestra vida para condicionar nuestra libertad de acción, haciéndonos caer en una apatía paralizante. Hemos de ser capaces de poner distancia ante la falsedad de tanta presión mediática que nos abruma con las reiteraciones exageradas y petulantes de políticos y analistas seudo científicos. Si no somos capaces de mantener esa distancia, cada vez será más difícil que el horizonte de la crisis se despeje. Porque más allá de los voluntarismos políticos, la sociedad ha de ser adulta, libre y responsable, protagonista de este nuevo momento histórico.
El futuro está en manos de la sociedad civil. Y no podemos delegar la gestión política de un país sin que sus gobernantes pasen por un profundo examen ético exigido por la sociedad. El cambio no está en manos de los políticos, ni siquiera de la élite que gobierna la macroeconomía mundial y los estados más potentes. Por muy complejo que pueda ser, la gran revolución que ha de llevarnos al cambio ha de ser una revolución interior de cada persona, que suponga un cambio radical, que signifique cuestionar nuestro propio discurso y nuestra cosmovisión de la realidad. Si somos capaces de recrear sobre las cenizas del desconcierto y nos lanzamos sin miedo a creer de verdad que es posible otro mundo, será porque antes hemos empezado a cambiar el mundo dentro de nosotros. No creer en esta certeza es paralizar nuestra capacidad de soñar despiertos. Sólo lo que se puede soñar se puede conseguir. Sólo si se sueña puede haber esperanza. Y sólo si vivimos sin desfallecer esta esperanza se convertirá en motor de acción, en cadena de transmisión que nos llevará al cambio que todos esperamos. Un cambio de conciencia social que puede convertirse en una rebelión ciudadana capaz de hacer tambalear las estructuras. La fuerza de la unión auténtica tiene tanta potencia que puede tirar abajo todas las murallas que quieren hacer sombra a nuestro sueño. Somos los únicos artífices del futuro que anhelamos.
Atrévete a soñar con los ojos del alma. Volarás, surcando la inmensidad del cielo, con la libertad de la gaviota que danza majestuosa por el aire. Volemos alto para ver con perspectiva y luego poder lanzarnos de lleno a la realidad más inmediata para mejorarla. ¡Tengamos la valentía de soñar!
Los cristianos tenemos muchas razones para soñar, pero sobre todo, la promesa de una tierra nueva y un cielo nuevo. El amor vence cualquier obstáculo, incluso el de la muerte. ¡Claro que podemos cambiar el mundo! Si nuestro sueño es oración viva, es tan potente que hará real cuanto deseemos.
¡Atrevámonos a lanzarnos a esta aventura! Dios está con nosotros en esta gran empresa.

lunes, febrero 07, 2011

Dios, entre la penumbra y la luz

El camino hacia ti mismo es el camino hacia la madurez. Iniciarlo es dar los primeros pasos desde tu propio misterio hacia un Misterio más profundo: Dios. Porque todo ser humano es una respuesta del misterio insondable de Dios. Comienza a ser consciente de ello en las complejas relaciones con los demás, que son reflejo de la propia realidad existencial. En este autoconocimiento, en el abrazo humilde de la existencia del otro, es cuando empieza a entreverse algo que nos ultrapasa.

Esta experiencia arroja luz a la propia vida y nos hace emprender un itinerario en el que muchos han alcanzado su plenitud humana. Así ha sido en muchos hombres y mujeres que han decidido, para siempre, poner a Dios en el centro de sus vidas. Son aquellos que, viviendo situaciones límites, han sido capaces de ver a Dios en el reverso de su historia. Lo han visto en días de tormentas y en días de reluciente sol; en un escenario devastador y en un estanque de aguas cristalinas; en una noche oscura y en un amanecer radiante; en un día lleno de angustia y en una jornada repleta de alegría; en el desconsuelo más desolador y en el abrazo de un amigo; en el vértigo de un profundo vacío interior y en la paz de un oasis; en el ritmo trepidante de la ciudad y en el silencio más absoluto del campo; en la lucha tenaz de cada día y en la calma de saber que se vive sobre una certeza que nos sobrepasa. En el sollozo y en el gozo. En el abandono desconcertante y en la serena compañía. En el abismo y en las alturas.

Cuando el hombre es capaz de vivir en esta aparente contradicción aprende a incorporarla a su vida, porque sabe bien que tiene una gran certeza teológica: Dios se ha encarnado hombre en Jesús de Nazaret y, en cuanto a hombre, ha vivido estas paradojas que no supusieron para él ningún desequilibrio ni fragmentación, ninguna ruptura interna. Vivió el entusiasmo y también el desencanto de su pueblo, sollozó ante la muerte del amigo; sufrió el rechazo y el dolor, físico y moral, tuvo experiencias humanas muy adversas. Pero en su conciencia de ser Hijo de Dios, se sentía íntimamente unido a su Padre y tenía puesta en él una confianza absoluta. Fue un hombre íntegro y entero que llevó al límite su libertad y su desapego. Nunca se vio atado por intereses que pusieran trabas a su misión: culminar el deseo de Dios en su vida

Cuando somos capaces de integrar los contrastes y mantenernos firmes en nuestras convicciones, sin que las dificultades nos rompan por dentro a pesar de vivir en una vorágine; cuando saquemos la fuerza cada día para no cansarnos de mirar al cielo, con los pies firmes sobre el sendero, es cuando habremos empezado a penetrar en el misterio de las entrañas del corazón de Dios. Y nuestro devenir será nuevo cada día, como es nuevo cada amanecer. Podríamos decir que es como vivir una experiencia mística de resurrección. Estamos aquí, en la tierra, pero con la semilla de eternidad muy adentro, porque ya hemos decidido vivir plenamente para Él. Entonces es cuando las palabras de San Pablo resonarán con fuerza en nosotros: “Ni alturas, ni profundidades, ni presente ni futuro, ni potestades ni criatura alguna, nada nos separará del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús…” (Rom 8, 35-38).

Hasta cuando creemos que nos falla el aire, si cerramos los ojos y nos serenamos, nos daremos cuenta de que continuamos respirando. Dios está ahí, en el mismo aire que nos penetra, en el oxígeno que nos alimenta. Y es que entre Dios y el hombre se produce una ósmosis que revela que, desde siempre, existimos íntimamente ligados a Aquel que nos ha creado y nos ha hecho sus hijos predilectos. Nos cuida, nos ama y nos seguirá amando, aquí y toda la eternidad.

domingo, enero 30, 2011

Caminando en busca de Dios

La pregunta por Dios es una cuestión antropológica y filosófica que ha marcado el devenir de la humanidad. Muchos se han quedado en un nivel teórico e intelectual; otros han decidido ir en su búsqueda; otros han optado por seguirle en la figura de Jesús.

¿Dónde encontrar a Dios?

Todo hombre, desde lo más hondo de su corazón, anhela encontrarse con aquel que trasciende su propia historia; aquel que es la fuerza motriz de la existencia; aquel que da sentido a la vida, aquel que sentimos que nos quiere. Anhela el encuentro con aquel que, en la noche más oscura, aún sin verle, está allí, apacible y constante como la presencia de un amigo. Aquel que, en la soledad más profunda, se hace más cercano. Aquel que quizás no hable al oído, pero que no deja de escuchar. Aquel que, cuando nos falta el aliento, hace brillar las estrellas en la noche más oscura, solo para vernos sonreír. Aquel que, en medio de la tristeza más profunda, nos da una razón para vibrar de nuevo. Aquel que, en el dolor más terrible, se convierte en bálsamo que mitiga el sufrimiento. Aquel que, cada mañana, nos hace mirar hacia el cielo y verlo todo con ojos nuevos. Aquel que hace llevadero el acontecimiento más difícil. Aquel que tal vez nos pueda parecer muy lejano, pero que tenemos al lado, discreto y presente. Aquel que buscamos fuera de nosotros y que, en realidad, está dentro. Tan adentro, que forma parte de nuestros músculos y de nuestra sangre.

Pero sólo cuando uno sale de sí mismo y se abre a los demás es cuando lo encuentra, porque el otro es la imagen de Dios y se convierte en espejo de uno mismo. Es entonces cuando realmente descubrimos el rostro de Dios. Es lo más íntimo y a la vez, nos sobrepasa. Todos somos parte de él y participamos de este misterio de lo lejano y lo cercano, lo finito y lo infinito, lo inabarcable y lo abarcable, lo grande y lo pequeño. Somos parte de su melodía y de su silencio, de su ternura y de su fortaleza. Buscándole, descubrimos que somos amados y concebidos como criatura suya. Y nos damos cuenta de que ha sido él quien ha salido a nuestro encuentro. Cuanto más lejos creíamos que estaba, más cerca teníamos su presencia, tan suave, a veces tan imperceptible, pero tan real como una brisa susurrante.

La historia del hombre en busca de sentido no es otra cosa que la historia de amor de un Dios apasionado por la humanidad. Cuando dejamos un hueco en nuestra alma, Dios puede entrar en ella como el viento y ya nunca más saldrá, porque allí ha encontrado su hogar. Él empezó la aventura, él propició el encuentro, sin cansarse jamás de seguirnos, atraernos, seducirnos. Sin cansarse de esperar, hasta en los momentos en que nos hemos apartado de él y hemos rechazado su nombre.

La historia de Dios con nosotros es la historia de una inagotable esperanza, de una incansable conquista de nuestro corazón. Cuando se produce el encuentro, ambos corazones laten al unísono y componen la más hermosa melodía: la del abrazo de Dios con su criatura. Esta es la meta última de Dios. Cuando el hombre emprende su búsqueda, Dios ya le ha encontrado.

Y es entonces cuando la pregunta por Dios deja de ser una cuestión intelectual y psicológica para convertirse en una vivencia. Ya no es necesaria la razón, porque la certeza se convierte en una experiencia mística que no necesita preguntarse nada, sino contemplar y gozar de su presencia desde el silencio más íntimo. La libertad del místico es dejarse atrapar por las manos de Dios, cuya razón de vivir es contemplar y amar a su criatura predilecta, la más bella entre toda la Creación. Esta es la dicha de Dios. Quien se siente mirado, amado y mecido por el amor de Dios, ha llegado a un oasis espiritual. Atisba la plenitud del cielo.

jueves, enero 06, 2011

Carta a los Magos de Oriente

Queridos Reyes Magos,
Tras un largo recorrido en busca de la verdad, la misteriosa estrella que iluminaba vuestras noches os llevó a Belén, a un establo donde yacía un bebé. En la mirada penetrante del niño y en su sonrisa inocente encontrasteis la respuesta a una larga búsqueda. Vosotros, que erais sabios y entendidos en astronomía, supisteis descubrir que en la humanidad de ese niño se escondía la clave del sentido último de vuestra existencia.
Supisteis arrodillaros ante la ternura de un niño. Toda la ciencia, toda la razón, os llevaron al umbral del misterio. El niño Dios os llevó a descubrir otra ciencia, la del amor. En aquel establo encontrasteis el fundamento y la razón de la única verdad. Vuestras vidas cambiaron para siempre.
Aquel niño culminó todas vuestras expectativas. Os encontrasteis cara a cara con el rostro de la humildad. Y esta os llevaría a adentraros más allá del ansia del saber. De científicos prestigiosos pasasteis a convertiros en sabios al encontraros con la humanidad de Dios.
En el misterio de Belén hallasteis la fuente de la sabiduría. Cuando un científico investiga y busca desde su humildad existencial, trasciende su saber y convierte su vida en un torrente de sabiduría. Cuando la filosofía y las ciencias ponen el amor en el centro de su búsqueda, rozan la trascendencia. Vosotros pasasteis de la metafísica al núcleo de la verdad revelada, que es la teología. Y, en definitiva, os encontrasteis con la encarnación del Hijo de Dios.
Vosotros recibisteis el mejor regalo, el secreto de toda ciencia, la Verdad con mayúscula. Quisiera pediros algunos regalos… pero, sobre todo, uno muy importante. Otros quizás os pidan regalos prácticos, utilitarios, lúdicos, tecnológicos… Yo quisiera pedir, para mi comunidad, tiempo, lucidez y serenidad.
Tiempo para contemplar lo que tenemos alrededor. Tiempo para sentir la emoción de un amanecer o contemplar un mar plateado, mientras las gaviotas surcan las nubes y descienden en picado sobre las olas; tiempo para la inspiración, la poesía, la belleza. Tiempo para dar gracias por la majestuosa luna que disipa la oscuridad de las noches. Tiempo para escuchar la melodía de la brisa y para admirar la armonía del universo. Tiempo para oler la fragancia de los campos y los bosques, que me hace sentir tan vivo.
Tiempo para acariciar las flores, para caminar descalzo y pisar la tierra que Dios nos da como regalo. Tiempo para admirar la creación, el hogar de todos, lugar privilegiado que podemos recrear con nuestras manos para nuestro disfrute.
Tiempo para detenerme y contemplar el juego de los niños, sus carreras, sus risas, su alegría, su vivacidad. Tiempo para escuchar apaciblemente a los ancianos, maestros de la vida. Tiempo para saborear la complicidad de un abrazo amigo. 
Tiempo para descansar, para el abandono; para reconocer, con humildad, que el mundo seguirá rodando sin nosotros el día que faltemos. Tiempo para la familia y para los amigos, que dan sentido a nuestra vida cada día. Tiempo para construir paz a nuestro alrededor.
Pido al Señor más tiempo para amar, para hacer cielo, para concebir una sociedad más justa y solidaria. Tiempo para la oración y para aprender a ponerme cara a cara ante Él y descubrir su empeño incansable en hacerme feliz.
Pero, sobre todo, pido tiempo para Dios, la razón última de mi existencia. Tiempo para los demás; tiempo para el amor de mi vida: Jesús, fundamento de mi sacerdocio.
Pido tiempo, también, para dejarme mecer en la calidez de María, madre de todos y, finalmente, tiempo para dejar que el Espíritu Santo susurre en mis oídos el plan apasionante que Dios tiene para mi vida.
Feliz fiesta de Reyes.

sábado, enero 01, 2011

Un año más para crecer

Cerramos un año y abrimos otro. Y, como cada año que dejamos, uno mira hacia atrás y se da cuenta del cúmulo de experiencias vividas. Los días se suceden, aportando siempre algo nuevo y diferente. Sumado todo, va enhebrando nuestra historia personal, familiar y social. Toda experiencia, por más dura que haya sido, no cabe duda que siempre nos plantea un reto para crecer y madurar humana y espiritualmente.

El hombre está llamado a mirar más allá de sí mismo, es decir, a vivir trascendiendo su propia historia. Por eso tanto la experiencia más dolorosa, como la más bella, añaden densidad a nuestra vida. Hasta lo negativo no es del todo malo si sabemos sacarle provecho. Porque lo más hermoso es saber que vives para alguien, que vives para Dios. Y eso produce una felicidad tan intensa, que incluso las experiencias más penosas, que rozan el abismo, acaban acercándote a Dios y a los demás. Y es que la oscuridad más terrible no puede quitarnos la alegría de la luz cuando hay amor.

El amor supera toda tristeza, todo abismo, toda oscuridad, toda desidia, todo egoísmo. El amor hace que un día de tormenta se convierta en un día plácido donde la luz nos hace descubrir la realidad multicolor que dan brillo a nuestra existencia.

Ha pasado un año y, sumando y restando, solo cabe dar gracias a Dios por todo lo vivido y realizado, pero especialmente por todo lo que hemos aprendido y crecido. Cada minuto exprimido para hacer el bien a los demás es un momento de gracia que recibimos. Dios ha concebido nuestro tiempo como espacio para amar, para dar vida a nuestro corazón. Pero si nuestro tiempo no es para Dios ni para los demás, ni para el amor, poco a poco caeremos en el desinterés, perderemos la alegría, nos alejaremos de lo que nos constituye esencialmente como personas.

El hombre no está concebido para deambular por los caminos del ego. Acabaría cayendo en el precipicio del egoísmo, donde no hay más que vacío. El hombre está hecho para vivir grandes hazañas que le hacen sacar lo mejor que tiene dentro. El hombre está hecho para el amor, esta es su plenitud y allí donde encuentra su finalidad. Somos hijos de Dios y, como tales, tenemos el gen de Dios dentro; somos parte de Dios y como tales, albergamos el deseo infinito de trascendencia.

Pero se nos abre otro año, con toda la experiencia vivida del año que ha pasado. Un año convulso que nos ha agitado hasta lo más profundo del alma. Frente al maremoto mediático de las malas noticias producidas por la crisis, en este año que comienza estamos llamados a convertirnos en apóstoles de la esperanza. Ante el desánimo y el desencanto, los cristianos hemos de transmitir paz, sosiego y confianza. El destino está en manos de Dios. Hagamos que en medio de la tempestad la gente vuelva a confiar, a creer, a luchar. No dejemos que las malas noticias nos dobleguen y nos hagan caer en un miedo paralizante. Cada cual tiene suficiente potencia espiritual como para sacar sus mejores valores. Sepamos hacer frente, con toda nuestra fuerza, a la cultura de la desidia y del miedo.

Tenemos a Dios dentro: él es nuestra fuerza. Con él, no tengamos reparo en luchar el gran combate contra la desesperanza. Tenemos la certeza de que solo un minuto amando ya vale la pena; toda la vida tiene sentido y más cuando Dios nos la ha regalado para convertirla en una aventura apasionante.

Economistas y sociólogos vaticinan que la crisis durará unos años más. Los cristianos tenemos una gran oportunidad para convertir esta experiencia en una escuela humana y espiritual que testimonie lo más genuino de nuestra fe: compartir, ser solidarios y, sobre todo, dar esperanza.

Que Santa María nos dé el coraje para ser apóstoles de la paz y de la alegría en medio de un mundo inquieto y triste. María con su sí cambió el mundo. Si cada uno de nosotros dice sí a Dios, entre todos haremos que nuestro mundo cambie y mejore.

sábado, diciembre 25, 2010

La luz de Navidad

La Navidad es una de las dos fiestas cristianas más importantes del año litúrgico. En ella se culminan las expectativas del pueblo de Israel con la gozosa noticia que con tanta ansia esperaban.

Las promesas anunciadas por los profetas en el Antiguo Testamento se hacen realidad. Una luz alumbra en las tinieblas: el Niño que nace es motivo de esperanza, la razón más genuina que da sentido pleno a nuestra existencia. Con Jesús nace la respuesta a todos nuestros anhelos: hoy es motivo de júbilo para todos los cristianos.

Lavados en las aguas bautismales, reconciliados por el sacramento del perdón, alimentados con la eucaristía, los cristianos lo tenemos todo para vivir con plenitud el inmenso don de la fe. La fe en un Dios providente que se encarna en Jesús para iluminar nuestra vida para siempre

Esta es la gran noticia de la Navidad. Del destierro por el desierto de nuestro egoísmo, que nos seca por dentro, llegamos a la liberación. Y, sobre todo, a la alegría de haber sido escogidos para hacer cielo aquí en la tierra. Porque el reino de Dios empieza aquí y ahora, con su venida.

Empezamos a subir hacia la eternidad cuando Dios decide descender hacia la finitud. El hombre es elevado y dignificado, a punto para entrar en la órbita de Dios.

Hoy es una de las liturgias más bellas y entrañables, con más calado teológico. Y pastoralmente, es vital: entorno a la figura del Niño toda la comunidad eclesial puede fortalecerse y crecer. Porque sólo en él está la clave de nuestra unidad, y sólo en él podremos descubrir la caridad en la libertad.

Arraigada en Jesús, la parroquia crecerá como un frondoso bosque regado y bañado por las aguas cristalinas que brotan del manantial de Belén. Son aguas frescas que salen del cañito del corazón de un bebé, que ha nacido para que dejemos de caminar a oscuras y nunca más tengamos sed y hambre de lo que realmente llena y da sentido a nuestra vida. Es el agua que nos colma: sentirnos amados por Dios desde su nacimiento hasta su muerte en cruz, con los brazos abiertos, amando y perdonando hasta el último suspiro.

Es un amor oblativo, que asume el mayor de los sacrificios, la muerte. Esta es la locura apasionante de Dios: salvarnos y redimirnos. Y esto, para los cristianos, si lo creemos de verdad, nos hará dar el cambio vertiginoso que necesita nuestra alma.

Ojala que estas Navidades todos iniciemos juntos el gran maratón cristiano y empecemos a reproducir en nosotros la vida del mismo Jesús. Ojalá sepamos descubrir la cima de nuestra plenitud, allí donde los rayos luminosos de la eternidad, acarician el alma y nos transforman en auténticos apóstoles de la gran noticia que revolucionó la historia.

Dios se hace niño, bajando de las alturas, para dejarse mecer, acunar, amar. La grandeza de Dios es su pequeñez. Esta tendría que ser también la grandeza del hombre, fuera de todo esquema competitivo o ideológico. La humildad es el primer paso hacia la grandeza espiritual.

domingo, octubre 03, 2010

San Félix, nueva misión

Esta nueva misión es para mí una llamada a crecer con mi nueva comunidad, como persona y como sacerdote. Todo cambio de rumbo en su labor misionera es un momento crucial para el presbítero. Momento que quiero aprovechar para mirar hacia arriba, confiando en Dios, pero también trabajando con todas mis fuerzas, como diría San Ignacio. Mi deseo es hacer que esta pequeña porción de Iglesia que se me ha encomendado se convierta en una auténtica comunidad, que reza, canta y alaba a Cristo por el don precioso de la Iglesia, y convertir la eucaristía en centro de nuestras vidas. Que la amistad plena con Dios convierta nuestra comunidad, aquí en la tierra, en una antesala del cielo y en un espacio de plenitud.

Esto será posible si vivimos nuestra adhesión a Cristo con auténtica pasión, como lo hizo San Pablo, patrón de mi anterior parroquia. Pablo fue un hombre enamorado de Dios que supo poner a Cristo en el centro de su vida. Si todos hacemos como Pablo, tendremos el coraje y la valentía de anunciar a Cristo vivo en nuestros nuevos areópagos, sin vacilar, con firmeza. Los cristianos hemos de ser, en medio del mundo, testigos vivos de la presencia amorosa del Dios de Jesús, que nos lleva a vivir felices al servicio de los demás.

Los sacerdotes somos los primeros que hemos de ser modelo de unidad y amistad. Tenemos un don especial que Dios nos ha regalado, y esto comporta un compromiso hacia nuestra comunidad.

Doy gracias a los feligreses, que me ha acogido con afecto y delicadeza. Estoy a su servicio con la firme convicción de que entre todos podremos hacer de San Félix una comunidad dinámica y evangelizadora.

Mi deseo es que todos, cada cual desde sus diferentes sensibilidades religiosas, seamos capaces de construir la Iglesia de Cristo, siempre buscando la comunión. Sólo así convertiremos nuestra parroquia en signo de cielo en medio de nuestro barrio.

Y, finalmente, doy gracias a Dios, porque él es el artífice de todo, porque su mano providencial no deja de manifestarse y porque también él ha confiado en mí, para que le cuide a su pequeño rebaño y lo acerque a los verdes prados de la eternidad.

Le pido a Dios y a mis compañeros que me iluminen en esta nueva misión.

domingo, septiembre 19, 2010

Entre la sencillez y la bondad

En este cambio de destino parroquial, quisiera agradecer su apoyo a los dos sacerdotes que se han cruzado en mi camino y a quien ya considero amigos: mosén Juan Barrio, antiguo rector de San Félix, y mosén Miquel Elhombre, nuevo rector de San Pablo.

Mosén Juan Barrio ha facilitado en todo momento mi incorporación a la nueva parroquia. Sacerdote de temperamento vital, con una extraordinaria humanidad y talante acogedor, me ha permitido vivir el cambio con mucha paz y serenidad. No ha escatimado tiempo ni esfuerzo para explicarme con esmero el funcionamiento interno de la parroquia, así como para brindarme su amistad. Durante los diez años que ha pasado luchando por su comunidad, siempre se ha mostrado tenaz en su empeño apostólico y elegante en el trato. Mi llegada a San Félix, gracias a él, ha sido un deslizarse con suavidad hacia mi nueva misión pastoral. Siempre agradeceré su compañía en un momento crucial de mi vida sacerdotal. Dios me ha permitido descubrir en Juan un corazón entrañable, profundamente humanitario, con una vocación orientada especialmente hacia los más débiles, hacia los enfermos que sufren dolencias y soledad. A partir de ahora, ejercerá su ministerio como capellán del Hospital del Mar de Barcelona. Le deseo mucha fecundidad espiritual en esta nueva etapa. ¡Qué hermoso es aprender de los cristianos sufrientes en nuestra sociedad! El bálsamo de su ternura ayudará a suavizar y a paliar el dolor de tantas personas que yacen en sus habitaciones, quizás solas y desesperadas, anhelando una voz amiga que les dé esperanza y valor para seguir viviendo. Juan, que Dios te inspire y te ayude en tu nuevo cometido pastoral.

Y, por otro lado, debo agradecer a mosén Miquel que haya respetado con tanta delicadeza el tiempo necesario para realizar mi traslado, pues tengo muchísimo material y enseres acumulados, para los que debo buscar lugar. Agradezco su serenidad y su talante sosegado y afectuoso. Su sensibilidad humana y su enorme capacidad de comprensión han hecho posible que el cambio fuera más digerible, ya que después de 17 años cuesta dejar atrás tantas cosas. Ha sabido darme paz y calma en esta nueva etapa. También hemos mantenido largas conversaciones sobre nuestra visión de la Iglesia y de la pastoral. Su teología doméstica se une a un fuerte componente humanista y social, con una rica proyección en la pastoral obrera. El contacto con la realidad sociolaboral le ha ayudado a hacer una lectura muy aguda sobre los problemas y dificultades de las personas que luchan por conseguir una vida digna. He descubierto en él, además de sencillez y amabilidad, un espíritu de pobreza franciscana, una gran humildad y una renuncia total al poder, y esto hace posible que nazca la amistad y que nos encontremos a gusto dialogando juntos. Su facilidad para sonreír y su talante afectuoso le harán posible una buena entrada en la parroquia. Desde su humildad sacerdotal y su voluntad de servicio a la comunidad podrá integrarse fácilmente e iniciar esta nueva etapa.

De mosén Miquel me quedo con sus ojos brillantes y sus palabras sabias y sencillas, que hablan de un corazón lleno de ternura y amistad, y de un alma limpia, abierta siempre a la sorpresa del otro. ¡Adelante, Miquel! El Espíritu te guiará y lo demás vendrá solo, porque el que vive abierto a su soplo sabrá aglutinar una verdadera comunidad de seguidores de Jesús.

domingo, septiembre 12, 2010

Lágrimas de gratitud

En la misa de despedida de San Pablo, con Mn. Miquel Elhombre, nuevo rector.

Los días cuatro y cinco de septiembre, en dos celebraciones eucarísticas, me despedía, lleno de emoción y gratitud, de mi comunidad parroquial después de 17 años de servicio pastoral. Estos dos días de fiesta eucarística marcaron el final de una larga etapa como rector de la parroquia de San Pablo, templo situado en el barrio del Raval de Badalona.

Durante la celebración sentía en mí corazón algo intenso y hermoso, ese adiós no era un adiós, sino el inicio de una nueva singladura. Fui plenamente consciente de que el Espíritu me estaba llevando a navegar hacia un nuevo rumbo en mi misión sacerdotal.

Por un lado, sentía la pena de dejar atrás personas, proyectos y sueños, en especial, cuando, lleno de emoción, vi asomar las lágrimas a los ojos de muchos feligreses, tan apreciados. Entonces me di cuenta de cuánto querían a su sacerdote, hasta qué punto yo había entrado en sus vidas y cómo ellos me habían abierto sus corazones.

En el momento de la consagración, levantando la Santa Hostia, un pálpito me estremeció. Cristo sacramentado, elevado entre mis manos, estaba allí, entre la asamblea y yo. Y pensé que esta es la misión del sacerdote: llevar a Cristo, entregarlo y hacer que cada cual lo asimile espiritualmente. Me sentí pequeño, pero ¡qué grande era lo que estaba haciendo en aquel momento! Invitar al ágape eucarístico a mi comunidad es una experiencia culminante que, más allá de las diferentes maneras de ser, de las distintas sensibilidades religiosas, nos une. Sentí una profunda comunión con todos ellos. Era un auténtico banquete, preludio del cielo. Contuve mis lágrimas, con el sentimiento de plenitud y de gozo que me embargaba. No fue una despedida triste, no. Eran lágrimas de alegría y gratitud por la experiencia religiosa vivida intensamente hasta el final. Por eso no fue un adiós lleno de nostalgia, triste o desolador, sino una fiesta. De manera espontánea, dulce y tierna, se sucedieron los saludos y los abrazos. Viví uno de los momentos más hermosos como sacerdote.

Les expliqué que un cura es también un misionero, y su misión es inherente al sacerdocio. Desde la recepción del ministerio, ahí donde hay una comunidad de seguidores de Jesús, allí está la Iglesia universal presente, al servicio del evangelio. Y les recordé que a partir de entonces viviríamos una comunión en el espíritu, sin necesidad de seguir juntos, pero que desde la oración nos mantendríamos unidos. Ellos, con su nuevo rector, y yo con mi nueva feligresía en San Félix. La fiesta eucarística acabó con un jubiloso canto de acción de gracias a Dios, porque nos había permitido vivir algo inolvidable que quedaría impreso para siempre en la memoria colectiva de la comunidad.

Vine feliz, he sido feliz y me voy feliz de haberos servido. Ahora voy a una parroquia llamada de San Félix —que significa feliz—. El deseo más genuino de Dios es la felicidad de su criatura. Y la máxima felicidad del hombre es dejarse amar por Dios y amar a Dios. Esto es lo único que da un sentido pleno a nuestras vidas.

domingo, septiembre 05, 2010

Un sincero adiós

Despedida de la comunidad parroquial de San Pablo de Badalona

He estado con vosotros un tiempo largo e intenso, vivido con profunda pasión, 17 años. Y os puedo asegurar que lo he respirado y vivido minuto a minuto, hora a hora, día a día y año tras año.

No podría ser de otra manera, respondiendo a una vocación sacerdotal, una llamada a hacer pueblo de Dios, presencia viva de Cristo en este barrio del Raval de Badalona, con la plena conciencia de asumir una alta responsabilidad, pero también con un hondo sentido de gratitud y de reconocimiento a Dios por tantos dones y por haberme regalado la oportunidad de vivir una experiencia pastoral que ha supuesto un mayor crecimiento en mi vida sacerdotal y ha añadido valor a la centralidad de Cristo en mi vida.

Sólo con él, por él y en él, el sacerdocio adquiere un brillo especial.

He trabajado con tenacidad, ilusión, alegría y creatividad. Como todo trabajo por Cristo, también con el riesgo y la valentía de actuar con la máxima libertad, costara lo que costara, siempre pensando en el bien pastoral y en el bien real de las personas que forman la comunidad. No se puede ser pusilánime cuando uno es consciente de tanto don y tanta gracia recibida. Digo esto porque vivir la vocación sacerdotal con una pasión de enamorado de nuestro Dios, es decir, con decisión y autenticidad, a veces puede llevarte a situaciones paradójicas, que te producen desconcierto y tristeza cuando ves cómo se alejan algunas personas a las que has querido tanto y en las que tanto has confiado. Y es que alguien llamado a una misión no puede renunciar a los carismas que Dios le da para hacer más viva la Iglesia. Y estos carismas no son entendidos por algunos. Como párroco, he pasado por diferentes etapas, algunas muy duras y dolorosas, afrontando críticas demoledoras. Pero debo deciros que nunca me he desanimado ni me he doblegado. Ni la apatía, ni la dureza ni el resentimiento llevan a ninguna parte, al contrario: te alejan de los demás. Por eso, y a pesar de haber atravesado momentos muy difíciles, jamás he perdido la alegría de saber que Dios me lo ha dado todo y que nunca he dejado de trabajar, codo a codo con la comunidad, por el bien de la Iglesia de Cristo.

La experiencia parroquial se convierte, así, en una escuela de santidad.

Pero también os puedo decir, hoy, que me siento profundamente feliz por tanto aprecio y cariño que he recibido de muchos de vosotros. A todos, incluso a aquellos con los que he podido tener alguna dificultad, e incluso a la gente del barrio que ha sido crítica con la parroquia, os quiero decir que habéis contribuido a enriquecer mi experiencia pastoral y me habéis hecho crecer y madurar en el ejercicio de mi sacerdocio, que es mi máxima felicidad.

Quiero recordar también al obispo Joan Carrera, ya fallecido, que confió plenamente en mí cuando vine a esta parroquia.

Pero sobre todo, debo dar gracias a Dios, que me ha llamado a la apasionante aventura de convertirme en imagen de Cristo, a pesar de ser pequeño y limitado. Es para mí un alto e inmerecido regalo ante el que deseo responder con todas mis fuerzas.

Estamos en un tiempo convulso. La Iglesia es castigada por la presión de grupos mediáticos al servicio del poder; las oleadas de crítica sin medida tienen una clara intención debilitadora de la Iglesia ante la sociedad. Desde postulados ideológicos contrarios a la fe se utilizan todos los medios propagandísticos para confundir a la gente de buena voluntad. Aunque las aguas sean turbulentas, no bajéis de la barca de Pedro. Es la única donde encontraréis la verdadera felicidad, inspirada por Cristo y guiada por el Espíritu Santo. No tengamos miedo. Somos ese pequeño rebaño al que Jesús habló con amor. Con el soplo del Espíritu, nos dará un impulso tan grande que nos ayudará a descubrir la potencia de Dios que hay en cada uno de nosotros.

No nos cansemos de evangelizar, como diría san Pablo, “a tiempo y a destiempo”. Es la gran misión del cristiano: anunciar a Cristo con nuestra vida.

El faro del Espíritu me indica un nuevo rumbo pastoral, otros bajeles donde navegar y seguir trabajando para Él. Continuaré tendiendo una mano a tantas gentes sin esperanza, que viven arrastradas por la riada del mundo, y pondré todo mi esfuerzo en ayudarlas a renovarse y a limpiarse, para que algún día puedan participar de la gran familia de Dios, tomando a Cristo en la eucaristía. Esta es la razón de ser última del sacerdocio: hacer comunidad de cristianos al servicio de la causa del evangelio.

Vendrán momentos todavía más duros, de profunda crisis, incluso dentro de la Iglesia. Nuestra esperanza está en agarrarnos a Cristo, único pilar que ningún viento huracanado puede tumbar. Sólo enraizándonos en él nuestra vida tendrá pleno sentido.

Os pido finalmente que aceptéis, respetéis y améis a vuestro próximo rector. Él, desde su propio carisma, sacará lo mejor de sí para hacer crecer a la comunidad. Poneos a su servicio para que la parroquia siga siendo un lugar de misión y de cercanía de Dios para todo el mundo.

sábado, agosto 07, 2010

El brillo de la verdad

Este escrito quiere ser un sencillo homenaje al P. Juan María Ripoll, que falleció recientemente, y con el que me unía una amistad de casi diez años. Recordando su ímpetu incansable y su amor a la Verdad, he intentado componer una reseña de su persona, breve y seguramente incompleta, pero no por ello menos sincera y llena de estima.

Joan Mª Ripoll, el Pare Ripoll, como lo llamábamos todos en mi parroquia, supo aunar perfectamente su vocación de sacerdote claretiano y de maestro. Llegó un buen día, ofreciéndose para colaborar pastoralmente en aquello que fuera menester, y así es como lo he conocido en los últimos años de su sacerdocio, lleno de una gran riqueza espiritual. Además de la eucaristía, misterio central de su vida, dedicaba muchas horas de su tiempo a tres aspectos fundamentales.

El primero, era el confesionario, donde se convertía en dispensador del perdón de Dios, sacramento esencial para el cristiano. Sin experimentar la misericordia de Dios, poco sabríamos del significado del amor, me solía decir.

También se dedicó intensamente a elaborar unos opúsculos sobre cuestiones fundamentales de la fe cristiana y sobre temas de rabiosa actualidad. Su amor y fidelidad al magisterio de la Iglesia eran inmensos. No quería apartarse ni una sola coma de las verdades de la fe, y humildemente me pedía que los leyera y revisara antes de su edición. Era un sacerdote sabio y con muchos años. Cuánto hemos de aprender de su sencillez y su amor a la institución eclesial.

Finalmente, el Pare Ripoll era un hombre con una extraordinaria sensibilidad social. A pesar de su vejez, no escatimaba esfuerzos para ayudar a los inmigrantes en la búsqueda de trabajo. Pudo colocar a muchos de ellos. La caridad y la eucaristía eran para él las dos caras de una moneda. Dedicó mucho tiempo a socorrer, aconsejar y apoyar a numerosas personas arrojadas al arcén de la vida. Su edad no le impedía atender las necesidades de quienes buscaban ayuda y consuelo. Con su paso ligeramente torpe y ladeado, recorría kilómetros para dar respuesta y esperanza a personas que estaban sufriendo.

De temperamento fuerte y enérgico, vivía su vocación con una firmeza y rotundidad inusual. Jamás quiso jubilarse, ni quedarse parado. Pese a sus limitaciones físicas, nunca se rendía; fue un auténtico jabato de la fe. Quería que, ante todo, la verdad brillara como el sol.

Vivió poniendo en el centro de su vida a Cristo, la Iglesia, su comunidad, sus amigos sacerdotes y a María.

Su vida se apagó cuando yacía durmiendo en su aposento. Murió plácidamente, sin despedirse. Sus compañeros lo esperaban a desayunar y ya no bajó. Aquella mañana, franqueó la puerta del cielo, seguramente de la mano de la Santísima Virgen, que tanto veneraba. Sin ruido, suavemente, la noche del 30 de julio el Padre Ripoll dejó de respirar. Su corazón cesó de latir y murió solo, con la certeza que cada noche le acompañaba: Dios estaba con él. En sus oraciones le confiaba su sueño y su descanso. Ahora, reposa a su lado para siempre.

Hoy doy gracias a Dios por el don de su sacerdocio inmensamente rico. ¡Hasta siempre, Pare Ripoll! Ahora vivirás eternamente junto a Cristo, sacerdote eterno. ¡Hasta siempre!