Evangelizar hoy
En un mundo lleno de interrogantes e incertezas el cristianismo ofrece valores inspirados en una visión mística y trascendente más allá de la realidad material.
sábado, octubre 11, 2025
Siete hombres de Dios - 1
viernes, junio 27, 2025
Contemplándote bajo la morera
Hoy, día del Corpus, en procesión por el patio, deposito la Custodia sobre el altar, bajo la sombra de este árbol que cada primavera se viste con su verde follaje. Su frescor embellece aún más el clima profundo que se respira en esta fiesta. Salimos caminando en procesión, tras la Custodia elevada, entre cantos y momentos de silencio.
Cuando nos detenemos, la música cesa y somos invitados a una
meditación profunda. ¿Es posible entender tu misterio? Nos sobrepasa, pero al
mismo tiempo siento que es algo vital en nuestra fe cristiana. El sol, con su
luz intensa, baña todo el patio. La morera y las acacias forman una cúpula que
lanza su sombra fresca haciendo más soportable el calor. Las flores amarillas
de las acacias, que caen suavemente, han tapizado el suelo de una alfombra
dorada.
Sombra, luz. Flores y canciones. Bajo la morera, me sumerjo
en la experiencia de sentirte más cerca que nunca. A mi alrededor se agrupa la
comunidad, contemplándote, alabándote con sus voces, admirándote en el silencio.
La liturgia que hoy celebramos nos regala este paseo
contigo, Señor, respirando junto a ti, oyendo tu susurro. La comunidad es
testigo de este momento crucial. El cielo se hace presente entre nosotros a
través del pan sagrado. Así lo quieres, para que podamos alimentarnos de ti y sigamos
caminando rumbo a la plenitud que deseas compartir con todos.
Queremos agradecerte tanto don inmerecido que nos llena de
gozo. Bajo la morera , convertida en una gruta natural, entre la caricia de la
brisa y tu dulce presencia, nos empapamos de ti, de tu amor que nos envuelve en
un cálido abrazo. Quieres que sintamos el latido de tu corazón.
El tiempo se hace corto, querríamos que nunca acabara.
Pisamos un nuevo Tabor, saboreamos un momento íntimo contigo. Un paréntesis en
el ajetreo cotidiano, un sorbo de paz que ilumina nuestra vida.
Tras la íntima contemplación, volvemos en procesión hacia el interior del Templo. Con reverencia, llenos de gratitud, te devolvemos a tu pequeño hogar, el sagrario, tu casa aquí en la tierra. Allí nos esperas... ¡hasta la próxima visita!
domingo, junio 22, 2025
Eterna Presencia
Nos has amado tanto, que diste tu vida por
nosotros.
Con tu amor sin medida, nos enseñas a amar hasta el extremo, hasta dar la vida.
Tu amor no tiene fronteras.
Moriste para salvarnos. Y nos diste nueva vida.
Hoy, en silencio, queremos saborear contigo este momento de paz.
Queremos comprender que la vida cristiana, muchas
veces, pasa por abrazar la cruz.
Por aceptar, con libertad serena, el pequeño o el gran martirio de cada día.
Estamos llamados a darlo todo, incluso el sufrimiento.
Queremos ser valientes como tú.
Ayúdanos a soltar los miedos que nos paralizan.
A ser luz en medio de la penumbra.
A ser testigos tuyos, vivos, auténticos.
Más que nunca, necesitamos de ti.
De tu cercanía, de tu presencia, de tu cálido susurro.
Alimentarnos de ti —pan vivo bajado del cielo— es lo que nos fortalece por dentro, lo que nos hace crecer como personas y como creyentes.
Necesitamos llenarnos de ti.
Reposar en ti, para tomar nuevas fuerzas, y seguir caminando con el pan de tu Cuerpo en nuestro interior.
Hoy venimos aquí a escuchar la melodía de tu silencio y la música suave de tu dulzura.
Este encuentro contigo es un oasis. Un descanso en medio del camino.
Una pausa sagrada en tu presencia.
Queremos descansar en ti, para seguir la carrera —como decía san Pablo— hasta la meta. Queremos correr contigo, no solos.
En la fiesta del Corpus, te nos das como Pan.
Tu Cuerpo, desgarrado en la cruz, se convierte en alimento sagrado: una ofrenda pura, que nos levanta, que nos redime, que nos regala vida plena y eterna.
Tu Sangre derramada es vino que purifica.
Sangre de amor, sangre de salvación.
Sangre que nos ofreces, para que vivamos, agradecidos y asombrados, el milagro de nuestra existencia rescatada por ti.
Te pedimos hoy, Señor, coraje y sabiduría para vivir este don sagrado: tu vida, entregada del todo, por tu criatura.
Solo tú puedes ensanchar nuestro horizonte.
Solo tú das sentido a todo lo que somos, a todo lo que hacemos.
Queremos vivir abandonados en ti.
Que la confianza y el sosiego sean la brújula que nos lleve a tu Corazón.
Porque sin ti, todo se oscurece… y contigo, el alma se ilumina.
Solo con un testimonio auténtico y fiel podremos ayudar a otros a encontrarte.
Ojalá que muchos vean, en la lucecita encendida del sagrario, una señal de tu presencia viva, una promesa de que tú estás ahí. Siempre. Esperando. Con los brazos abiertos.
Tú no fuerzas, pero siempre esperas.
Gracias, Señor, por salir un rato del sagrario, para estar más cerca. Para que podamos sentir tan próximo tu aliento divino.
¡Gracias!
domingo, junio 08, 2025
La gracia en la herida
«Bástate mi gracia, porque mi poder se perfecciona en la debilidad.»
— San Pablo, 2 Corintios 12:9
El sufrimiento, con toda su crudeza, nos confronta con
nuestros límites más profundos. Nos deja al descubierto, frágiles, sin
respuestas fáciles. Sin embargo, es precisamente en esa desnudez del alma donde
puede revelarse algo más grande: la fuerza de un amor que no abandona. Esta
antigua afirmación de San Pablo, nacida del propio dolor, nos invita a mirar la
debilidad no como un fracaso, sino como el lugar donde Dios se hace presente
con más plenitud. A partir de esta perspectiva, se abre el camino para una
reflexión sobre la fragilidad humana y la acción silenciosa de una Providencia
que sostiene, sana y renueva.
La fragilidad humana y el amor providente: una reflexión
sobre el sufrimiento y la esperanza
Desde el inicio de la vida, los seres humanos están dotados
de una vitalidad que impulsa el crecimiento y el desarrollo a lo largo de las
distintas etapas que conforman la existencia. Sin embargo, a medida que el
tiempo avanza, se hace patente la fragilidad propia de la condición humana,
manifestada en la vulnerabilidad física, emocional e intelectual.
La enfermedad y el dolor constituyen elementos inevitables
en la experiencia humana. Estos pueden derivarse de causas diversas, tanto
físicas como psíquicas, y se ven acompañados frecuentemente por circunstancias
que agravan el sufrimiento, como la soledad, la injusticia, la pérdida de
afecto, o las carencias económicas y sociales. Además, la pérdida de seres
queridos o la ruptura de vínculos significativos representan golpes profundos
que desestabilizan el equilibrio personal.
Frente a estas adversidades, las personas suelen
experimentar un cuestionamiento profundo, que muchas veces se traduce en la
búsqueda del sentido y el porqué del sufrimiento. Esta situación las hace más
vulnerables y favorece el desarrollo de diversas patologías, tanto físicas como
mentales.
La fe ofrece una perspectiva singular, basada en la
convicción de que, aun en los momentos más oscuros, no existe abandono por
parte de Dios. Él sigue presente en el interior más profundo del ser humano,
brindando un amor incondicional capaz de llenar los vacíos existenciales y
acompañar en las soledades más hondas.
El sufrimiento de Jesús en la cruz, marcado por un amor que
trasciende el dolor físico y emocional, se convierte en un modelo de entrega y
esperanza. Para aquellos que atraviesan momentos de incertidumbre,
desorientación o abatimiento, la fe en ese amor sostiene y otorga fuerza para
continuar.
La unción con óleo sagrado, en la tradición cristiana,
simboliza la gracia y la ternura de ese amor divino que sana y regenera desde
lo más íntimo. A través de este sacramento, se ofrece consuelo y
fortalecimiento espiritual, para revitalizar y devolver la esperanza a quienes
lo reciben.
Además, esta experiencia no solo tiene un efecto restaurador
individual, sino que invita a quienes la viven a convertirse en agentes de
acompañamiento y solidaridad hacia otros que sufren. El compromiso con el
prójimo, especialmente con aquellos que afrontan dolor físico, psíquico o
espiritual, se convierte así en una expresión concreta del amor recibido.
Una de las formas más profundas de sufrimiento no se limita
al dolor físico, sino que radica en la falta de propósito y sentido en la vida,
una condición que puede generar una profunda desorientación y vacío
existencial. La fe y la apertura a la gracia divina ofrecen una respuesta a
esta enfermedad del espíritu, iluminando el camino hacia la plenitud.
En definitiva, experimentar la fragilidad humana, junto a la
fortaleza de un amor providente, nos hace ver la capacidad del ser humano para
encontrar en la fe un sostén y una esperanza que trasciende el dolor y abre a
la vida renovada.
martes, mayo 27, 2025
Iluminados por Cristo resucitado
Seguimos inmersos en el tiempo pascual: cincuenta días de gozo para saborear la gracia de un Dios que levanta a su Hijo de la muerte, atravesando las tinieblas hacia la luz de la resurrección.
Son días para ahondar en el misterio que da sentido a nuestra vida, y para despertar a la conciencia del don inmenso que es la vida nueva de Jesús.
Creer en la resurrección transforma nuestro rumbo y renueva nuestra mirada. La oscuridad cede ante la luz, la tristeza se torna alegría, la esclavitud se rompe en libertad, el desconsuelo se disuelve en esperanza; el vacío se ilumina con una claridad nueva.
Jesús, vivo, se hace presente en nuestras vidas. Desde este
acontecimiento todo adquiere un matiz distinto: vivimos con la certeza de estar
ya salvados.
Dios, en su misericordia, nos ha abierto de par en par las puertas del cielo. Y en la medida en que aprendemos a amar desde esta certeza, Él penetra en lo más profundo de nuestro ser, anticipando, aquí en la tierra, nuestra resurrección futura.
Vivir iluminados por Cristo es vivir de un modo
trascendente. En un mundo convulso, donde muchos caminan hacia la nada, se
vuelve urgente el testimonio vivo de los cristianos, llamados a vivir como
resucitados.
Somos invitados a ser cristianos pascuales, marcados por la alegría de este hecho decisivo. Esa alegría es nuestro distintivo. Estamos llamados a ser portadores de esperanza. El coraje de una fe vivida con hondura puede ser un oleaje de entusiasmo para quienes deambulan sin rumbo. Para el cristiano, evangelizar es parte de su identidad. Como decía san Pablo: ¡Ay de mí si no evangelizo! Pero no solo con palabras, sino con acciones.
La paz del Resucitado nos da el valor de salir de nosotros
mismos y tender puentes hacia los demás. El nuevo papa, León XIV, en su primera
locución tras ser elegido, evocó las palabras de san Juan Pablo II: ¡No tengáis
miedo! Y añadió con fuerza: Dios nos ama.
Esta certeza profunda ha de impulsarnos a tomar en serio la gran responsabilidad que tenemos. Anunciar a Cristo resucitado es la mejor noticia, la única capaz de llenar el mundo de sentido, de gozo y de paz.
Ésa es nuestra misión como bautizados: vivir y transmitir el valor de nuestra fe. Sobre este pilar gira nuestra vida. Cuando no es así, todo se desvanece en el vacío y el corazón del hombre se llena de temor ante un futuro incierto. Sin esperanza, la oscuridad lo engulle. ¡No lo permitamos!
Tenemos entre las manos un tesoro: un mensaje y unas
palabras capaces de transformar el mundo… y también nuestro propio corazón.
Demos gracias a Dios por el regalo de su Hijo resucitado,
porque se ha compadecido de nosotros. Nos vio errantes, perdidos, hundidos en
el pecado… y nos rescató. Nos ha hecho partícipes de su vida, regalándonos su
amor y su presencia.
Gozar de este rato de silencio junto a Él nos ayuda a entrar
en su órbita divina.
Somos suyos. Formamos parte de su proyecto.
Contemplamos, una vez más, la belleza de su silencio… tan
lleno, tan evocador.
Y ante tanto derroche de amor, sólo cabe una respuesta: el
silencio reverente del corazón que ama.
domingo, abril 20, 2025
Cristo vive
Sábado Santo – Vigilia Pascual
Lucas 24, 1-12
¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo?
. . .
Hoy es un día hermoso.
Después de estos tres días en que hemos acompañado a Jesús en su cruz, hasta la
muerte, ocurre algo extraordinario que nadie podía imaginar. De la noche
oscura, en su sentido místico, como lo entendía san Juan de la Cruz, pasamos a
un cambio histórico: y es que Jesús ha resucitado de entre los muertos.
Para los judíos era
inconcebible; los fariseos, los únicos que creían en una resurrección de los
muertos, la esperaban al final de los tiempos. Los saduceos, como sabemos, no
creían en ella.
De buena mañana unas mujeres, algunas de las que
estuvieron al pie de la cruz, viendo el tormento de Jesús, salen. Salen,
mientras los varones, por miedo, están escondidos. ¿Quizás porque albergaban
algo de esperanza? Una historia tan maravillosa no podía terminar así.
La historia de Jesús
tiene sentido porque ha resucitado. De no ser así, sería la vida de un mártir
más, que creía en lo que decía, pero se quedaba ahí. Cuántos personajes
históricos han surgido y han hecho cosas extraordinarias. Pero la carta
escondida que tenía Dios Padre desconcertó a todo el mundo judío.
Las mujeres, llenas de
dulzura y ternura, van al sepulcro porque quieren embalsamar el cuerpo de Jesús
con los aromas que han preparado para darle una merecida sepultura a aquel que
lo había sido todo para ellas. Los discípulos, desorientados, tienen miedo a
las consecuencias de la muerte de Jesús. Como seguidores suyos, corren el mismo
riesgo de ser detenidos y crucificados. Temen a la muerte. Jesús no tuvo
miedo.
Se encuentran con la
sorpresa de que una piedra inmensa ha sido desplazada ante la oscuridad del
sepulcro. Esto, de entrada, no significa necesariamente que Jesús haya
resucitado. Pero para un judío es importante: el cuerpo ya no está en la tumba.
Y aparecen dos jóvenes
vestidos de blanco que les dicen: «¿A quién buscáis? ¡Ha resucitado!»
¿Cuándo? ¿Cómo lo hizo? ¿Cómo atravesó la piedra, o cómo la desplazó? No lo
sabemos, pero algo nuevo se atisba, algo nace tras la oscuridad del Viernes
Santo.
La vida estalla en su
plenitud: Jesús ha resucitado de entre los muertos, tal como lo había
anunciado.
Este acontecimiento es
fundante de la fe cristiana. Porque si Jesús no hubiera resucitado, como dice
san Pablo, ¡vana sería nuestra fe! Estaríamos haciendo teatro. Pero, porque ha
resucitado, después de dos mil años seguimos reviviendo el acontecimiento que
marca la historia de la humanidad. Tanto, que hablamos de la era cristiana a
partir del siglo I.
Este acontecimiento no es
baladí, ni absurdo. Tiene toda la importancia para nuestra vida espiritual. Si
Jesús hizo el milagro de levantar a Lázaro de su tumba, y de resucitar a la
hija de Jairo, ahora Dios levanta a su hijo. Pero no para volver a morir, como
Lázaro o la niña. Jesús no vuelve a morir. Su vida ya no es una vida
corriente. Su cuerpo está transformado y es luminoso, está en otra dimensión
diferente. Tanto, que, como veremos, Jesús atravesará puertas y muros. Conserva
su parte espiritual, pero su parte física adquiere otro sentido.
Nadie puede quitarnos
jamás la alegría, porque este hecho marca, no sólo la historia de la humanidad,
sino nuestra historia personal. Tiene consecuencias enormes a nivel humano,
social y cultural. Estamos atisbando nuestra propia vida resucitada aquí,
en la tierra. Aquí, ya, empezamos a saborear la eternidad.
A partir de ahora, somos
cristianos pascuales. No nos quedamos en el Viernes Santo. Están muy bien
las procesiones y la devoción popular, pero esta noche, y mañana, las iglesias
tendrían que rebosar. Porque la Pascua es el gran acontecimiento. El dolor de
Cristo queda atrás. La cruz tiene sentido a la luz de la resurrección. Estos
días hemos visto hermosas procesiones con pasos magníficos en muchos lugares de
España, pero ¡cuidado! No podemos quedarnos en el Cristo sufriente del Viernes
Santo. Nos estaría faltando algo.
¿Qué es la eucaristía?
Estamos delante de esta experiencia luminosa, una promesa que se culminará en
nosotros. La eucaristía es el centro de la vida cristiana. Y sí,
recordamos y actualizamos la pasión y muerte, pero también la resurrección. Si
Jesús no hubiera resucitado, no tendríamos eucaristía, ni sacerdotes, ni comunidad.
Y la comunidad fue
creciendo hasta llegar a hoy. ¡Somos dos mil millones de cristianos, contando
todas las confesiones! No seguimos sólo al Cristo que sube al Gólgota; seguimos
a Cristo resucitado. Este salto cambia la historia.
Fuera barreras, fuera
tristeza, fuera angustias, porque justamente él ha podido con todo esto.
Pasamos de las tinieblas de la tristeza, de la oscuridad, del dolor y del
sinsentido, al hecho pascual que justifica toda nuestra fe cristiana.
Por tanto, cuando volváis
a casa, id con el corazón ardiente. Hemos entrado aquí con unas velitas
encendidas en el cirio pascual. Pequeñas, sí, pero suficientes para romper
la oscuridad del templo. Aunque nos sintamos poca cosa, qué hermoso es sentir
que nuestra luz interior puede iluminar a tanta gente. Pero también hemos visto
que, con el viento, las velas se pueden apagar y hay que encenderlas de nuevo.
Esos vientos son el egoísmo, las ideologías, los miedos y el sinsentido, que
apagan nuestro corazón. Pero volvemos a encenderlo, ¿dónde? En el cirio que es
Cristo. No sólo por nuestras capacidades voluntaristas, que ya está bien; quien
nos infunde, empuja y da sentido a nuestra vida es Cristo resucitado. Sintamos
hoy esta resurrección en nuestra vida y os aseguro que la tristeza y el
sufrimiento no podrán apagar nuestra fe y podremos alumbrar a nuestros
hermanos.