jueves, agosto 15, 2024

Maestra de la escucha

En el evangelio de hoy, fiesta de la Asunción de María, vemos cómo esta, después de recibir el anuncio del ángel, se pone en camino hacia la montaña de Judá. Isabel, su prima, que espera a un hijo en su vejez, puede estar necesitando de compañía. María no se detiene, va con paso firme para ofrecer su atención solícita a su prima.

La Iglesia tiene que ser como María: ha de ponerse siempre en camino. Hay muchas necesidades que cubrir, de todo tipo. No sólo las obras de caridad, sino que hemos de ponernos en marcha para evangelizar a tiempo y a destiempo, porque, más que nunca, es necesario llenar de sentido la vida de las personas que se deslizan hacia la nada.

La Iglesia ha de tomar como referente la imagen mariana, siempre abierta a los otros y abierta a Dios, al soplo del Espíritu Santo.

Compartir alegría

Dos mujeres hebreas, parte de ese resto de Israel, el pueblo escogido, se saludan. ¡Qué importante es la solidaridad basada en algo auténtico, no en una ideología, sino en la hermandad profunda entre las personas! María atiende a Isabel. Y el niño salta de alegría en su seno. Dos veces reitera el autor sagrado la felicidad del bebé ante ese encuentro de las dos primas. La alegría se esparce en el entorno; cuando hay un ambiente de afecto, de cariño, de comunicación profunda, los niños perciben, ya desde las entrañas de la madre, ese amor extraordinario que une a las mujeres.

Canto de gozo

María dirá: Proclama mi alma la grandeza de mi Señor. Una jovencita, llamada a ser madre de Dios, supo convertir su casa en un santuario donde tenía espacios hermosos de oración. Por eso llegó a ser la madre de Dios.  ¿Cómo no va a cantar y a proclamar su alma lo que Dios ha hecho en ella? ¡Así sale de su corazón!

Y se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador. Una alegría profunda está basada en una íntima relación con Dios en nuestra vida. ¿Por qué a veces no estamos contentos? Quizás porque no nos dejamos llevar por el soplo amoroso de Dios. Muchas cosas pasan a nuestro alrededor, pero hay algo que supera estas dificultades: sentir que Dios te quiere y cuenta contigo. El mal quizás no desaparece, pero lo viviremos de otra manera, mucho más serena y aceptando la realidad. Por tanto, esa alegría, ese canto, esa alabanza de María se basa en su apertura total a Dios. ¿Y si, en el fondo, no somos más felices y gozosos porque no estamos del todo abiertos a Dios? El fundamento de nuestra alegría no es tener una cosa o hacer otra, o disfrutar de cierta fama. La alegría viene de la certeza profunda del corazón: Dios anida en mí. Y de esa certeza, ¡claro que surgirá un canto a Dios por todo lo que recibimos cada día y quizás no somos conscientes!

Resucitada

Ella reconoce su pequeñez y humildad, pero también dice que de generación en generación será bendecida. Y es así: todos tenemos a María como referente. María, la madre de Dios, la que intercede. Hoy celebramos que ella es asunta, elevada al cielo. Es una resurrección, después de su dormición, como se dice en la tradición cristiana. Por tanto, participa de la resurrección de Cristo, como humana que es.  Recibe ese don especialísimo de la resurrección y comparte la amistad santa con Dios, iniciada al quedar embarazada por obra del Espíritu Santo.

Hoy, muchos lugares de España celebran a María y cantan a María. Hacemos nuestras proclamas, alabamos a María, porque a través de ella fue posible nuestra redención. Ella dijo que sí al plan de Dios en su vida, abrió sus entrañas a la voluntad de Dios para convertirse, nada menos, que en la Madre de Dios (theotokos en griego).

Maestra de silencio

María convirtió su vida en una escuela de silencio. Cuando Jesús se fue de su casa para predicar, su hogar continuó siendo una pequeña capilla, donde seguramente los discípulos, a la vuelta de sus tareas, debían ir a visitarla. Y María, como madre de todos, también acogería a los apóstoles que venían con Jesús, su hijo.

María nos enseña a reconocer la trayectoria de Dios en nuestra vida. Si uno se detiene y sabe hacer silencio, se da cuenta de cómo Dios lo ha ido cogiendo de la mano hasta llevarlo donde está. Mi experiencia, ya lo sabéis por mi escrito y mi libro, es que, sin saber por qué, Dios quiso contar conmigo.

Sí. Dios cuenta con cada uno de vosotros. Para que digáis sí a la vida, para que su Iglesia siga estando en marcha. Pero María nos enseña a ser contemplativos. La contemplación es esencial. Nos movemos entre estos dos campos: el trabajo apostólico y la oración en silencio. Cuando en la Iglesia nos olvidamos de rezar, cuando nos olvidamos de hacer un paréntesis (incluyo también a los sacerdotes y a los que estamos en primera fila), podemos caer en tentaciones. Porque cuando se es alguien importante el riesgo siempre aparece. Por tanto, en la Iglesia tenemos que estar bien atentos. Más allá del compromiso de la caridad y de la proyección en el mundo es importante la oración que nace de lo más profundo de nuestro ser. Si la Iglesia cae en el activismo sociopolítico y religioso, se está apartando de lo esencial. Cuando uno cree que todo depende de él, se está equivocando. No es verdad. Todo depende de Dios y de su gracia. Cuidado, que no caigamos en esa autorreferencia, como avisa el Santo Padre. La Iglesia ha de ser como María, humilde, al servicio de los demás, atenta a las necesidades de los otros.

Alegría profunda

Pero la humildad no le quita una certeza: que Dios está con ella. La Iglesia debe tener esto siempre presente. Porque, a veces ciertas, formas de la piedad religiosa fomentan el sentimiento de culpa y el sufrimiento. Eso es una parte, pero si solo nos quedamos en esta piedad nos quedamos antes de la resurrección. Lo que cambia nuestra vida es que Jesús ha resucitado. Sin esta noticia, la Iglesia no tendría sentido, seríamos gente estupenda, que viene aquí, que hace cosas. Pero la centralidad de la eucaristía es que celebramos a Jesús resucitado. Cristo resucitado es el que está en la Iglesia.

¿Por qué María canta? Porque tiene la experiencia vital de que Dios está con ella. En la Iglesia hemos de vivir esta certeza: Dios esta en nuestra vida, en nuestros proyectos y en cada uno de nosotros.

Quizás un día, por su inmensa misericordia, Dios nos asuma a los cielos, pero lo que está claro es que tenemos una enorme aliada, que es María. Ella es maestra del silencio y maestra de la escucha.

Maestra de la escucha

Ayer decía que María llegó a donde llegó porque supo escuchar la palabra de Dios. Supo aplicarla a su vida. Supo cumplirla. Supo hacerla vida de su vida. Cuando llegamos aquí, es cuando el silencio se transforma en algo extraordinario. Dejemos que nos hable este bálsamo dulce de Dios que penetra en nuestra alma. Porque hoy celebramos muchas fiestas, muy bonitas, en honor a María, pero ¿dedicamos un poquito de tiempo para callar, hacer silencio y escucharla? Si decimos que ella es tan sencilla y humilde, no sé si le gustará mucho tanta pandereta, no lo sé. Seguramente le gustará que nos acurruquemos en ella, como madre nuestra, y que dejemos que su latido marque nuestro latido. Entonces sentiremos una hermosa sintonía con la Madre de Jesús, la Madre de la Iglesia.

El aspecto femenino es importante en la Iglesia. La Iglesia es mucho más que los curas, los obispos y el papa, la Iglesia somos todos los bautizados, y todos tenemos la enorme misión de evangelizar, una misión tan importante como cualquier otra, en otros lugares.

Aprendamos a escuchar. Para esto hay que parar y dedicar un tiempo, sin prisa, a la oración, al silencio, a la escucha.

Ayer comentaba que en la televisión y en las redes sociales hay una catarata de frivolidad y de palabras vacías. ¿Cómo es posible que hayamos convertido un don tan hermoso que nos ha dado Dios, como es hablar, en un medio para decir tantas tonterías? ¡Es un pecado! Un don que nos permite crear sonidos y palabras, que nos hace capaces de comunicarnos y de llegar al corazón del otro. ¿Qué hacemos con tanta palabrería?

Un sacerdote decía que, en vez de ser charlatanes, debemos ser escuchatanes.

domingo, agosto 11, 2024

50 años de un sí

Con un grupo de jóvenes del Santuario de Vilapicina, de convivencia. En mis años de formación.


El cielo estaba totalmente despejado. Era agosto, durante unos días de convivencia de los jóvenes del Santuario de Santa Eulalia de Vilapicina. Sucedió en una explanada, junto a un pozo, al pie de las montañas del Montseny.

Una semana antes, el sacerdote amigo que llevaba mi grupo de jóvenes me había interpelado sobre mi vocación al sacerdocio. ¿Lo has pensado alguna vez?, me preguntó.

Ahora, día de santa Clara de Asís, a punto de cumplir dieciocho años, mi vida dio un giro radical. Estaba en plena adolescencia y un universo nuevo se abría ante mis ojos. Ese día de cielo azul intenso, después de pasar un torbellino interno y venciendo mis rémoras y temores ante lo desconocido, salté hacia el vacío, como el saltador de parapente que se lanza a surcar los cielos.

Al mismo tiempo, sentí que nacía de nuevo. Era consciente de que estaba dando un paso definitivo que marcaría toda mi trayectoria existencial y espiritual. Él me llamaba a algo grande y mi corazón no quería fallarle. Sabía que me lo jugaba todo, y que dejaba atrás muchas cosas bellas. Pero la experiencia que sentía lo significaba todo para mí y me llenaba de plenitud.

Dije sí junto a un pozo. Mi llamada y la respuesta me evocaba la vocación de Moisés, ante la zarza ardiente que no se consumía, o la visita de Dios a Abraham, bajo la encina de Mambré, o el diálogo de Jesús con la samaritana, junto al pozo de Sicar. También recordé a san Francisco de Asís, al cura de Ars, cuya fiesta se celebra el día que yo fui llamado, el 4 de agosto; y tantos otros santos y sacerdotes que fueron fieles y ejemplo para mí.

Por un lado, me sentía muy agradecido; por otro, también sentía el dulce peso de la responsabilidad que supone abrazar el sacerdocio. Pero ya estaba decidido y quería iniciar mi aventura con un sí incondicional. Aquel jovencito que anhelaba conocer y amar a Dios aceptó que este lo llamara para ser instrumento al servicio de la Iglesia. Ya no bastaba conocer y amar, Dios me daba la oportunidad de anunciarlo al mundo a través del ministerio del orden.

Era muy consciente de lo que se me pedía, pero también confié que él sería mi gran aliado. Y así ha sido, y lo sigue siendo después de 50 años. Tras pasar un largo tiempo de formación llegué a la ordenación sacerdotal en Barcelona, el 7 de marzo de 1987; este año he cumplido 37 como sacerdote.

Aquel 11 de agosto de 1974, mi vida cambió de rumbo para caminar hacia el mismo corazón de la Iglesia. La experiencia ha sido densa, profunda y comprometida; a veces exigente pero también es verdad que todo lo que he recibido me llena de gozo y de plenitud. He pasado por diferentes comunidades parroquiales que han sido para mí el yunque donde me he ido esculpiendo y reforzando mi compromiso ministerial. Después de 50 años de mi sí, todo ha sido y sigue siendo un hermoso don que Dios me ha dado, no sé si merecido o no, pero más allá de todo hoy siento una infinita gratitud a Dios porque un día confió en mí y me llamó.

Todos necesitamos medios, instituciones y personas que hagan posible la llamada. Por mi vida han pasado muchas, desde el sacerdote que me llamó hasta el cardenal Jubany, de cuya mano recibí el orden sacerdotal. 

¡50 años ya son años! Llenos de sorpresas y siempre con un deseo de fidelidad interior. Aquel 11 de agosto de 1974 era muy consciente de que mi sí era para siempre. Con el paso del tiempo, me doy cuenta de que lo importante no es tanto dónde estoy y qué hago, sino procurar que nada ni nadie me aparte de él. Lo esencial es seguir tan enamorado como el primer día y mantenerme firme con el paso del tiempo y pese a las dificultades. Que nunca dude ni un ápice de él; desde mi pequeñez, él confía totalmente en mí. Y aunque haya pasado por momentos difíciles, él nunca me ha dejado solo. Todas estas experiencias, a veces dolorosas, me han hecho reafirmar aquel sí que le di junto al pozo. Y no sólo eso, sino que he crecido, como persona y como sacerdote.

Es verdad que en la vida de un sacerdote no todo son mieles, pero lo que recibes es indescriptible. Nadar en el misterio insondable de Dios va más allá de cualquier sufrimiento.

Os pido que recéis por mí, por vuestro sacerdote, para que siga siendo fiel a mi vocación y para que os pueda seguir sirviendo, atendiendo y orientando en vuestro deseo de seguir a Jesús. Sobre todo, que pueda ayudaros a descubrir que él os ama mucho, y que su deseo es que formemos una comunidad bien unida, al servicio de la evangelización. 

domingo, junio 02, 2024

Corpus, misterio de amor hecho pan


Hoy quiero darte gracias, Señor, porque has hecho de tu entrega y sacrificio en la cruz nuestra libertad y redención.

Te damos gracias porque después de encarnarte en tu Hijo, Jesús, quisiste permanecer para siempre con nosotros, en el sagrario. Te damos gracias porque tu vida hecha sacramento se convierte para nosotros en lluvia de gracia sobre gracia. Te damos gracias porque la eucaristía no solo es recuerdo y memoria, sino actualización viva y constante de tu presencia real.

Te damos gracias porque tu Santa Hostia se convierte en alimento y es vida para aquellos que te seguimos y hemos entendido que la celebración eucarística es la cumbre y centro de nuestra existencia. Es la razón de nuestra esperanza, el sentido de nuestra vida. La caridad y la fe nos ayudan a centrar la vida en ti y nos conducen a la plenitud.

Te damos gracias cada vez que te tomamos, porque un rayo de eternidad penetra en nuestro corazón y nos anticipa el encuentro definitivo en el cielo. Te damos gracias porque asumiste tu dolor en la cruz. Con tu cuerpo desgarrado y tu sangre derramada por amor nos salvaste de las sombras del pecado y te has convertido en sacramento de vida. Abriéndonos tus brazos y reconciliándonos con Dios nos diste la oportunidad de empezar de nuevo.

Te damos gracias porque, a pesar de que nos sentimos limitados y débiles, tu pan bendito nos da las fuerzas necesarias para tirar adelante. Al sufriente lo conviertes en otra presencia tuya, que nunca se rinde porque sabe que estás con él.

Te damos gracias por los sacerdotes que consagraste a ti, que te bendicen y reparten con sus manos tu cuerpo y tu sangre.

Te damos gracias porque los sacerdotes, en la mesa del sacrificio, no solo consagran el pan y el vino, sino que actúan en tu lugar, convirtiéndose por la gracia del Espíritu Santo en presencia real tuya, actualizando tu memoria y tu entrega.

Gracias por el don del sacerdocio, sin él no habría eucaristía. No tendríamos la oportunidad de tomarte ni tener la experiencia sublime de tu donación.

Gracias por la Iglesia, tu pueblo universal, fiel, que consagraste para asistir y participar del gran milagro de tu entrega.

Te damos gracias desde la comunidad de San Félix, pequeño rebaño tuyo, porque nos quieres y cada semana podemos celebrar tu resurrección. Se abre la puerta de tu sagrario, tu tabernáculo aquí en la tierra, para que podamos saborear la plenitud del encuentro contigo en el cielo. Gracias porque inundas nuestro corazón de un amor inconmensurable. Cada domingo somos testigos de este gesto silencioso pero auténtico y real.

Gracias, Jesús, porque ya no solo decides quedarte en el sagrario para que podamos contemplarte en adoración, sino que deseas que nuestro propio cuerpo se convierta en sagrario, en custodia, y permaneces siempre en nosotros.

Gracias porque cuando te tomamos pasas a formar parte de nuestra vida, de nuestra sangre, de nuestro ADN.

Contigo tenemos la misma fuerza de Dios adentro, una energía espiritual que nunca se acaba. Contigo tenemos la vida en mayúsculas, aquí en la Tierra. Y esto nos da fuerza y entusiasmo para vivirla con auténtica pasión.

1 junio 2013
Fiesta del Corpus Christi

domingo, abril 21, 2024

Un salto hacia la luz


Llevamos dos años de adoración. Mes tras mes, ahondando y meditando en el profundo significado de tu presencia real en el pan sagrado.

Durante todos estos momentos hemos podido contemplarte en el misterio de la encarnación.

Hemos visto cómo tu divinidad se humaniza en un pequeño establo, en Belén. Hemos contemplado cómo la máxima belleza se manifiesta en lo pequeño y en lo sencillo.

Hemos comprendido que en lo pequeño y en lo humilde está la grandeza de un Dios que despliega toda su potencia amorosa en lo cotidiano de la historia. Creciste en una familia, con María y José, en un tiempo y un lugar, Nazaret. Los evangelios de la infancia revelan cómo María acogió el proyecto divino: ser madre de Dios.

También te hemos admirado en el niño que, con solo doce años, hablaba con los maestros de la Ley en el templo de Jerusalén. Ya a esa temprana edad tenías la certeza de que Dios era tu padre. La sabiduría divina iba calando en tu corazón, abierto a esa hermosa relación con Dios.

Hemos contemplado tu momento decisivo, cuando diste el paso vocacional en el desierto, ya adulto, luchando por mantenerte fiel a la voluntad del Padre, venciendo las tentaciones en el desierto. Allí tomaste plena conciencia de tu mesianidad y del inicio de tu misión. Emprendiste tu tarea de anunciar a Dios a todos los hombres, pese al rechazo progresivo de tu pueblo.

Hemos contemplado tu gloria en el monte Tabor, antes de emprender el camino hacia tu propia muerte.

Tu pasión empezó cuando te llevaron huyendo a Egipto, porque el malvado Herodes quería matarte. Le asustaba la fuerza del niño de Nazaret.

Otro momento cumbre de tu vida fue cuando, con absoluta libertad, decidiste asumir las consecuencias de tu entrega hasta el martirio.

La cruz se convirtió en el símbolo de tu docilidad extrema. Aceptaste el máximo dolor, la terrible soledad y un profundo sentimiento de abandono por parte de todos.

Solo ante la cruz, agonizaste, tu cuerpo desgarrado, maltrecho y llagado, casi sin poder respirar, atravesado por los clavos en la madera.

Pero tu historia no acabó en la cruz, ni con la muerte. En tu último grito, lanzado al cielo, la misericordia de Dios se derramó como una catarata de gracia.

Dios, tu padre, te levantó de la muerte y de la oscuridad. Tu gemido presagiaba una humanidad que renacería por tu gracia: el hombre nuevo rescatado por tu sangre derramada.

En la historia se produce un giro: un hombre, por primera vez, resucita. Este acontecimiento cambia la historia humana para siempre. La muerte ha sido superada, la vida eterna alborea.

De tu mano, Jesús resucitado, se nos abre un nuevo horizonte, el de un reencuentro contigo en la eternidad.

Sigues con nosotros

Pero no todo acaba aquí. Hemos contemplado cómo tú quisiste permanecer en la tierra un tiempo para ir devolviendo la esperanza a los tuyos. Frustrados y desorientados, los fuiste despertando. Con tus apariciones les abriste el entendimiento y el corazón para que pudieran reconocerte como su Maestro. Y ellos se llenaron de alegría.

Tus encuentros les permitieron seguir adelante con tu proyecto: crear una comunidad con ellos. En las hermosas escenas de los evangelios se vislumbra la emoción del encuentro con el Maestro y el amanecer de la futura Iglesia.

También hemos contemplado tu ascensión al cielo, para reunirte con tu Padre para siempre. Pero tu historia, Señor, no acaba aquí, sino en tu promesa: «Yo estaré con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos.»

En tu nueva naturaleza estás aquí y ahora con nosotros, en el sagrario a través del pan.

Jesús, no te has ido lejos. Estás a nuestro lado, cumpliendo tu promesa. Tu historia sigue, en nosotros y en todos los bautizados que formamos la Iglesia. Esta es el sacramento de tu presencia.

Y de nuevo, hoy, nos convocas para seguir saboreando el misterio de tu presencia. La custodia luminosa es reflejo de un corazón que no para de latir jamás. Dicen que un corazón humano late millones de veces durante su vida. El tuyo, Jesús, no ha dejado de latir durante dos milenios.

¡No podemos imaginar la potencia de tu corazón sagrado! Miles de millones de latidos en un corazón concebido para amar siempre.

No puedes dejar de amarnos. Esta es la historia de un bebé que nació en Belén de Judea y vivió gran parte de su vida en Nazaret. Cada uno de nosotros es recreado por un hombre que murió en la cruz y resucitó un domingo. Este es el sentido último de nuestra vida: abrirse a una nueva dimensión, la trascendencia.

domingo, abril 07, 2024

De la cruz a la custodia

Estamos a las puertas de la Semana Santa, un tiempo que culmina la Cuaresma con la entrada de Jesús en Jerusalén.

El año litúrgico cristiano culmina en estas fiestas. En el Triduo Pascual se despliega todo el misterio de Jesús, dispuesto a dar su vida como expresión de amor a la humanidad. Son los tres días más importantes del año litúrgico, donde se condensa la misión de Jesús, fiel a la voluntad del Padre.

Está dispuesto a morir en la cruz para rescatarnos de nuestras esclavitudes y hasta de la propia muerte.

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Señor, estos días, meditando el Vía Crucis, hemos sido más conscientes de la magnitud de tu amor. Has dejado que te señalen, te golpeen, te flagelen, te insulten y atraviesen tu cabeza con una corona de espinas. Han ironizado sobre tu realeza, comparándote con los reyes de este mundo, y una lanza ha traspasado tu corazón, dispuesto a asumir el máximo dolor, hasta la agonía, con las manos y los pies desgarrados por los clavos.

Esto solo se puede hacer si se ama de manera total e intensa. Esto revela tu entrega incondicional hasta el límite de lo soportable.

Hoy, desde tu silencio en la Custodia, queremos ser conscientes de que, para hacerte presente para siempre con nosotros tuviste que pasar por ese itinerario que te llevó a la cruz. Cada estación, hasta llegar a la cruz, revela tu docilidad al plan de Dios y tu derroche de amor, gracia para todos aquellos que han descubierto que Dios, en Ti, se ha dado por completo para rescatarnos del pecado.

¡Un Dios que tuvo que sacrificar a su hijo! Era el único plan para salvarnos de nuestras miserias. Señor, ¡cuánto pasaste por nosotros! Quizás un esfuerzo que no merecíamos. Pero era tu única baza para conquistarnos.

Hoy queremos agradecer tanta donación, con dolor por lo que te ha hecho la humanidad: colgar al mismo Dios en la cruz. ¡Cuánta insolencia por nuestra parte y cuánto amor desbordante por la tuya!

Una entrega incondicional y sin medida: esta es la forma de tu amor, de la que hemos de aprender, asumiendo que cuando amamos a la manera de Jesús, también hemos de estar dispuestos a abrazar las consecuencias, hasta el martirio.

Jesús, con tu testimonio nos enseñas que el amor auténtico consiste en ser imagen tuya. Sólo así todo cuanto hagamos y seamos será fecundo. Sólo si estamos dispuestos a enterrar el grano de trigo, es decir, si estamos dispuestos a darlo todo de verdad, emergerán un hombre y una mujer nuevos. Tu cruz nos restaura y nos hace renacer de nuevo.


Unidos a tu amor
, seremos discípulos tuyos y estaremos dispuestos a todo. Esta será la garantía de que sigues vivo en cada uno de nosotros.

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La cruz no es otra cosa que el preludio de la vida nueva de Jesús resucitado. Desde esta perspectiva, el dolor tiene aún más sentido. Su muerte en cruz es el anticipo de un nuevo amanecer.

La lógica del misterio de Jesús pasa por cuatro fases:

  • Una vida volcada al anuncio del reino de los cielos, esta es su misión.
  • Una pasión y muerte como consecuencia de una auténtica libertad. Jesús desea culminar el plan de Dios.
  • La resurrección: Dios levanta a su hijo del abismo de la muerte: este hecho se convierte en fundamento de nuestra fe cristiana.
  • El deseo de permanecer con nosotros en el sagrario. La eucaristía es el sacramento de su presencia real a lo largo de los siglos.

De la cruz a la custodia: es la dinámica amorosa de un Dios que da su vida y quiere permanecer siempre con nosotros.

domingo, febrero 18, 2024

La conversión, un camino


Hemos iniciado el tiempo de Cuaresma con la imposición de las cenizas como signo penitencial. La Iglesia marca un tiempo para ahondar en el proceso de reencuentro con Dios: un itinerario necesario para reflexionar en todo aquello que nos separa de él. Un recorrido que todo hombre debe iniciar para recomponer su relación con Dios y con los demás; sendero para mantener la brújula de nuestra vida orientada hacia Él, como fuente de nuestra existencia.

Oración ante el Santísimo


Pero será preciso reconocer cuán lejos estamos todavía de ti, Señor. Seamos conscientes de que hemos de emprender un camino de retorno.

La humildad es el primer escalón para superar el orgullo de creer que ya estamos convertidos y ser conscientes de nuestros límites y pecados. Sólo desde el abandono en manos de Dios, reconociendo que necesitamos restaurarnos, daremos el primer paso para iniciar el regreso hasta el abrazo pleno contigo.

Tú, desde el silencio primigenio, sabes esperar con infinita paciencia porque no quieres que nadie se pierda. Con tu pedagogía amorosa, nos alientas a seguir en el proceso de búsqueda de aquello que da sentido pleno a nuestra vida, que no es otro que entrar en una profunda comunión contigo, abriendo nuestra inteligencia para meditar en los misterios de tu corazón.

Tú eres el incansable que no desespera porque tu Ser divino no concibe la vida si no es desde el amor. Tu bondad y misericordia hacia tus criaturas es lo que fundamenta tu amor hacia los hombres.

Nos has dado la libertad para que respondamos con gratitud y alcancemos nuestra propia felicidad. Es nuestra obstinación la que nos aparta de esta hermosa intimidad contigo, pero tú nunca te rindes en esta conquista de nuestro corazón. 

En esta Cuaresma, queremos ser más conscientes del misterio de tu presencia, convertido en pan para nuestro alimento espiritual en este combate en el mundo. Tu vida es una historia de amor hacia la humanidad, que expresa su momento álgido en la cruz, en tu agonía como prueba de una vida entregada por amor. Han pasado más de dos mil años de tu eterna presencia a través de la eucaristía. Nunca quisiste romper los vínculos con tus amigos y permaneces en el sagrario, siempre esperando. Aunque caigamos mil veces, tu paciente silencio y tu discreta acogida nos esperan.

Quieres que encontremos un momento para venir a verte, pues deseas sentirnos cerca de ti y escucharnos con ternura. A ti también te gusta estar con nosotros, porque con tu cruz y resurrección renacemos de nuevo. Esta es tu locura amorosa: levantarnos mil veces de nuestras caídas.

Venimos hoy a pedirte que nos des fuerza para seguir adelante y que nunca dejemos de mirar hacia el cielo. Danos el coraje y la valentía para seguir en la brecha y que nunca nos separemos de ti.

Que esta Cuaresma que acabamos de iniciar nos prepare para el encuentro crucial que da sentido pleno a nuestra vida: la Pascua, el encuentro con Jesús resucitado.

domingo, enero 21, 2024

25 años de servicio a los mayores


El grupo de tertulias es uno de los más antiguos de la parroquia. Hoy, después de 25 años, siguen firmes, ofreciendo un abanico de actividades orientadas a la atención de las personas mayores. Que después de 25 años se mantenga, implica por parte del grupo de voluntarios animadores mucha entrega, generosidad y entusiasmo.

Semana tras semana, cada miércoles, llueva o haga sol, frío o calor, nunca fallan. Y esto tiene un mérito extraordinario. Pero lo sorprendente es que los responsables han mantenido la creatividad durante tantos años. Haber llegado hasta aquí es un gran triunfo. Conseguir un buen ambiente y una buena participación, así como una convivencia que favorece la hermandad, es un gran logro. Es una experiencia profundamente enriquecedora y humanizadora, pues siempre, aunque sea a edad avanzada, se puede crecer como persona y como cristiano cuando uno se abre a los demás.

Es un hito histórico. Algunos han fallecido, han venido otros nuevos, pero se mantiene el tono del grupo, que aprende a sobrellevar sus propios límites compartiendo sus vivencias con los demás.

Como parroquia, estamos muy agradecidos por esta labor tenaz y constante del equipo base que permite que se desarrollen las diferentes actividades con normalidad y alegría. 25 años de fidelidad han permitido continuar con entusiasmo.

Cuando acudo a sus encuentros y paso un rato con el grupo, me doy cuenta de que cada persona que participa es un libro abierto, con una vida llena de entrega a su familia y a otros. Muchas mujeres, con entereza, viven serenamente su viudez, dotándola de calidad humana y espiritual que les ha ayudado a sobreponerse y a seguir luchando. Estar cerca de estas personas es viajar a las profundidades de un universo interior. Escuchándolas, uno aprende a ampliar su visión de la realidad, llenándola de sentido. Por eso considero que la labor que se hace en este ámbito es crucial y acorde con la sensibilidad de la Iglesia.

Sepamos agradecer su gran aportación a las familias, a la sociedad y a la iglesia. Están viviendo una etapa vital que, aunque limitada, es intensa porque aportan mucho bagaje acumulado. Son auténticos tesoros que engrandecen el corazón.

No os puedo decir que sigáis 25 años más, pero sí que estos 25 años vividos los llevéis muy adentro, pues han sido definitivos y os han marcado, dándoos la oportunidad de vivir momentos preciosos que han dado tono y calor a vuestras vidas. Gracias por tanto aprendizaje y humanidad. Os deseo de todo corazón, como párroco, mucha felicidad en este día tan señalado y os doy las gracias por haber dinamizado la vida parroquial.

Mn. Joaquín Iglesias