domingo, diciembre 02, 2007

Un Dios enamorado del hombre


Jesús vive una experiencia de Dios tan íntima y sólida que impregna todo su ser. Así lo expresa el evangelio de San Juan en numerosas ocasiones: “El Padre y yo somos uno”(Jn 10, 30), “No he venido a hacer mi voluntad, sino la de Aquel que me ha enviado”(Jn 5, 30)… Estas palabras de Jesús revelan una profunda comunión, un abandono y una total confianza en su Padre. Estamos ante el prototipo de amistad del hombre con el Ser trascendente. Es el hombre que busca la felicidad más allá de si mismo y la encuentra en Dios.

Jesús bucea en el corazón de Dios. Se siente hijo suyo, parte de sus entrañas. En el Jordán se hace patente la respuesta amorosa de Dios. La voz que sale del cielo pronuncia estas palabras: “Tú eres mi hijo amado, en ti me complazco”(Mc 1, 11).

Si nos detenemos despacio en algunos fragmentos evangélicos, vemos que las palabras de Jesús desprenden ternura, confianza, libertad y pasión por Dios. El místico San Juan de la Cruz describe bellamente este amor encendido. Dios es un apasionado de su creación, del cosmos, de la vida y ¡cómo no! de su criatura más perfecta, el ser humano. El amor de Dios hacia el hombre llega a su culminación cuando le da su mismo aliento, un corazón capaz de amar sin límites.

El Dios cristiano es un único Dios. Jesús se desmarca de la concepción politeísta de algunos habitantes de su pueblo. Para él hay un solo Dios, tal como se recoge en la ley mosaica.

El Dios de Jesús es el Dios de la tradición judía del pueblo de Israel, el Dios de los profetas, el Dios de Abraham, de Isaac, de Jacob, el Dios veterotestamentario. Jesús vive en su corazón la idea de un Dios creador, libertador, justo y misericordioso. Podríamos seguir calificando a Dios con diferentes adjetivos que usaba el pueblo hebreo. Así los recogemos en los diferentes libros del Antiguo Testamento, hasta llegar al Nuevo Testamento, cuando la imagen de Dios cobra un sentido más pleno. Con Jesús se da un salto cualitativo en la concepción de Dios. Él lo llamará Padre: es un Dios amigo y cercano. Un Dios que nunca se cansa de amar, que siempre perdona y siempre espera. Su anhelo más profundo es la felicidad de su criatura, su libertad, su alegría. Es un Dios enamorado del hombre.

¿Qué significa hablar de un Dios enamorado? La palabra enamorar tiene una profunda connotación afectiva. En Dios, se traduce en una entrega sin límites y una búsqueda del amado: es un amor interpersonal y generoso. Dios es un apasionado y enamorado de su criatura, pero no coarta su libertad ni la obliga a dar una respuesta a su amor. La palabra enamorar, socialmente, también puede tener connotaciones peyorativas. El romanticismo de los literatos describe el enamoramiento como un ensimismamiento del hombre, por un lado, y por el otro como un cierto egoísmo y un afán de poseer y de absorber al otro, ahogando su libertad. Evidentemente, no estamos hablando de este enamoramiento, que es más psicológico. Estamos hablando de un amor que respeta totalmente al otro y lo potencia. En Dios este concepto queda sublimado, elevado y salvado de toda connotación egoísta. Este amor de enamorado que llena a Jesús refleja un profundo sentimiento de filiación: se siente hijo de Dios. De un Dios que nunca asfixia la libertad de nadie por el hecho de amar, sino todo lo contrario: lo eleva y lo dignifica hasta su máxima plenitud.

Podríamos decir que Dios siente una pasión divina por el hombre. En el mensaje nuclear de la Torah se manifiesta la respuesta del hombre al amor de Dios. La ley de Moisés recoge el precepto sagrado de Israel: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todo tu ser”. Es así como Dios quiere que le amemos: de la misma manera que Él nos ama, con pasión y tenacidad.

Dios ama todo fruto de su amor creador: firmamento, ríos, mares, plantas, animales, dotándolos de una belleza singular. Es fácil enamorarse del sol, la luna, las estrellas… y dejar que esa emoción invada nuestro ser. Todo lo creado es un regalo de Dios para el hombre. ¿Cómo no va amar al ser humano con todas sus fuerzas? Lo ha creado con un especial mimo, otorgándole una libertad y una capacidad de respuesta a su amor como no lo ha hecho con ninguna de sus criaturas. En la creación del hombre Dios ha proyectado todo su amor y su ser, con el deseo de darle la mayor felicidad. Para ello la ha proporcionado también una enorme capacidad de sacrificio y entrega a los demás. La pasión de Dios por el hombre es la fuerza mística de su amor. Así lo vivió Jesús, que nos revela el interior del corazón de Dios.

Jesús se siente especialmente amado por Él. Esta es la gran revelación de su mensaje: Dios nos ama. Su tarea ministerial consistirá en que otros tengan la misma experiencia, la de un Dios enamorado del hombre. En Jesús vemos la historia de un amor que llega a su culminación en él. La mirada y el rostro de Jesús son los del mismo Dios. Son dos en uno que se estremecen en un abrazo eterno.

Nota: el libro Un Dios enamorado del hombre quiere recoger este mensaje de Jesús. A lo largo de sus páginas se va revelando de múltiples maneras la pasión y el amor incondicional de Dios por su criatura predilecta: el hombre.

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