domingo, junio 14, 2009

La eucaristía, un gesto de entrega

Toda la vida de Jesús, sus palabras, su mensaje, sus milagros, sus gestos hacia los más débiles, expresa una generosa entrega y un firme deseo de hacer la voluntad de Dios. En su corazón y en su horizonte el anhelo más profundo es unirse al Padre.

Tan claro lo tiene, que pasará por una dura prueba, el camino hacia la cruz. Su muerte deja patente su docilidad extrema al Padre. La cruz de Jesús es el máximo gesto de libertad. Morir por amor, entregarse por amor, pone de manifiesto el deseo íntimo de comunión con Dios. Él se ofrece como víctima propiciatoria para el rescate de la humanidad. Hoy celebramos la valentía de un acto que para nosotros supone purificación, libertad y redención. La entrega y la muerte de Jesús son nuestra liberación.

Un hombre bueno desgarrado en la cruz ha de despertar en nosotros deseos ardientes de convertir nuestro corazón y aprender a mirar con ternura el rostro sufriente del santo de Dios. Ojalá esa imagen de Jesús clavado en cruz despierte en nosotros una nueva fuerza que nos ayude a contemplar con entrañas de madre el sufrimiento del mundo. El cuerpo y la sangre de Jesús, hechos eucaristía, son el cumplimiento de sus palabras antes de subir a los cielos: “Yo estaré con vosotros siempre, hasta el fin de los días.”

El pan y el vino hechos sacramento son la prueba de su presencia permanente en la eucaristía. Jesús sigue estando vivo en la vida de la Iglesia a través de la experiencia sacramental. Sin la práctica asidua de la eucaristía difícilmente entraremos en el misterio de su entrega. Vivificados por la eucaristía, aprenderemos a vivir nuestra vida como un gesto de donación a Dios.

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