Después de más de 25 años de sacerdocio, con una experiencia
pastoral en varias parroquias en Badalona y Barcelona, he descubierto que el
eje central del ministerio sacerdotal es la oración.
La oración es el espacio vital donde, desnudo ante Dios, el
hombre se da cuenta de que lo más importante es el diálogo íntimo con Aquel que
lo ha creado. Teniendo mucho valor la pastoral, todo cuanto pueda hacer no
tendría sentido si no parte y se alimenta del encuentro personal con Dios.
La dimensión contemplativa es consustancial a la vocación
evangelizadora y misionera. Del encuentro en la plegaria nació, y de ella se nutre
cada día. La misión no es de Dios si no parte de él.
Hiperactivismo pastoral
Me preocupa percibir en muchos sacerdotes un exceso de celo
pastoral. Y por exceso me refiero a un activismo frenético que los lleva al
cansancio y a la falta de alegría. Esta es una actitud pelagiana: actuar como
si todo cuanto se hace dependiera de uno mismo y no del diálogo sosegado y
abandonado con Dios. Así, es fácil convertirse no tanto en un apóstol de la
buena nueva como en un activista de su propia causa que necesita mantener su
autoridad y su liderazgo espiritual.
La hiperactividad pastoral puede desembocar en una terrible angustia, porque
no siempre salen las cosas como uno desea, y no siempre se puede comunicar el
entusiasmo a otros, de modo que se unan a la causa. Esto sucede en parroquias,
comunidades religiosas y movimientos. Cuando nos desviamos del camino
contemplativo nos perdemos en la afirmación de nuestro propio ego. Del
agotamiento pasamos a la rutina, y nos vamos arrastrando paulatinamente hasta
llegar al desencanto de la propia y hermosa vocación.
El misterio y la verdad
Durante cuatro semanas seguidas hemos visto cómo el tema
central del evangelio de Lucas, en las lecturas dominicales, era la oración. En
Jesús y en nosotros, consagrados y laicos, la oración es la palanca de toda
actividad misionera.
Sin ella vamos dando tumbos de un sitio a otro, sin rumbo
fijo. Ya podemos ser grandes oradores, o tener una inteligencia privilegiada, o
una aguda penetración en los misterios de Dios. Ya podemos conocer la teología
tomista o las constituciones dogmáticas, todo el corpus doctrinal de la
Iglesia. Podemos estructurar de manera brillante un discurso teológico, que
nunca se agotará. La verdad no es una entelequia, ni un discurso filosófico o
científico bien elaborado. Ni siquiera una metafísica. Para que la verdad sea
igual a Dios hemos de trascender la retórica intelectual y penetrar en el
misterio del corazón. Y para ello necesitamos algo tan sencillo como un diálogo
personal, de tú a tú.
Hablar en la intimidad, en el silencio, puede arrojar una
luz extraordinaria sobre Dios. En el silencio se nos da la revelación auténtica
de su propia identidad. ¿Qué nos falta a los curas? No nos ordenaron para ser
grandes académicos y teólogos, sino para ser pastores entusiasmados, valientes,
con una única meta: que el rebaño confiado a nosotros, la parroquia, la
comunidad, se sienta familia de Cristo, parte de la Iglesia universal donde el
ejercicio de la caridad es el indicador de autenticidad y coherencia.
Los cristianos son los brazos de Cristo en medio del mundo.
Sin quitarle importancia a la doctrina, porque la tiene, ni a la catequesis y
la formación, así como a la vida sacramental, no olvidemos que el punto que
equilibra nuestras acciones y nuestro mundo interior es la soledad y el
silencio. Sin prisa, sin distracciones, en la oración está el sentido último de
nuestra vocación. Cuando concebimos a Jesús como un amigo personal, él
mantendrá nuestro aliento vital, porque Jesús es una persona. De persona a
persona se puede establecer una comunicación profunda que nos da la fuerza
necesaria para estar en las trincheras sin desfallecer. En el encuentro de tú a
tú está la clave del crecimiento espiritual.
Libertad y caridad
Una característica crucial del presbítero es la libertad.
Dios en Jesús es la máxima verdad. Y Jesús es la máxima expresión de libertad
de Dios. En la oración, en la medida que vamos entrando en la órbita de Dios,
nos vamos configurando con Cristo y vamos sintonizando con su libertad. El aire
de libertad de un consagrado lo identifica con Cristo.
Hablamos de libertad interior y de libertad en la institución,
sin que el compromiso pastoral sea un obstáculo. La docilidad a Dios pasa sin ninguna
rémora por ese trabajo dentro de la estructura diocesana. Nuestro sí a Dios
pasa por un compromiso y una exigencia: cuando nos entregamos, se nos pedirá
todo.
Pero también está la libertad de la conciencia que, sin
anular el compromiso, es tan sagrada como este. Y es que una libertad que no
lleva al amor no es verdadera. Es de crucial importancia trabajar porque la
gente descubra el amor desde la libertad.
Para muchos es más fácil convertirse en parte de una
maquinaria dentro de una estructura que invitar a la gente a descubrir el amor
a Dios y a los demás, arriesgándose y a veces rayando lo políticamente
incorrecto. Pero la verdad, la libertad y el amor han de ir unidos. Si no es
así, el pastor de una comunidad pierde
el horizonte de lo esencial. Porque Dios es la única verdad, la única libertad
y el amor absoluto que da sentido a nuestra vida.
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