Un Papa con nuevo estilo
Desde su elección, el Papa Francisco se ha convertido en una figura mediática, quizás más allá de lo que él hubiera esperado. Su primer gesto de agacharse ante los fieles fue un acto simbólico que cautivó a todos los que estaban aquella tarde en la plaza de San Pedro y a quienes lo vimos por televisión. Desde entonces, han pasado ocho meses y no deja de sorprendernos por los continuos gestos que nos hablan, no de una estructura doctrinal ortodoxa, sino de una iglesia que quiere estar próxima a la gente. Gusten o no, nadie se queda indiferente.
En la Iglesia hay distintas sensibilidades, movimientos y órdenes religiosas; una rica proliferación de grupos con tendencias espirituales diferentes. Las palabras del Papa, sus discursos, las entrevistas, sus catequesis… todo esto sobrepasa las estructuras mentales de ciertos grupos, que se han apalancado en una visión doctrinal demasiado conceptual, a veces alejada de la realidad social y pastoral. Desde un minucioso análisis doctrinal y teológico, el Papa no se aparta en nada de la ortodoxia de la Iglesia. Diría que está en la misma línea que Benedicto XVI, y en la línea del Vaticano II. La diferencia no está en el contenido de sus gestos y discursos, sino en el estilo de llevar a cabo su pontificado. Hasta diría que ambos Papas, el emérito y el actual, se complementan, no se oponen. Están en una misma sintonía. Y por muy Papa que uno u otro sean, cada uno tiene su modo especial de ser, que se refleja en su manera de ejercer el papado. Podríamos decir que el Papa Francisco, por su personalidad y su vocación jesuita, tiene una forma de hacer y decir que es propia del talante de esta institución. Su fidelidad al magisterio está probada día a día en sus discursos y predicaciones, muy pedagógicos y con una carga moral y social muy fuerte. Así lo ha vivido en la espiritualidad ignaciana, donde el evangelio se vive teniendo como preferencia a los pobres y los humildes del planeta. Esto no se opone al magisterio de la Iglesia; es más, lleva al límite la Rerum Novarum y la doctrina social de la Iglesia.
Un Papa que sorprende
Por ser argentino, jesuita y devoto de San Francisco su estilo arriesgado ante los medios puede parecer muy atrevido, especialmente cuando defiende la libertad de la conciencia y el respeto a los homosexuales, o cuando habla de la Verdad. Sorprende porque el lenguaje que utiliza es muy directo y su forma de hacer rompe con un estilo muy formal que tenía al papado preso en toda una red protocolaria.
¿Qué nos sorprende del Papa? Su libertad. Su fortaleza. Que esté por encima de las críticas y haga lo que considere adecuado. Pero, sobre todo, nos asombra ese estilo franciscano, su deseo de trabajar con todas sus fuerzas por una Iglesia pobre y enamorada, que renuncia al poder y a la pompa, a la gloria terrena. No teme dialogar con nuestra cultura relativista. No le dan miedo la prensa, la sociedad, los lobbies de presión. No lo detiene la rigidez que ha convertido el evangelio en un formalismo legal y paralizante, dando más importancia al contenido doctrinal que al anuncio de la buena noticia de Jesús, transmitida con parábolas didácticas que ayudan a la gente sencilla a comprender el núcleo de su mensaje.
La humildad de la fe
En el examen final de nuestras vidas la buena nueva del amor de Dios y su salvación siempre pesará más que los conocimientos. Jesús no nos examinará de la Summa Teologica de santo Tomás de Aquino, ni nos pedirá si hemos leído las Confesiones de san Agustín, ni nos preguntará sobre el argumento ontológico de san Anselmo, ni sobre la teología patrística o los tratados de eclesiología, ni sobre la teología de la Trinidad. En el cielo tenemos a una santa Teresita del Niño Jesús, que rezaba solo con la Biblia, dirigiéndose a Dios con palabras sencillas y confiadas. Su Historia de un alma fue el libro de cabecera del Papa Juan XXIII. Esta joven, sin haber estudiado teología, es hoy doctora de la Iglesia.
Las preguntas serán: ¿has amado?, ¿has perdonado?, ¿has sido humilde y has trabajado por la paz y la unidad?
Doctrina y salvación
Cuántas veces caemos en la petulancia de creernos mejores que nadie. Y nos atrevemos a hacer juicios porque no nos gusta lo que dice el Papa y cómo actúa. Nos convertimos en jueces sin medida, porque nos hemos anclado en la ortodoxia doctrinal, paralizante y esclavizadora Y, sobre todo, hemos caído en el error de convertir la figura de Jesús en una idea, lejos de verlo como persona humana. Reducir a Cristo a una entelequia es la anti-teología. Se aleja del tono de oferta salvífica que hay en el núcleo de su mensaje: liberación, misericordia, perdón, alegría, reencuentro, plenitud y promesa de un cielo.
No estoy diciendo nada que se oponga a la teología de la encarnación y a la teología pascual. Esto es esencial y está en el corazón de la doctrina cristiana. Es verdad que el lenguaje del Papa es diferente, es pastoral y vivencial, y así llega más a la gente, facilitando que entiendan y abracen a Cristo, y se sumen a la labor misionera de la Iglesia.
Un Papa controvertido
¿Es el Papa una figura controvertida? Sí, como lo fue Jesús. Para la religiosidad judía y las instituciones de su época, que habían convertido el amor a Dios en un culto a la ley y a los preceptos, Jesús huía del legalismo religioso y venía a hablar de un Dios Padre, lleno de bondad y de misericordia. Claro que este Papa es controvertido, porque no encaja en ciertos modelos asfixiantes que viven la religión como un sistema doctrinal en cuyo centro no está Dios, sino una idea de Dios que se han fabricado para encajarla en su propia espiritualidad, fruto de la tradición, de la ciencia teológica, sin pasión vital por la persona de Jesús de Nazaret.
En las redes sociales y en diversos medios no dejan de aparecer críticas demoledoras contra el Papa. Censuran sus zapatos, su decisión de permanecer en la casa de Santa Marta, sus discursos, las entrevistas… Cuánto tiempo inútil y perdido en críticas estériles. Lo sorprendente es que estas reacciones beligerantes vienen del corazón de la Iglesia. Y lo triste es que las críticas a veces son despiadadas. ¿Qué les pasa a estas personas? ¿Se creen en posesión absoluta de la verdad? ¿Están cuestionando la asistencia del Espíritu Santo en la elección de los cardenales? ¿No creen que los dos tercios de cardenales que votaron al Papa lo hicieron inspirados por el Espíritu Santo y que si ha salido elegido, aunque rompa nuestros esquemas, quizás es porque será un mayor bien para la Iglesia? ¿Tanto les cuesta entender que quizás en esta coyuntura histórica Francisco es el vicario de Cristo que necesita la Iglesia?
Creer que el Espíritu Santo se ha equivocado porque no nos gusta el nuevo pontífice es de mucha arrogancia. ¿Hemos dejado de creer en el Espíritu Santo o estamos enfadados con él porque no ha salido nuestra quiniela?
Miedo al soplo del Espíritu
Nos recluimos en la tradición porque nos da miedo la novedad del soplo del Espíritu Santo, que quiere rejuvenecer la Iglesia desde sus fundamentos. Nos da vértigo un replanteo, no de lo esencial, porque esto no cambia, sino de nuestra forma de transmitirlo. ¿Cómo podemos cuestionar la sabiduría y la oración de setenta padres conciliares, pastores, muchos de ellos al frente de grandes diócesis? Son hombres sabios y preparados, por esto están en el colegio cardenalicio. La Iglesia pasa por aguas turbulentas y necesita de una profunda regeneración. La radicalización y la beligerancia de algunos sectores conducen a la fragmentación y amenazan la unidad y la comunión con el Papa. Algunas tendencias fundamentalistas están idolatrando la tradición y tachan de poco menos que herejes a todos los que no piensan como ellos. Son los nuevos inquisidores de la Iglesia. Si pudieran hacer callar al Papa, lo harían. No lo quemarían en una hoguera, como a Juana de Arco, pero con sus comentarios y mensajes, propagados en los medios y en Internet, están incendiando la Red con la gasolina del orgullo religioso.
El Papa, pescador y libre
El Papa ha decidido renunciar a la pompa de un emperador romano y ponerse la túnica de un pescador de hombres, que es lo propio de su misión petrina. Ponerse al lado de los pobres, de las prostitutas, de los gays, de los pecadores, de los que sufren, puede que esté muy lejos de la tradición, pero no del evangelio ni del corazón de Jesús. Como jesuita, conoce muy bien el profundo sentido teológico de la cruz. Lo ha vivido en su propia institución. Conoce también el precio de la libertad.
Como bien dijo Jesús, no os preocupéis por los que matan el cuerpo, tampoco por los que os calumnian mediáticamente, añadiría yo; la libertad nunca os la matarán, porque es sagrada y es de Dios: él es la suprema libertad y Jesús la encarnación de su libertad. El Papa, como vicario suyo, nunca ha de renunciar a esa libertad preciosa del alma y la conciencia. Al que es libre no le importan los ataques, ya que son fruto del precio a pagar.
Para mí, el Papa no es un huracán, es una brisa de primavera que ayudará a reverdecer los prados y bosques secos y desérticos del mismo corazón de la Iglesia. Más que pensar en un guerrero que lo quiere cambiar todo, me gusta pensar en él como en un jardinero que quiere embellecer su jardín y está trabajando, con tesón, por una nueva aurora de la Iglesia.
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