Hace algunos años salió publicado en la prensa que en
Barcelona la práctica religiosa es de un 10 % de la población, es decir, que
cada domingo unas trescientas mil personas acuden a misa. El porcentaje de
bautizados, sin embargo, es mucho mayor. Pero lo que me parece más preocupante la
falta de implicación. De todos los que participan en la celebración muy pocos
están comprometidos con la parroquia y la comunidad. La implicación pastoral es
bajísima y arroja un panorama muy sombrío. Tanto, que nos estamos jugando el
futuro del relevo generacional en nuestras parroquias.
Los sociólogos cristianos están alarmados ante el
enfriamiento religioso cada vez mayor. Se está convirtiendo en un reto al que
urge dar una respuesta inmediata.
De la doctrina al testimonio
¿Dónde podrían estar las causa de esta reducida
participación? Hay cambios en la educación.
Se han promovido ideologías y filosofías que niegan la dimensión
religiosa del hombre o la reducen a un fenómeno psicológico o cultural. También
se ha dado un desencanto ante las instituciones tradicionales. Hay un problema
de lenguaje: la sociedad civil no entiende el lenguaje religioso. Por parte de
la Iglesia, a veces se ha dado un talante duro, demasiado apologético y
doctrinal. En algunos sectores eclesiásticos hay un miedo terrible a reconocer
que la teología no está acabada, miedo a perder la seguridad en lo que siempre
hemos creído, pánico a dialogar con las ciencias y su visión cosmológica. Pero
la causa más profunda quizás no es tanto la cuestión intelectual de nuestra fe
como el testimonio de nuestra experiencia vital. Nos encorsetamos en la
doctrina porque hemos fundamentado la fe en el intelecto, más que en una
experiencia viva de adhesión a Cristo. Sin quitarle importancia a la formación
intelectual, no podemos reducir la fe a un concepto teológico bien
estructurado. No podemos convertir nuestra fe en entelequias mentales. Tenemos
miedo a salir de nuestra formación académica y de nuestras instituciones para
enfrentarnos a la realidad de una sociedad que rechaza la excesiva rigidez. Nos
da pánico salirnos de las fórmulas de siempre. O aprendemos a evangelizar en la
intemperie, tirando de nuestra creatividad pedagógica, o esta era glacial
congelará el potencial extraordinario que tenemos.
Hemos de aprender a hablar de la verdad no solo como un
concepto filosófico y abstracto, sino en el sentido bíblico de la verdad como
experiencia, como vida, como persona: la persona de Jesús. La verdad nos hará
libres, dice san Juan en su evangelio. Y Benedicto XVI dice que no puedes
poseer la verdad, sino que la luz de la verdad es la que te posee.
Gelidez interior
Aunque sea duro reconocerlo, peor que la frialdad social y
de la gente que no cree es la gelidez de dentro, la de los que creemos y
venimos a misa. Mirar la apatía de la gente de afuera es triste, pero es mucho
más inquietante ver la frialdad de la que está dentro de la barca de la
Iglesia. Que en una demarcación parroquial de treinta mil habitantes solo
asistan a misa unas cuatrocientas personas es muy poco. Pero que, de estas
cuatrocientas, solo se impliquen en la comunidad de un 3 a un 5 % está
revelando la dramática situación que vive la Iglesia y su incierto futuro. Las
causas de esta deserción no están fuera, ni siquiera en la falta de
credibilidad en que han caído algunas instituciones eclesiásticas. El problema
es la coherencia personal de los cristianos. Para mí esto es lo que realmente
está empobreciendo a la Iglesia. ¡Muchos de los que están dentro no vibran!
Falta pasión, entusiasmo, compromiso, adhesión y
pertenencia. Si reducimos la fe al ritual del cumplimiento, al precepto por
obligación y a la excesiva teoría, nos estamos perdiendo la alegría de una
invitación a vivir un encuentro festivo. Mientras que la eucaristía no se
entienda como un encuentro gozoso con Cristo estaremos mercadeando con Dios,
dándole nuestro escaso tiempo para conseguir algo.
Sorprende ver cómo, una vez acabada la celebración, el
templo queda vacío en cuestión de minutos. La gente se marcha a toda velocidad.
¿Dónde está el sentido de pertenencia, de fraternidad, de comunidad? ¿A qué han
venido? ¿Cómo no son capaces de quedarse aunque solo sea un rato para compartir
y saborear esos momentos eucarísticos con los demás?
Sentirse comunidad viva
Necesitamos salir de esa zona de confort y movernos hacia
afuera. Hemos de sacudirnos la rutina y la desidia de cumplir por obligación.
Es de la esencia de la eucaristía vivirla y celebrarla no como una actividad de
autoconsumo sacramental para acallar la conciencia. Es más, si no nos sentimos
parte de una comunidad no entenderemos que lo que da sentido profundo a la
Iglesia es el ofrecimiento de Cristo en la eucaristía, y que este don se nos
hace como comunidad, como Iglesia. Este regalo no tendría sentido fuera de
ella. Estamos hablando de Cristo, que se nos da como don gratuito.
Me entristece percibir que muchas personas que vienen a misa ni siquiera se saludan. Con prudencia me atrevería a afirmar que toda la potencia de la eucaristía solo penetra en el corazón de cada uno cuando este se siente parte de los otros, formando una comunidad viva y comprometida. No digo que el sacramento no tenga valor en sí mismo, pero el no sentirse parte de un todo puede reducir los efectos de su gracia. El futuro de la Iglesia depende del vigor de una comunidad que realmente se lo cree y vive la eucaristía tomando conciencia de la dimensión social y pastoral de su vida cristiana. Ahí está el futuro de la Iglesia: que cada uno, desde el banco donde participa en la misa, vibre de tal manera que se convierta en un impulsor de oxígeno; así toda la comunidad, por ósmosis, respirará y crecerá. Busquemos tiempo para que la Iglesia siga dando buenas razones de esperanza en una vida plena y gozosa. Solo así el aliento del Espíritu soplará con toda su fuerza. Nosotros somos parte de ese aliento. Ojala aprendamos a regalar nuestro tiempo, como mínimo un diezmo, a la Iglesia, a los demás y, sobre todo, al Dios que nos ha regalado todo el tiempo.
Me entristece percibir que muchas personas que vienen a misa ni siquiera se saludan. Con prudencia me atrevería a afirmar que toda la potencia de la eucaristía solo penetra en el corazón de cada uno cuando este se siente parte de los otros, formando una comunidad viva y comprometida. No digo que el sacramento no tenga valor en sí mismo, pero el no sentirse parte de un todo puede reducir los efectos de su gracia. El futuro de la Iglesia depende del vigor de una comunidad que realmente se lo cree y vive la eucaristía tomando conciencia de la dimensión social y pastoral de su vida cristiana. Ahí está el futuro de la Iglesia: que cada uno, desde el banco donde participa en la misa, vibre de tal manera que se convierta en un impulsor de oxígeno; así toda la comunidad, por ósmosis, respirará y crecerá. Busquemos tiempo para que la Iglesia siga dando buenas razones de esperanza en una vida plena y gozosa. Solo así el aliento del Espíritu soplará con toda su fuerza. Nosotros somos parte de ese aliento. Ojala aprendamos a regalar nuestro tiempo, como mínimo un diezmo, a la Iglesia, a los demás y, sobre todo, al Dios que nos ha regalado todo el tiempo.
2 comentarios:
Infinitas gracias, apreciado Padre Joaquín por una excelente reflexión de nuestra Relación con el Amor más Fiel, Eterno de nuestras vidas:
DIOS!!! Con él todo lo podemos...
Sin él... nada somos!!!
Nuestro propósito de vida es:
Amarlo por sobre todas las cosas y entregarnos, compartiendo con nuestro prójimo el más grande regalo:
SU AMOR ETERNO!
Graciasx3 Amado Padre del Amor Hermoso!
Siempre,
Blanca Eva Mendoza Herrera
Juntos, edificando vidas!
☺
Mi gente linda del universo:
Un miércoles 01. Octubre y semana Grandemente Bendecida!
A disfrutar para triunfar...
Juntos, edificando vidas!
Tiempos de Libertad!
I LOVE YOU... 4LIFE+INT! 🌍👍💜🌅🚞💎🏊🐎🏀🎾🚘⛵💎💯%🔤😚👼💜🌈🌷🌷🌷
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