La incerteza ante el futuro nos crea preocupaciones. Cuanto
antes resolvamos nuestras inquietudes, mejor. Dedicamos mucho tiempo, llenamos
nuestras agendas de compromisos y nos lanzamos a la vorágine para encontrar
salidas con el deseo legítimo de estabilizarnos económicamente, laboral y
socialmente, aunque a un precio muy alto. El frenesí marca la angustia a la que
estamos sometidos. Y más cuando en la sociedad, en la cultura y en la
educación, se sobrevalora en exceso el voluntarismo: soy dueño de mi historia. Es verdad que se ha de tener la
autoestima bien puesta para saber hacer frente a los desafíos personales. Pero
también es necesaria la calma, el silencio, el sosiego, para justamente saber
discernir por dónde hemos de ir. El equilibrio entre el silencio sereno y la
actividad es esencial para no caer en una huída hacia adelante, sin rumbo.
Cuántas agendas llenas de reuniones y compromisos. Es alarmante, desde un punto
de vista psicológico, cómo en tan poco tiempo intentamos zambullirnos, hora tras
hora, en una enorme cantidad de tareas sin dejar respiro a la mente ni al alma.
Así llegamos inevitablemente al estrés, que afecta a tantas
y tantas personas sometidas a un ritmo fuerte. La tensión acaba afectando a su
sistema inmunológico y terminan sufriendo muchas patologías físicas y psíquicas
que pueden derivar en graves enfermedades. Nos han educado para ser
superhombres que no podemos fallar a la sociedad, al precio que sea necesario.
Los patrones educativos familiares y de nuestras amistades nos empujan a ser
mejores que nadie, a ser los primeros, cueste lo que cueste. Cuántas secuelas
ha causado este culto exagerado a uno mismo. La psicología está desvelando
datos altamente preocupantes. Hay generaciones de jóvenes y adultos marcadas
por esos modelos y prototipos. Hombres y mujeres complacientes que quieren
llegar a todo y a todos, sufriendo mucho cuando no pueden atender todos sus
deberes. Hoy se habla de las generaciones ni-ni, pero también podríamos hablar
de las generaciones de los bulímicos laborales, que llegan a convertirse en
adictos al trabajo. ¿Qué ha pasado? Tanta agenda repleta de compromisos, sin un
solo espacio en blanco para descansar, respirar, mirar hacia el horizonte o
hacia el cielo… ¿Qué nos falta, en esta sociedad lanzada vertiginosamente, sin
norte? Justamente esto: tiempo y espacio para el cultivo interior.
Tiempo para Dios, para lo esencial, para el ser, no tanto
para el hacer. Tiempo para la calma, para la oración, para encontrarse con uno
mismo. Tiempo y lugar para abrazar con paz la propia realidad, tal como es.
Tiempo para cambiar de paradigmas. Tiempo para soñar, para ser libre, para
construir desde el silencio, para crear. Tiempo para los demás. Tiempo para
perderlo, si es necesario.
Dios ha dedicado mucho tiempo, con enorme generosidad, para
hacer posible nuestra existencia. Podríamos decir que Dios ha invertido parte
de su eternidad para que nosotros fuéramos, desde la creación del universo
hasta la última forma de vida biológica. ¿Podemos regatearle tiempo a él, que
es la fuente del ser?
¿Por qué enfermamos? Porque vamos perdiendo calidad de vida
física, psíquica y espiritual. Porque el frenesí no nos permite valorar quiénes
somos y hacia dónde vamos. Solo pasando el tiempo serenos, conscientes de
nuestro presente, evitaremos ir dando vueltas sin saber hacia dónde vamos. El
ser se empequeñece y el hacer se va haciendo más grande, como una bola de
nieve, hasta que nos engulle.
Hagamos un esfuerzo para agendar a Dios en nuestra vida. Ya
no solo en un papel que te ayude a organizar tu vida; llévalo en tu corazón,
porque así lo llevarás en la agenda de tu alma.
Mi consejo es que dediques una hora al silencio, cada día.
Entre trabajo y trabajo, haz cinco
minutos de respiración, dando gracias y ofreciendo a Dios tus tareas. A partir
de las siete de la tarde, llega el tiempo del cultivo interior: lecturas,
paseos, amistad, voluntariado, fiesta, encuentro con los seres queridos… Y,
cómo no, el fin de semana es el momento de poner orden interno y externo, hacer
la compra, pasear, intensificar la convivencia con los tuyos, dedicar un tiempo
a la oración comunitaria.
Si dejas
que Dios entre, no solo en tu agenda, sino en tu vida, todo será fecundo,
suave, sereno. La paz invadirá tu mente, porque habrás vencido a la prisa y al
vértigo. Te convertirás en dueño de tu tiempo, y esto significa que serás dueño
de tu vida, libre del frenesí. Descubrirás la importancia del ser por encima
del tener y del hacer. Y te darás cuenta de que no te falta nada, porque tienes
un gran aliado: Dios, tanto en la agenda como en tu corazón.
1 comentario:
Este escrito refleja lo casi inalcanzable: LA SABIDURÍA DE VIVIR.
¿Por qué somos incapaces de seguir estos consejos si, haciéndolo,seríamos más felices?
Muy sencillo: Porque siempre nos olvidamos de dejar nuestra vida en las manos de Dios.
Muchas gracias por la reflexión.
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