domingo, marzo 22, 2015

¿Cómo vivir el sacrificio hoy?

En nuestra cultura cristiana se nos ha inculcado mucho el valor del sacrificio. Inmediatamente lo asociamos a privación, a restricción, a una obra que nos cuesta o incluso a una mortificación. Pero en estas prácticas hay que tener cuidado. Santa Teresa avisaba a sus monjas porque era fácil caer en los excesos y en el orgullo. Todo eso, decía, nos aleja de Dios y arruina la salud. El sacrificio entendido como autoflagelación, dolor provocado, puede conducir a la neurosis y a un centrarse en uno mismo, es una forma de masoquismo pero también de narcisismo que puede dañarnos corporal y espiritualmente. El sacrificio material también corre el riesgo de convertirse en ostentación: mi ofrenda es más generosa, más abundante… Dios me dará más si yo le doy más. Ya no hay gratuidad, sino intercambio. Mercantilizamos nuestra relación con Dios.

Misericordia quiero, y no sacrificios, clamaba el profeta. Con esto nos da pistas sobre qué gestos tienen valor para Dios y para nosotros.

El sacrificio es un concepto antiquísimo, presente en todas las religiones y culturas del mundo. En su origen no se trataba de un autocastigo, sino de una ofrenda. Sacrificio viene del latín y significa, literalmente, hacer sagrado. Es decir, se trata de convertir algo en sagrado. ¿Y qué es sagrado? Lo sagrado es lo que pertenece a Dios.

Antiguamente se sacrificaban animales o se quemaban perfumes, objetos o productos de la tierra para ofrecerlos a Dios. Renunciar a estos bienes para quemarlos ante la divinidad era una forma de decir: todo esto no nos pertenece, es un regalo de Dios y se lo ofrecemos a él. La Biblia nos cuenta que Caín y Abel sacrificaban a Dios las primicias de la tierra y del ganado. Y Dios veía con agrado el sacrificio de Abel, porque no lo hacía por obligación ni con mala gana, sino de corazón, y con esplendidez, eligiendo lo mejor que tenía para darlo a Dios. 

Nuestra fe cristiana nos enseña que Dios no necesita esos sacrificios para aplacar su ira. El cambio es radical: Dios mismo se sacrifica por nosotros. Él se ofrece a los hombres y muere a sus manos, en la cruz. ¿Puede haber sacrificio mayor que el de un Dios que muere de amor por sus criaturas? El gran sacrificio ya ha sido realizado. Entonces, ¿qué sentido tiene para los cristianos el sacrificio?

 Ya en la Biblia, en un episodio impresionante, vemos cómo Dios detiene la mano de Abraham, a punto de sacrificar a su hijo Isaac. Dios no quiere esa clase de sacrificios antiguos. ¿Qué podemos ofrecerle al que lo ha creado todo y no necesita nada de este mundo?

Dios no necesita ofrendas materiales. Pero hay algo que podemos ofrecerle: a nosotros mismos. Ofrecerle tiempo: para rezar, para estar con él; ofrecerle nuestros bienes, donando limosnas y ayudando a quienes lo necesitan; ofrecerle nuestros talentos, poniéndolos al servicio de los demás y no de nuestra vanidad. ¿Qué le ofreceremos a quien nos ha dado la existencia y lo mejor de todo: a sí mismo?

No seamos cicateros ni avaros a la hora de hacer sacrificios. No le demos a Dios las sobras, si es que hay sobras. A veces parece que Dios sea lo último de nuestra vida y le damos solo los restos: el poco tiempo que nos queda, si queda; la limosna que es calderilla sobrante; la poca energía que conservamos después de habernos quemado en mil ocupaciones, algunas de ellas innecesarias, o superficiales…

Pero no veamos el sacrificio en negativo, como algo que nos disminuye, algo que nos merma o nos mutila. El sacrificio, hacer sagrado algo para Dios, en realidad es una forma de vivir radicalmente distinta. ¡Hagamos que nuestra vida sea sagrada! Dios no quiere nuestro dolor ni nuestra muerte, sino nuestra vida, nuestra salud, nuestra alegría. Démosle a Dios lo mejor que tenemos: nuestro gozo, lo que nos apasiona, nuestros amores, nuestras ilusiones, las mejores horas del día. Convirtamos nuestros días en una liturgia viviendo en profundidad, conscientemente, despacio, acariciando todas las cosas que hacemos. Trabajemos con amor, hablemos con amor, miremos, toquemos, caminemos con gratitud y sintiendo intensamente el don de la existencia. Dios nos da la vida, devolvámosle una vida saboreada, paladeada, exprimida con amor. Una vida entregada, también, a quienes nos rodean, criaturas de Dios.

Decía un filósofo que el otro, el prójimo, es tierra sagrada. Sí, el otro es templo de Dios, tierra santa a la que amar y cuidar como lo haríamos con el mismo Dios. En esto consiste el verdadero sacrificio.

 Cuaresma 2015 

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