El P. Juan Barrio, hace 25 años y en la actualidad.
Hoy he tenido la alegría de concelebrar en la fiesta de
aniversario sacerdotal del padre Juan Barrio, con motivo de sus bodas de plata.
Él fue mi predecesor en la parroquia de San Félix Africano, ocho años atrás.
Desde entonces hemos mantenido una gran amistad. En un momento clave en que yo
sufría un problema ocular, estuvo siempre ahí, acompañándome y sustituyéndome
en las celebraciones. Doy gracias a Dios de tener por amigo a este sacerdote
fiel, atento y servicial.
Hace unos días vino a comunicarme, personalmente y con
enorme ilusión, la invitación a su aniversario. Y hoy he podido participar en
la celebración de sus bodas de plata sacerdotales, acompañado por el vicario
general Joan Galtés, el vicario episcopal Jesús Sanz y concelebrada con seis
sacerdotes. La celebración ha tenido lugar en el santuario de San José de la
Montaña, al cuidado de las religiosas Madres de Desamparados. Ha sido una
liturgia sencilla, pero muy festiva y participativa, con un gran número de
feligreses tanto de esa comunidad como de otras parroquias donde el padre Juan
ha ejercido su trabajo pastoral. La música era hermosa y fluía en el entorno
cálido del santuario modernista, a los pies de la imagen de San José, patrón de
los sacerdotes.
Juan estaba sereno, lúcido y con una emoción contenida. Se
le veía la paz reflejada en el rostro, y también la alegría. El vicario
general, en un tono claro y pedagógico, ha predicado comentando el evangelio de
Jesús como buen pastor, que es la esencia del sacerdote: el pastor que cuida de
sus ovejas y es fiel a su misión, arriesgándolo todo. Ha terminado su homilía
con una triple consideración, dirigida al padre Juan: una alusión al pasado, a
su fidelidad durante la vocación y en el paso por tantas parroquias y
comunidades, motivo de acción de gracias; una al presente, con su entrega
servicial, y una al futuro, como realidad llena de esperanza.
En el altar, Juan ha culminado la celebración con profunda
unción. Era hermoso ver a este hombre entregado, alegre por servir a su
comunidad.
En su intervención final, el padre Juan ha tenido palabras
de gratitud para todas las personas que lo han acompañado en su sacerdocio
desde los inicios. Él es de Soria y su formación sacerdotal, así como su
ordenación, fue en la diócesis de Orihuela, Alicante. Ha recordado con
sencillez y emoción el día de su ordenación, hace 25 años, como un momento en
el que todo le parecía un sueño. Ha tenido palabras cálidas para sus formadores
del seminario y el obispo que le ordenó, para sus padres y familiares, para las
comunidades por las que ha pasado y los diferentes grupos con los que se
relaciona, incluyendo los visitadores de enfermos y los pacientes del Hospital
del Mar, a quienes atiende espiritualmente. Ha agradecido a los presentes su compañía,
y ha tenido un especial recuerdo por los que «están en la casa del Padre»,
deseando que de algún modo también participaran de este encuentro.
La Iglesia, una familia muy diversa
En el marco de esta celebración he podido darme cuenta de
que hay una realidad en la Iglesia que está basada en los vínculos de amistad y
en la riqueza del origen del celebrante. Se percibía frescura, alegría,
gratitud y hermandad. Era un encuentro de nueve sacerdotes unidos por la
amistad, sencillamente, sin hipotecas territoriales ni ideológicas.
En la diócesis hay este riesgo: que las diferentes
sensibilidades, ya sean de tipo cultural, político o ideológico, nos distancien.
Existe el riesgo, también, de secuestrar la idea de Iglesia y reducirla a una
estructura funcional, y no una realidad viva y humana. Quien no encaje en este modelo
de Iglesia puede quedar desplazado.
La Iglesia tiene que inculturarse, pero no blindarse en
estructuras de pensamiento endogámico. Evangelizar no significa dejarse atrapar
por las culturas mundanas, como dice el papa Francisco, sino trascender los
modelos culturales para llegar a ser universal. Aunque nos encarnemos en una
diócesis con sus peculiaridades, los sacerdotes al servicio de la Iglesia
universal han de ir más allá de la idea de un país, una lengua y una cultura.
Cada persona es patria y tierra donde evangelizar.
Sólo así evitaremos caer en la ideologización de la
pastoral. La lengua y la identidad son un medio y no una barrera que pueda
fragmentar la labor evangelizadora. Hoy, en esta misa, he visto que la realidad
de la Iglesia rebasa las fronteras. He visto alegría, sencillez, amistad,
fiesta. Nueve curas, todos muy diferentes, acompañando al celebrante, formaban
una bella imagen de esta Iglesia diversa, esta Iglesia-familia que Dios quiere.
Tenacidad y sencillez
Mientras hablaba, pensaba que la generosidad del padre Juan
lo ha llevado a una entrega intensa: entre el mar, en el hospital, y la
montaña, en el santuario, ocupándose de los enfermos y de la comunidad de
religiosas, así como de los feligreses devotos de San José que lo frecuentan.
Además del culto litúrgico y la atención pastoral exquisita, Juan atiende a su
familia.
Le pido a Dios que siga así, con esa tenacidad apostólica y
esa sencillez que siempre ha mantenido. Que siga vivo su amor por Cristo y el
sacerdocio y, cómo no, que Dios le ayude a mantener esa lozanía espiritual que
es su gran arma evangelizadora. Espero, algún día, acompañarle en sus bodas de
oro, en su plenitud sacerdotal.
Barcelona, 7 de julio de 2018
A continuación, reproduzco las palabras que el P. Juan dirigió a todos los asistentes
¡Gracias a tantos!
Quiero comenzar agradeciendo de todo
corazón vuestra presencia en esta misa de acción de gracias por mis 25 años de
sacerdote. Agradezco a los dos vicarios episcopales, mosén Jesús Sanz y mosén
Joan Galtés; a mis hermanos sacerdotes, a Inocente, primo hermano de mi padre,
sacerdote de Getafe…; a mi familia, hermano y sobrinos; a las Madres de los
Desamparados de San José de la Montaña, a la Asociación de San José y a la
multitud de amigos que frecuentáis este santuario; a los feligreses de la
parroquia de San Félix, en la que estuve once años; a los feligreses de la
Medalla Miraculosa, donde he estado dos veces, una como vicario recién llegado
de Alicante y otra como adscrito dos años; a los feligress de las parroquias de
San Paulino y de Santa Juliana y Semproniana, parroquias del barrio donde me
crié y actualmente resido; a mis amigos del Hospital, visitadoras de enfermos,
trabajadores y enfermos que habéis venido hoy con mucha alegría para mí. Y
gracias a todos los demás amigos que, de un modo u otro, nos hemos conocido y
querido.
Los que están desde el cielo
También quiero guardar un recuerdo y un
agradecimiento especial a los que hace 25 años estuvieron en mi ordenación y ahora
están en la casa del Padre, entre ellos mi madre (mi padre ya no estuvo en mi
ordenación, había fallecido un año antes), una de mis tías, los dos rectores
del seminario de Orihuela y Alicante, algunos profesores del seminario, mi
párroco Emilio Pons y tantos amigos que me ayudaron y me quisieron mucho, que
Dios os pague todo lo que hicisteis por mí y confío que desde el cielo estéis
viendo esta celebración.
Un día inolvidable
Siento una profunda alegría en este día
tan grande para mí. Hace 25 años recibí de las manos del obispo Francisco
Alvarez Martínez, entonces obispo de Orihuela, Alicante, el sacramento del
orden sacerdotal. A este obispo al poco tiempo le trasladaron y lo nombraron
arzobispo de Toledo y hoy, con 93 años, está muy limitado por su enfermedad de
Alzhéimer.
El día de mi ordenación fue un día
inolvidable, no me lo podía creer, parecía que estaba soñando. Fue un gran
regalo del Señor, sin méritos propios. El Señor me eligió a mí para hacerle
presente allí donde él quisiera, para que, pese a mis pecados y limitaciones,
fuese su instrumento de salvación y de amor. Después de 25 años la verdad es
que soy muy feliz siendo sacerdote. Es cierto que hay momentos de cansancio, de
sufrimiento, de muchas dificultades, pero la verdad es que Jesús nunca me ha
fallado. Él me ha abierto siempre caminos nuevos. Él, como buen pastor, siempre
me ha protegido y librado de grandes peligros y me ha dado fuerza y alegría
para seguir adelante. Por eso hoy, después de 25 años de sacerdote, quiero
darle gracias por este gran regalo que me hizo y os invito a vosotros a que
deis gracias conmigo y, sobre todo, que pidáis al Señor que nunca me separe de
él y que pueda serle fiel toda mi vida.
Gracias a todos por acompañarme en este
día tan grande para mí.
P. Juan Barrio Puente
7 de julio de 2018
Barcelona, santuario de San José de la
Montaña
La misa fue concelebrada
con nueve sacerdotes. Además del celebrante, P. Juan Barrio, estuvieron: Mn.
Joan Galtés, Mn. Jesús Sanz, P. Gabriel (dominico), P. Inocente (primo del P.
Juan), Pedro Muñoz (asistente en algunas misas en el santuario de San José), Rafael
(amigo del seminario), Juan (amigo sacerdote) y Joaquín Iglesias, actual
párroco de San Félix Africano.
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