Estos días de confinamiento he tenido más tiempo para rezar
y pensar en mi querida Iglesia, y redescubrir su hermosa misión en el mundo.
Para mí, este tiempo de encierro ha significado ahondar en el núcleo
fundamental de esta misión. La Iglesia ha formulado una buena teoría sobre
eclesiología. Estos días he reflexionado sobre su aplicación pastoral. Es
decir, cómo vivir y llevar a cabo las verdades de la fe en el día a día.
Unir teología y pastoral
El papa Francisco es un referente pastoral de un valor
extraordinario, y para ello aprovecha no sólo la riqueza del magisterio de la
Iglesia, sino que además le añade su profundo conocimiento del hombre, la
cultura y la sociedad. El Papa hace engranar muy bien la sabiduría teológica
con la humana, utilizando recursos, expresiones y metáforas orientadas a la
evangelización. Mezcla teología, sicología y literatura, amasando de manera
creativa estas diferentes ciencias para elaborar una fecunda y atractiva
pastoral que toca de lleno el corazón humano. Sus homilías, prueba de esta
creatividad pedagógica, no dejan a nadie indiferente.
La gran aportación pastoral del papa Francisco me ha
inspirado este nuevo escrito. He pasado largo rato en silencio, en oración,
intentando ahondar en lo que es genuino de la Iglesia.
La misión de la Iglesia va más allá del culto
Hemos estado dos meses y medio sin celebraciones litúrgicas,
con el ardiente deseo de encontrarnos en comunidad con Cristo eucarístico. Y,
siendo tan importante, el culto no agota la realidad diversa de la Iglesia. Su
misión trasciende el culto. Por eso la Iglesia ha seguido tan viva como siempre
en medio de la pandemia. Aunque no se ha podido celebrar, su misión
evangelizadora ha continuado. Hemos tenido un largo tiempo para dar testimonio
y evangelizar fuera del templo, desde nuestros hogares y trabajos. Por otra
parte, si la liturgia y la comunidad no nos espolean, puede ser un signo de
debilidad y de pobreza comunitaria.
La Iglesia ha de continuar estando en pie, fuera de sus
propios muros. El objetivo es crecer y alimentarnos dentro, y ser misioneros
afuera, sin que ninguna circunstancia, por compleja que sea, nos impida llevar
a cabo nuestra misión. Siendo el templo un referente, lo es también cada
cristiano encarnado en el mundo. Por eso decidí que mi parroquia estuviera
siempre abierta durante el confinamiento. No concibo a un Dios cerrado en sí
mismo, como tampoco a los primeros cristianos encerrados por miedo a la
persecución romana. Ellos no temían a la muerte. Las puertas abiertas de una
parroquia son las puertas abiertas del corazón de Cristo. Gracias a que la
parroquia se ha mantenido abierta, muchos han podido venir a rezar, a pedir
consejo y, algunos, con la protección adecuada y la distancia de seguridad, han
recibido la comunión de manera ordenada en horas y días diferentes. Así como
confesarse y recibir apoyo y consejo, pues esta situación ha generado mucho
sufrimiento y ansiedad. En conciencia, y con la máxima prudencia, no he dejado
de ejercer mi ministerio sacerdotal en plena pandemia del coronavirus. Las
gentes necesitaban ser escuchadas, rezar y sentirse en paz en este lugar
sagrado, fuente de crecimiento espiritual.
Puertas abiertas
Me siento parte de una Iglesia acogedora, en salida, en
plena pandemia. Alguien me comentaba que si las tiendas de tabaco son
consideradas una actividad esencial, ¿cómo no va serlo aquello que es
fundamental para el ser humano, su necesidad incesante de ser escuchado y
atendido en estos momentos de tanta incertidumbre?
Para los cristianos es esencial poder vivir en lo posible de
aquello que sustenta nuestra fe, el encuentro con el Señor. Además de nuestras
necesidades materiales, también las tenemos espirituales. Por eso la parroquia
no podía permanecer cerrada, negando lo que es propio de la Iglesia, que es
ofrecer el alimento de Cristo a todo el que lo pida. Respetando las normas de
seguridad establecidas por las autoridades sanitarias, según el decreto y las
fases de desescalada, que he seguido en todo momento, no he celebrado con la
comunidad hasta que se ha permitido.
Esta situación me ha llevado a pensar en el enorme valor que
tiene el trabajo evangelizador, tarea fundamental de la Iglesia. Para mí ha
sido una gran experiencia constatar el bien que se puede hacer, más allá del
culto. El corazón de Dios nunca deja de latir. Su amor se derrama con fuerza en
los momentos más duros. Él siempre está presente en su Iglesia.
La atención hacia los más vulnerables, la caridad, la
acogida, la oración, el silencio, el anuncio de la buena nueva… Todo esto
estaba en el centro de la misión de Jesús, y esto es lo que hemos intentado
hacer en nuestra parroquia, durante estos tiempos de pandemia.
2 comentarios:
Sí. Estoy muy agradecida de la atención que hemos recibido de su parte durante este largo tiempo de confinsmiento. Daba fuerzas poder visitar al Señor en el Sagrario y poder recibirlo para luego animar a muchas personas. Muchas gracias
Abrir el corazón, abrir las puertas, abrir nuestras mentes... En toda la Biblia, y en especial en el evangelio, el verbo ABRIR tiene un significado crucial. ¡Gracias por recordárnoslo, y por tener la iglesia siempre abierta!
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