Los rayos de tu cálida presencia nos iluminan. El mundo
renace y tu dulce compañía hace vibrar con intensidad nuestro corazón.
Delante de ti, volvemos a contemplarte. Sentimos la fuerza
de tu amor que se desborda sobre nosotros, pequeña comunidad. Desde ese cachito
de pan, derramas tu bondad invitándonos a comer y a alimentarnos de ti. El olor
de tu pan sagrado es aroma celestial, que penetra hasta las profundidades de
nuestro ser. Este tiempo contigo se convierte en un cielo, promesa del
encuentro definitivo. Hoy queremos contemplarte, cantarte, mirarte. Sabemos que
tu silenciosa presencia es real, cercana y viva, en este pequeño Tabor
eucarístico. Quisiéramos eternizar este encuentro que ilumina nuestra alma con
la luz de tu presencia.
El asombro y la devoción se apoderan de nosotros. Deseamos
fundirnos contigo, ser parte de esta hermosa revelación que nos haces. Tu pan,
que hoy podemos comer, es tu cuerpo entregado por amor y sacramento permanente
de tu presencia. Y tu sangre vertida es el vino de la nueva alianza, sellada
para siempre con todos nosotros.
Nuestro mundo postmoderno necesita de testimonios auténticos.
Ojalá, con fuerza y delicadeza, seamos capaces de transmitir lo que celebramos:
Dios en la cruz, hecho hombre, que se entrega dando su vida. Y Dios hecho pan,
para poder alimentarnos de su vida. Es tanto su amor que se convierte en materia
para que podamos metabolizarlo dentro de nosotros. Así nos convertiremos en
otros Jesús, capaces de abrazar el misterio de una vida que se da sin reservas.
Sólo cuando nos identifiquemos contigo, en profunda sintonía, estaremos
preparados para dar el salto, como decía san Pablo: Ya no soy yo sino Cristo
quien vive en mí. Será entonces cuando el miedo desaparecerá, porque estaremos
dispuestos a todo, incluso al martirio y a la cruz. Nada será impedimento, sino
lanzadera hacia una vida nueva.
Hoy hemos actualizado ese inmenso amor, expresión de una
entrega total. Hoy queremos, con la ayuda de tu divina providencia,
convertirnos en un cachito de pan para los demás. Muchos se acercarán a Ti si
somos capaces de hacerlo.
Gracias por tanto don. Sólo me queda arrodillarme y, en
silencio, adorarte.