domingo, junio 05, 2022

Amabilidad pastoral

Después de muchos años dedicado a la pastoral de manera intensa y apasionada, me voy dando cuenta de que tanto una pasión desorbitada como una excesiva prudencia pueden dificultar la fecundidad. En algunas comunidades, constato que se da una sobreactuación exagerada, como recurso para captar el interés del público. En otras, en cambio, se da una pasividad que puede responder a un miedo de la comunidad a crecer.

Lo cierto es que tan contraproducente puede ser una excesiva pasión como la inmovilidad. En algunos casos, puede ser una huida hacia adelante para esconder la incapacidad de una pastoral coherente. Se emplean pirotecnias espirituales y un lenguaje beligerante para intentar conquistar al otro, olvidando que el centro de nuestra misión no somos nosotros mismos, ni siquiera lo que podamos decir o incluso hacer. Una oratoria agresiva y espectacular puede caer en la vanidad espiritual. El centro se desplaza al discurso, a la música, al ambiente que se genera para provocar una alteración de la conciencia. Se usan frases elocuentes y un tono rotundo para tocar las emociones y suscitar un alto grado de placer espiritual.

Pero la fuerza de la evangelización no está en el entusiasmo vehemente, ni siquiera en la convicción de las palabras, sino en el testimonio vivo de la persona. No es tanto lo que dice, sino lo que cree y lo que vive. Cuando lo que dice se ha convertido en parte de su vida, no sólo ante la comunidad, sino en los diferentes ámbitos sociales, esta persona se convertirá en un referente moral. Será reconocida porque día a día, en todas las circunstancias, fuera de los focos, en la cotidianidad, es un testimonio de luz.

Hablo de autenticidad y generosidad. No se trata tanto de hablar, sino de mostrar con la propia vida. Es el ejemplo el que convence.

Como decía, entre la pasión y la tibieza prefiero una amabilidad entusiasta. La pasión puede convertirse en un fuego devastador que destruye y aleja. Cuando ya se tiene cierta edad las puestas en escena dejan de tener importancia. Ya no hay que demostrar lo que uno vale. Prefiero escuchar más, hacer más silencio, cultivar un trato delicado, valorar el sosiego, la contemplación, la alegría serena y no forzada. Hay que tener en cuenta que no podemos evangelizar como una apisonadora, desde nuestra atalaya y nuestra autosuficiencia espiritual. Nuestro trabajo evangelizador se topa siempre con un misterio: la libertad del otro. Si nuestra pasión nos lleva a pisar la libertad del otro es que no entendemos que el anuncio de la buena nueva está en clave de oferta, nunca de imposición. Sin libertad, no se puede amar, creer y construir un proyecto evangelizador. Evangelizar no es aumentar el número de prosélitos. Más allá de la técnica que utilices, evangelizar es anunciar que Dios te quiere, con todo lo que tú eres, incluso con tus límites y pecados. No puede haber un encuentro sin libertad, y la fe no será auténtica si no es una adhesión libre. Tenemos a nuestro gran modelo evangelizador: Jesús. Él sabe muy bien que un corazón seducido por amor y con amor es más fecundo que un discurso impositivo sobre la salvación y el pecado. Desde el corazón misericordioso de Dios, lo que te salva no es ser un buen cumplidor, sino que te dejes amar por él. Es decir, es su gracia y no tu esfuerzo lo que te salva. Es necesario pedir el don de la humildad y el arrojo para avanzar en el camino de la verdad. Sólo desde una pastoral de la amabilidad, y desde el silencio, tus palabras penetrarán en el corazón que necesita ser escuchado. El ruido hace rebotar las palabras; impactan pero no entran dentro ni se asimilan. Desde la calma y el sosiego, las palabras se convierten en aguas cristalinas que empapan nuestra existencia y permiten que crezca la semilla de la fe.

5 comentarios:

Teresa Verges dijo...

Coincido con su comentario sobre la evangelización. Acerca más a Dios el ejemplo de una vida coherente con la fe, que las palabras para convencer. Ayuda mas animar a que lean el evangelio. Alli encontraran a Jesús que les habla.

José Añez Sánchez dijo...

Padre Joaquín con este artículo has dado un gran salto tan cualitativo como cuantitativo: el primero por las palabras y frases elegidas y el segundo por la cantidad y hermosas que son.

El "salto", bajo mi criterio, (que quizá sea el de otros) porque desde la catequesis aprendida de chicos no había escuchado tres axiomas tan claros, y a la vez ilustres, resumidos en el texto de lo que debe o debería ser una explicación, de y para adultos, necesaria para desprendernos de aquella “amabilidad entusiasta” de la dorada infancia.

Me refiero a: "pasión desorbitada" vs. "excesiva prudencia" que "dificulta la fecundidad". Y coronarla con el anuncio, sencillo y directo, de que Dios te quiere, y será su Gracia y no nuestro esfuerzo la que nos salvará.

Preciosas reflexiones de un hombre de Dios que nos conducen al verdadero encuentro con Cristo nuestro Señor.

Anónimo dijo...

"Vanidad de vanidades, todo es vanidad".
Yo, como no me debo a nadie, puedo ser sincera: el análisis me parece superfluo. Jesús no era de puntos medios, era el que queria "prender fuego en el mundo; y ¡cómo quisiera que ya estuviera ardiendo!" (Lc. 12, 49). Y eso no significa ir contra la libertad, solamente (como si fuera poco) amar sin medida, al estilo evangélico, dándo la vida si hace falta, y no sólo en sentido figurado y "amable".
La pasividad no es tibieza. La pasividad es inacción, sin más: la tibieza es el término medio, esa afabilidad que presumes y prefieres no es sino tibieza, y el Señor, literalmente, "la vomita" (Ap. 3, 16b).
Y la edad no justifica la tibieza. Tenemos a S. Juan Pablo II de ejemplo, que evangelizó con pasión toda su vida. También el Papa Francisco, que quizá usa su silla de ruedas, pero no cesa de evangelizar con pasion y firmeza.La fe se sigue proponiendo y no imponiendo, como decía el santo, pero ha de ser fe viva, y no dos cositas para quedar bien, para que parezca que hacemos. Eso sí es tibieza. Si hace falta, hay que sacar el látigo (Cf. Jn 2, 15) y ser claro y convincente, creativo y hasta revolucionario. Parafraseando a s. Ignacio, Pasión de Cristo, confórtame y lléname: y eso no son medias tintas amables, es pasión, es Cruz, es entrega completa, literal.
Con tanta amabilidad y tibieza puede que quedemos bien, que no hagamos escándalos. Pero tampoco demos pasos, ni avances, ni frutos. Y "por sus frutos los conoceréis" (Mt. 7, 16). La tarea no es fácil, pero si uno se consagra a Cristo, se consagra para vivir como Él y no para ser amable y bonito (tíbio). Al final la promesa fue de "unirte cada día más a Cristo, sumo Sacerdote, que por nosotros se ofreció al Padre como víctima santa, y
con él consagrarte a Dios, para la salvación de los hombres" (cf. Ritual de Ordenación). Aunque sí, es verdad que, al final, "muchos son los llamados y pocos los escogidos" (Mt. 22, 14). Una pena que haya tanto sacerdote tibio y "amable". 🤷‍♀️

Joaquín Iglesias Aranda dijo...

Os agradezco mucho vuestros comentarios. Entiendo que cada cual tiene su sensibilidad, pero siempre es una riqueza escuchar a los demás, también cuando opinan diferente.

Montse de Paz dijo...

"No podemos evangelizar como una apisonadora"... Buena reflexión para los que estamos en la trinchera, de una manera u otra. La clave es el testimonio: no hay mejor evangelización que una vida coherente y entregada a los demás. Una cosa es una oratoria incendiaria y otra es arder en caridad. Y pienso en grandes ejemplos, como la madre Teresa de Calcuta, santa Teresa de Lisieux, el cura de Ars. Ellos nunca fueron avasallando, ¡y vaya si dieron fruto! Pero el mejor modelo nos lo da Jesús. "Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón..." y ante las multitudes como ovejas sin pastor, "se puso a enseñarles con calma". ¡Gracias por este escrito!