El cielo estaba totalmente despejado. Era agosto, durante unos días de convivencia de los jóvenes del Santuario de Santa Eulalia de Vilapicina. Sucedió en una explanada, junto a un pozo, al pie de las montañas del Montseny.
Una semana antes, el sacerdote amigo que llevaba mi grupo de
jóvenes me había interpelado sobre mi vocación al sacerdocio. ¿Lo has pensado
alguna vez?, me preguntó.
Ahora, día de santa Clara de Asís, a punto de cumplir
dieciocho años, mi vida dio un giro radical. Estaba en plena adolescencia y un
universo nuevo se abría ante mis ojos. Ese día de cielo azul intenso, después
de pasar un torbellino interno y venciendo mis rémoras y temores ante lo
desconocido, salté hacia el vacío, como el saltador de parapente que se lanza a
surcar los cielos.
Al mismo tiempo, sentí que nacía de nuevo. Era consciente de
que estaba dando un paso definitivo que marcaría toda mi trayectoria
existencial y espiritual. Él me llamaba a algo grande y mi corazón no quería fallarle.
Sabía que me lo jugaba todo, y que dejaba atrás muchas cosas bellas. Pero la
experiencia que sentía lo significaba todo para mí y me llenaba de plenitud.
Dije sí junto a un pozo. Mi llamada y la respuesta me
evocaba la vocación de Moisés, ante la zarza ardiente que no se consumía, o la
visita de Dios a Abraham, bajo la encina de Mambré, o el diálogo de Jesús con
la samaritana, junto al pozo de Sicar. También recordé a san Francisco de Asís,
al cura de Ars, cuya fiesta se celebra el día que yo fui llamado, el 4 de
agosto; y tantos otros santos y sacerdotes que fueron fieles y ejemplo para mí.
Por un lado, me sentía muy agradecido; por otro, también
sentía el dulce peso de la responsabilidad que supone abrazar el sacerdocio.
Pero ya estaba decidido y quería iniciar mi aventura con un sí incondicional.
Aquel jovencito que anhelaba conocer y amar a Dios aceptó que este lo llamara
para ser instrumento al servicio de la Iglesia. Ya no bastaba conocer y amar,
Dios me daba la oportunidad de anunciarlo al mundo a través del ministerio del
orden.
Era muy consciente de lo que se me pedía, pero también
confié que él sería mi gran aliado. Y así ha sido, y lo sigue siendo después de
50 años. Tras pasar un largo tiempo de formación llegué a la ordenación
sacerdotal en Barcelona, el 7 de marzo de 1987; este año he cumplido 37 como
sacerdote.
Aquel 11 de agosto de 1974, mi vida cambió de rumbo para
caminar hacia el mismo corazón de la Iglesia. La experiencia ha sido densa,
profunda y comprometida; a veces exigente pero también es verdad que todo lo
que he recibido me llena de gozo y de plenitud. He pasado por diferentes
comunidades parroquiales que han sido para mí el yunque donde me he ido
esculpiendo y reforzando mi compromiso ministerial. Después de 50 años de mi
sí, todo ha sido y sigue siendo un hermoso don que Dios me ha dado, no sé si
merecido o no, pero más allá de todo hoy siento una infinita gratitud a Dios
porque un día confió en mí y me llamó.
Todos necesitamos medios, instituciones y personas que hagan
posible la llamada. Por mi vida han pasado muchas, desde el sacerdote que me
llamó hasta el cardenal Jubany, de cuya mano recibí el orden sacerdotal.
¡50 años ya son años! Llenos de sorpresas y siempre con un
deseo de fidelidad interior. Aquel 11 de agosto de 1974 era muy consciente de
que mi sí era para siempre. Con el paso del tiempo, me doy cuenta de que lo
importante no es tanto dónde estoy y qué hago, sino procurar que nada ni nadie
me aparte de él. Lo esencial es seguir tan enamorado como el primer día y
mantenerme firme con el paso del tiempo y pese a las dificultades. Que nunca
dude ni un ápice de él; desde mi pequeñez, él confía totalmente en mí. Y aunque
haya pasado por momentos difíciles, él nunca me ha dejado solo. Todas estas
experiencias, a veces dolorosas, me han hecho reafirmar aquel sí que le di
junto al pozo. Y no sólo eso, sino que he crecido, como persona y como
sacerdote.
Es verdad que en la vida de un sacerdote no todo son mieles,
pero lo que recibes es indescriptible. Nadar en el misterio insondable de Dios
va más allá de cualquier sufrimiento.
5 comentarios:
Don Joaquín. Cuantas bondades de Dios ! Y cuánta correspondencia por su parte,día a día, a esas bondades y a su Gracia. Pido al Señor que siga enamorado más de El y de su vocación sacerdotal para que muchos años podamos gozar de su ministerio sacerdotal . Nuestra Señora le acompañe siempre. Muchas gracias!!!
Felicidades padre Joaquín por haber sido llamado por Dios, y por no haberle dado la espalda. Que Él lo bendiga, y lo mantenga por muchos años enseñando el camino correcto a todos los que sientan dudas y temores.
Joaquim, que per molts anys puguis continuar amb aquest compromís amb el sacerdoci i la feina que fas. Una abraçada.
Muchas felicidades Padre Joaquín! Realmente Dios te ha elegido para con mucho amor y suavidad habla de Él para el mundo y conquistar almas para serví-Lo y ama-Lo como tu Lo amas siendo un gran exemplo de servo de Dios!
Dios te bendiga siempre y fortalezca ese don de escribir con el alma y com amor 🙏
Padre Joaquín,sus homilías me llenan de esa agua,llena de Espíritu Santo,parece que son palabras mágicas que transforman mi vida, ojalá tengamos muchos sacerdotes como Uds. Bendiciones
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