La liturgia de hoy pone en el centro de nuestra vida cristiana a la familia. La familia de Nazaret es un espejo para mirarse en ella. Nos muestra cuán importante es para nosotros el hogar: los padres, los hijos, el entorno. Dios ha querido que tuviéramos un lugar para crecer y madurar. No se entendería la sociedad sin este elemento vertebrador que es la familia.
María y José, modelos de comunión y confianza
Hemos de mirarnos en la
familia de Nazaret. María, la madre, era mujer de oración y de silencio,
abierta siempre al plan de Dios en su vida. Supo acoger en sus entrañas a Jesús:
He aquí la esclava del Señor, dice al ángel. Ella confió plenamente en Dios
ante el acontecimiento que cambiaría nuestra historia.
¡Qué importante es la
mujer en el hogar, en la sociedad, en la cultura! Ella es sostén y fundamento
de un proyecto familiar.
Pero no menos importante
es el padre. En Lucas vemos a José como una figura discreta, humilde, que calla
ante el misterio que lo rebasa, y sabe contemplar en silencio lo que está
ocurriendo. Qué importante es, en la familia, la sintonía espiritual, la
comunión profunda, el abandono en manos de Dios, saber callar cuando hay cosas
que no se entienden y nos trascienden. ¡Qué importante es confiar el uno en el
otro!
¿Por qué se rompen las
familias? Porque se fractura la confianza inicial cuando todo empieza a
desplegarse desde la pasión, con amor. El tiempo, el dolor, las experiencias,
la desconfianza, pueden llegar a romper la relación. Como Adán y Eva, pierden
el paraíso. Perdemos el reino de los cielos si no amamos.
¿Cómo creéis que se
instaura el reino? No sólo por una tradición, sino porque somos capaces de
amarnos de tal manera que estamos creando cielo en nuestro entorno. Estamos
creando un pequeño Nazaret, sí. Gracias a la comunión y a la unidad, surge este
regalo de Dios: su hijo, Jesús. La sintonía y el abandono en Dios son fecundos.
El crecimiento espiritual: una tarea y una responsabilidad
Por eso, cuando doy una
formación para el sacramento del bautismo, siempre digo que, más allá de los
factores biológicos, los hijos no nacen sólo por voluntad humana, sino porque Dios
lo quiere. Por tanto, esos hijos, además de proceder de sus padres, son hijos
espirituales de Dios Padre. Y tenemos un plus de responsabilidad para que ese
niño no sólo sea el mejor deportista, o el mejor de la clase, o consiga un cum
laude en medicina. Todo eso está bien, su desarrollo intelectual y
cognitivo es necesario. Pero no olvidemos que también hay que custodiar la
parte espiritual del niño. Tenemos esa responsabilidad: hacer que en el corazón
del niño nazcan valores que le ayuden a madurar. De la misma manera que nos
ocupamos de que esté sano, es también importante que esté sano espiritualmente.
Es necesario que desde pequeñito frecuente las celebraciones, que reciba
catequesis y formación para saber dialogar ante una cultura atea, ante la que
es difícil responder. No dejemos de asumir esta parte espiritual, también
depende de nosotros.
El niño debe aprender a
amar, a escuchar, a atender al pobre, al que sufre, al enfermo. Esta dimensión
armoniza al ser humano. No sólo hay que educar en lo material y en lo
intelectual. Sí, es necesario que se despliegue social y laboralmente. Pero hay
que desplegar también el potencial divino que tiene la criatura. Nos afanamos
para que esté bien. Afanémonos también para que aprenda a rezar, para que
aprenda a ser solidario, para que empatice con el que sufre, para que esté
allí, apoyando a una sociedad que necesita vertebrarse según los valores
cristianos.
La familia, ¡claro que es
sagrada!
El valor de la palabra
Hoy hemos leído este
hermoso texto de Jesús, que con doce años, va a Jerusalén y se pierde allí. Es
el momento de empezar a ser adulto y conocer cosas más profundas. Y va a la
fiesta de Pascua con sus padres.
Lo que sorprende de
Jesús, siendo adolescente, es que dice algo importante, y ojalá algún día los
hijos también lo digan: ¿No sabíais que debo ocuparme de las cosas de mi Padre?
Jesús escucha. Escucha a
estos rabinos, maestros de la Ley. Jesús pregunta. ¡Qué importante es, en una
familia, en la cultura y en la sociedad, que aprendamos a escuchar y a hacer
preguntas! Jesús tenía el privilegio de haber nacido en el seno de esta
familia, María y José, que sembraron en él buena semilla. Era inquieto, capaz
de sentarse y escuchar a los adultos. Quizás porque sus padres fueron modelos
para él.
El otro día hablábamos de
la importancia de la palabra; hay que rescatar la palabra y su sentido
profundo. Fijaos qué fuerza tiene la palabra. En el Génesis, la palabra de Dios
crea, construye, restaura. ¿Qué hace Jesús con su palabra? Jesús es la palabra
de Dios, y ya desde pequeño supo ejercer la palabra ante estos doctores de la
Ley. Pero también supo escuchar. No despreciemos la importancia de la escucha.
En el texto queda claro: Jesús escucha y pregunta.
En la familia hay que escucharse,
hay que preguntar, hay que crecer y mejorar. ¿De qué hablaban Jesús y esos
doctores? De la importancia de las Sagradas Escrituras. Cuántas palabras huecas
y sin sentido oímos cada día en los medios de comunicación, en las tertulias;
con cuánta frivolidad se usa la palabra. Lo mismo para escuchar. ¿Vale la pena
escuchar necedades, cosas absurdas, sin sentido? Jesús rescata la palabra. A Lázaro
le dirá: ¡Sal de ahí! Y lo resucitará, levantándolo de la muerte. A un ciego le
dirá: ¡Claro que quiero! Y le devolverá la vista.
La palabra que sale de la
comunión, de la certeza de saber que Dios está en nosotros, no es una mera
palabra. Cuando os persigan, no os preocupéis por defenderos, dice Jesús, el
Espíritu Santo os dará las palabras adecuadas.
Se habla mucho de la
autorreferencialidad. En un diálogo de quince minutos, el “yo”, el yo ego, el
yo hinchado, sale veinte veces.
Es el tú el que tiene
importancia. Es el nosotros, el que tiene importancia. Es la comunidad, saber
escuchar. Jesús nos enseña, tan jovencito, a saber escuchar.
Cuántas veces las
palabras malsonantes fragmentan las familias y rompen las relaciones. Cuántas
veces decimos cosas que nos están haciendo daño, o escuchamos cosas que no nos
interesan, que no vale la pena oír. Ojalá que las familias sean un lugar donde
aprendamos a hablar y a escucharnos. La familia es donde cada uno se hace
persona.