domingo, diciembre 29, 2024

La familia de Nazaret, espejo

La liturgia de hoy pone en el centro de nuestra vida cristiana a la familia. La familia de Nazaret es un espejo para mirarse en ella. Nos muestra cuán importante es para nosotros el hogar: los padres, los hijos, el entorno. Dios ha querido que tuviéramos un lugar para crecer y madurar. No se entendería la sociedad sin este elemento vertebrador que es la familia.

María y José, modelos de comunión y confianza

Hemos de mirarnos en la familia de Nazaret. María, la madre, era mujer de oración y de silencio, abierta siempre al plan de Dios en su vida. Supo acoger en sus entrañas a Jesús: He aquí la esclava del Señor, dice al ángel. Ella confió plenamente en Dios ante el acontecimiento que cambiaría nuestra historia.

¡Qué importante es la mujer en el hogar, en la sociedad, en la cultura! Ella es sostén y fundamento de un proyecto familiar.

Pero no menos importante es el padre. En Lucas vemos a José como una figura discreta, humilde, que calla ante el misterio que lo rebasa, y sabe contemplar en silencio lo que está ocurriendo. Qué importante es, en la familia, la sintonía espiritual, la comunión profunda, el abandono en manos de Dios, saber callar cuando hay cosas que no se entienden y nos trascienden. ¡Qué importante es confiar el uno en el otro!

¿Por qué se rompen las familias? Porque se fractura la confianza inicial cuando todo empieza a desplegarse desde la pasión, con amor. El tiempo, el dolor, las experiencias, la desconfianza, pueden llegar a romper la relación. Como Adán y Eva, pierden el paraíso. Perdemos el reino de los cielos si no amamos.

¿Cómo creéis que se instaura el reino? No sólo por una tradición, sino porque somos capaces de amarnos de tal manera que estamos creando cielo en nuestro entorno. Estamos creando un pequeño Nazaret, sí. Gracias a la comunión y a la unidad, surge este regalo de Dios: su hijo, Jesús. La sintonía y el abandono en Dios son fecundos.

El crecimiento espiritual: una tarea y una responsabilidad

Por eso, cuando doy una formación para el sacramento del bautismo, siempre digo que, más allá de los factores biológicos, los hijos no nacen sólo por voluntad humana, sino porque Dios lo quiere. Por tanto, esos hijos, además de proceder de sus padres, son hijos espirituales de Dios Padre. Y tenemos un plus de responsabilidad para que ese niño no sólo sea el mejor deportista, o el mejor de la clase, o consiga un cum laude en medicina. Todo eso está bien, su desarrollo intelectual y cognitivo es necesario. Pero no olvidemos que también hay que custodiar la parte espiritual del niño. Tenemos esa responsabilidad: hacer que en el corazón del niño nazcan valores que le ayuden a madurar. De la misma manera que nos ocupamos de que esté sano, es también importante que esté sano espiritualmente. Es necesario que desde pequeñito frecuente las celebraciones, que reciba catequesis y formación para saber dialogar ante una cultura atea, ante la que es difícil responder. No dejemos de asumir esta parte espiritual, también depende de nosotros.

El niño debe aprender a amar, a escuchar, a atender al pobre, al que sufre, al enfermo. Esta dimensión armoniza al ser humano. No sólo hay que educar en lo material y en lo intelectual. Sí, es necesario que se despliegue social y laboralmente. Pero hay que desplegar también el potencial divino que tiene la criatura. Nos afanamos para que esté bien. Afanémonos también para que aprenda a rezar, para que aprenda a ser solidario, para que empatice con el que sufre, para que esté allí, apoyando a una sociedad que necesita vertebrarse según los valores cristianos.

La familia, ¡claro que es sagrada!

El valor de la palabra

Hoy hemos leído este hermoso texto de Jesús, que con doce años, va a Jerusalén y se pierde allí. Es el momento de empezar a ser adulto y conocer cosas más profundas. Y va a la fiesta de Pascua con sus padres.

Lo que sorprende de Jesús, siendo adolescente, es que dice algo importante, y ojalá algún día los hijos también lo digan: ¿No sabíais que debo ocuparme de las cosas de mi Padre?

Jesús escucha. Escucha a estos rabinos, maestros de la Ley. Jesús pregunta. ¡Qué importante es, en una familia, en la cultura y en la sociedad, que aprendamos a escuchar y a hacer preguntas! Jesús tenía el privilegio de haber nacido en el seno de esta familia, María y José, que sembraron en él buena semilla. Era inquieto, capaz de sentarse y escuchar a los adultos. Quizás porque sus padres fueron modelos para él.

El otro día hablábamos de la importancia de la palabra; hay que rescatar la palabra y su sentido profundo. Fijaos qué fuerza tiene la palabra. En el Génesis, la palabra de Dios crea, construye, restaura. ¿Qué hace Jesús con su palabra? Jesús es la palabra de Dios, y ya desde pequeño supo ejercer la palabra ante estos doctores de la Ley. Pero también supo escuchar. No despreciemos la importancia de la escucha. En el texto queda claro: Jesús escucha y pregunta.

En la familia hay que escucharse, hay que preguntar, hay que crecer y mejorar. ¿De qué hablaban Jesús y esos doctores? De la importancia de las Sagradas Escrituras. Cuántas palabras huecas y sin sentido oímos cada día en los medios de comunicación, en las tertulias; con cuánta frivolidad se usa la palabra. Lo mismo para escuchar. ¿Vale la pena escuchar necedades, cosas absurdas, sin sentido? Jesús rescata la palabra. A Lázaro le dirá: ¡Sal de ahí! Y lo resucitará, levantándolo de la muerte. A un ciego le dirá: ¡Claro que quiero! Y le devolverá la vista.

La palabra que sale de la comunión, de la certeza de saber que Dios está en nosotros, no es una mera palabra. Cuando os persigan, no os preocupéis por defenderos, dice Jesús, el Espíritu Santo os dará las palabras adecuadas.

Se habla mucho de la autorreferencialidad. En un diálogo de quince minutos, el “yo”, el yo ego, el yo hinchado, sale veinte veces.

Es el tú el que tiene importancia. Es el nosotros, el que tiene importancia. Es la comunidad, saber escuchar. Jesús nos enseña, tan jovencito, a saber escuchar.

Cuántas veces las palabras malsonantes fragmentan las familias y rompen las relaciones. Cuántas veces decimos cosas que nos están haciendo daño, o escuchamos cosas que no nos interesan, que no vale la pena oír. Ojalá que las familias sean un lugar donde aprendamos a hablar y a escucharnos. La familia es donde cada uno se hace persona.

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