viernes, junio 27, 2025

Contemplándote bajo la morera

Hoy, día del Corpus, en procesión por el patio, deposito la Custodia sobre el altar, bajo la sombra de este árbol que cada primavera se viste con su verde follaje. Su frescor embellece aún más el clima profundo que se respira en esta fiesta. Salimos caminando en procesión, tras la Custodia elevada, entre cantos y momentos de silencio.

Cuando nos detenemos, la música cesa y somos invitados a una meditación profunda. ¿Es posible entender tu misterio? Nos sobrepasa, pero al mismo tiempo siento que es algo vital en nuestra fe cristiana. El sol, con su luz intensa, baña todo el patio. La morera y las acacias forman una cúpula que lanza su sombra fresca haciendo más soportable el calor. Las flores amarillas de las acacias, que caen suavemente, han tapizado el suelo de una alfombra dorada.

Sombra, luz. Flores y canciones. Bajo la morera, me sumerjo en la experiencia de sentirte más cerca que nunca. A mi alrededor se agrupa la comunidad, contemplándote, alabándote con sus voces, admirándote en el silencio.

La liturgia que hoy celebramos nos regala este paseo contigo, Señor, respirando junto a ti, oyendo tu susurro. La comunidad es testigo de este momento crucial. El cielo se hace presente entre nosotros a través del pan sagrado. Así lo quieres, para que podamos alimentarnos de ti y sigamos caminando rumbo a la plenitud que deseas compartir con todos.

Queremos agradecerte tanto don inmerecido que nos llena de gozo. Bajo la morera , convertida en una gruta natural, entre la caricia de la brisa y tu dulce presencia, nos empapamos de ti, de tu amor que nos envuelve en un cálido abrazo. Quieres que sintamos el latido de tu corazón.

El tiempo se hace corto, querríamos que nunca acabara. Pisamos un nuevo Tabor, saboreamos un momento íntimo contigo. Un paréntesis en el ajetreo cotidiano, un sorbo de paz que ilumina nuestra vida.

Tras la íntima contemplación, volvemos en procesión hacia el interior del Templo. Con reverencia, llenos de gratitud, te devolvemos a tu pequeño hogar, el sagrario, tu casa aquí en la tierra. Allí nos esperas... ¡hasta la próxima visita!

domingo, junio 22, 2025

Eterna Presencia


En esta fiesta del Corpus, cima de la liturgia cristiana, queremos detenernos y empaparnos de este misterio inmenso: tu gesto sublime de amor y entrega, Señor.

Nos has amado tanto, que diste tu vida por nosotros.
Con tu amor sin medida, nos enseñas a amar hasta el extremo, hasta dar la vida.
Tu amor no tiene fronteras.

Moriste para salvarnos. Y nos diste nueva vida.
Hoy, en silencio, queremos saborear contigo este momento de paz.

Queremos comprender que la vida cristiana, muchas veces, pasa por abrazar la cruz. 
Por aceptar, con libertad serena, el pequeño o el gran martirio de cada día.
Estamos llamados a darlo todo, incluso el sufrimiento.

Queremos ser valientes como tú.
Ayúdanos a soltar los miedos que nos paralizan.
A ser luz en medio de la penumbra.
A ser testigos tuyos, vivos, auténticos.

Más que nunca, necesitamos de ti.
De tu cercanía, de tu presencia, de tu cálido susurro.
Alimentarnos de ti —pan vivo bajado del cielo— es lo que nos fortalece por dentro, lo que nos hace crecer como personas y como creyentes.

Necesitamos llenarnos de ti.
Reposar en ti, para tomar nuevas fuerzas, y seguir caminando con el pan de tu Cuerpo en nuestro interior.

Hoy venimos aquí a escuchar la melodía de tu silencio y la música suave de tu dulzura. 
Este encuentro contigo es un oasis. Un descanso en medio del camino.
Una pausa sagrada en tu presencia.

Queremos descansar en ti, para seguir la carrera —como decía san Pablo— hasta la meta. Queremos correr contigo, no solos.

En la fiesta del Corpus, te nos das como Pan.
Tu Cuerpo, desgarrado en la cruz, se convierte en alimento sagrado: una ofrenda pura, que nos levanta, que nos redime, que nos regala vida plena y eterna.

Tu Sangre derramada es vino que purifica. 
Sangre de amor, sangre de salvación. 
Sangre que nos ofreces, para que vivamos, agradecidos y asombrados, el milagro de nuestra existencia rescatada por ti. 

Te pedimos hoy, Señor, coraje y sabiduría para vivir este don sagrado: tu vida, entregada del todo, por tu criatura.

Solo tú puedes ensanchar nuestro horizonte. 
Solo tú das sentido a todo lo que somos, a todo lo que hacemos.

Queremos vivir abandonados en ti. 
Que la confianza y el sosiego sean la brújula que nos lleve a tu Corazón.
Porque sin ti, todo se oscurece… y contigo, el alma se ilumina.

Solo con un testimonio auténtico y fiel podremos ayudar a otros a encontrarte.
Ojalá que muchos vean, en la lucecita encendida del sagrario, una señal de tu presencia viva, una promesa de que tú estás ahí. Siempre. Esperando. Con los brazos abiertos.

Tú no fuerzas, pero siempre esperas.

Gracias, Señor, por salir un rato del sagrario, para estar más cerca. Para que podamos sentir tan próximo tu aliento divino.

¡Gracias!



domingo, junio 08, 2025

La gracia en la herida


«Bástate mi gracia, porque mi poder se perfecciona en la debilidad.»

— San Pablo, 2 Corintios 12:9

El sufrimiento, con toda su crudeza, nos confronta con nuestros límites más profundos. Nos deja al descubierto, frágiles, sin respuestas fáciles. Sin embargo, es precisamente en esa desnudez del alma donde puede revelarse algo más grande: la fuerza de un amor que no abandona. Esta antigua afirmación de San Pablo, nacida del propio dolor, nos invita a mirar la debilidad no como un fracaso, sino como el lugar donde Dios se hace presente con más plenitud. A partir de esta perspectiva, se abre el camino para una reflexión sobre la fragilidad humana y la acción silenciosa de una Providencia que sostiene, sana y renueva.


La fragilidad humana y el amor providente: una reflexión sobre el sufrimiento y la esperanza

Desde el inicio de la vida, los seres humanos están dotados de una vitalidad que impulsa el crecimiento y el desarrollo a lo largo de las distintas etapas que conforman la existencia. Sin embargo, a medida que el tiempo avanza, se hace patente la fragilidad propia de la condición humana, manifestada en la vulnerabilidad física, emocional e intelectual.

La enfermedad y el dolor constituyen elementos inevitables en la experiencia humana. Estos pueden derivarse de causas diversas, tanto físicas como psíquicas, y se ven acompañados frecuentemente por circunstancias que agravan el sufrimiento, como la soledad, la injusticia, la pérdida de afecto, o las carencias económicas y sociales. Además, la pérdida de seres queridos o la ruptura de vínculos significativos representan golpes profundos que desestabilizan el equilibrio personal.

Frente a estas adversidades, las personas suelen experimentar un cuestionamiento profundo, que muchas veces se traduce en la búsqueda del sentido y el porqué del sufrimiento. Esta situación las hace más vulnerables y favorece el desarrollo de diversas patologías, tanto físicas como mentales.

La fe ofrece una perspectiva singular, basada en la convicción de que, aun en los momentos más oscuros, no existe abandono por parte de Dios. Él sigue presente en el interior más profundo del ser humano, brindando un amor incondicional capaz de llenar los vacíos existenciales y acompañar en las soledades más hondas.

El sufrimiento de Jesús en la cruz, marcado por un amor que trasciende el dolor físico y emocional, se convierte en un modelo de entrega y esperanza. Para aquellos que atraviesan momentos de incertidumbre, desorientación o abatimiento, la fe en ese amor sostiene y otorga fuerza para continuar.

La unción con óleo sagrado, en la tradición cristiana, simboliza la gracia y la ternura de ese amor divino que sana y regenera desde lo más íntimo. A través de este sacramento, se ofrece consuelo y fortalecimiento espiritual, para revitalizar y devolver la esperanza a quienes lo reciben.

Además, esta experiencia no solo tiene un efecto restaurador individual, sino que invita a quienes la viven a convertirse en agentes de acompañamiento y solidaridad hacia otros que sufren. El compromiso con el prójimo, especialmente con aquellos que afrontan dolor físico, psíquico o espiritual, se convierte así en una expresión concreta del amor recibido.

Una de las formas más profundas de sufrimiento no se limita al dolor físico, sino que radica en la falta de propósito y sentido en la vida, una condición que puede generar una profunda desorientación y vacío existencial. La fe y la apertura a la gracia divina ofrecen una respuesta a esta enfermedad del espíritu, iluminando el camino hacia la plenitud.

En definitiva, experimentar la fragilidad humana, junto a la fortaleza de un amor providente, nos hace ver la capacidad del ser humano para encontrar en la fe un sostén y una esperanza que trasciende el dolor y abre a la vida renovada.