Responder a los desafíos
Los cambios sociológicos, culturales, éticos y religiosos que vivimos en nuestro tiempo están pidiendo con urgencia un nuevo rumbo evangelizador. En octubre el Papa inaugurará el Sínodo para la Nueva Evangelización, en el que se tratarán muchos de estos temas. En la Iglesia de a pie también necesitamos nuevos planteos pastorales y sobre todo una redefinición de lo que ha de ser una parroquia.
Estamos en un nuevo paradigma cultural que obliga a hacer un esfuerzo de creatividad, de entusiasmo y de búsqueda para descifrar el idioma que habla nuestra sociedad, cuál es la nueva gramática de este mundo, dominado por la ciencia y la tecnología, donde priman otros valores distintos a los tradicionales cristianos.
Ante esta metamorfosis sociocultural, hemos de aprender los códigos para poder comunicar el evangelio con un lenguaje adaptado. Si no somos capaces de leer entre líneas y no aprendemos a descifrar las nuevas formas de comunicación no sabremos responder a los desafíos que afronta la sociedad.
Quizás muchos no encuentran respuesta a sus grandes interrogantes porque no han aprendido a auscultar lo que realmente pasa en su corazón. La Iglesia, experta en humanidad, puede ayudar y ofrecer buenas respuestas. Pero si no conectamos con la realidad de hoy estaremos dando vueltas sin rumbo. Por muchas iniciativas que llevemos a cabo, si no logramos sintonizar con el corazón y las necesidades de las personas estaremos perdiendo la oportunidad. Estamos en medio de una encrucijada; ahora es el momento de llenarse de vigor. Tenemos ante nosotros un reto apasionante que no podemos dejar pasar.
Comunicar con un nuevo lenguaje
La Iglesia, sin perder su esencia, ha de saber proyectar nuevos planes pastorales. Yo no diría que la Iglesia está en crisis. Más bien diría que somos los que estamos en ella los que nos encontramos en un momento de desencanto. Y no porque nuestra fe de siempre pierda valor, sino porque hemos sido incapaces de adaptar lo de siempre a un lenguaje entendible hoy. El mensaje es el mismo, la forma de transmitirlo es la que debe cambiar para poder penetrar en el corazón de la gente. Sin este esfuerzo perderemos vitalidad y acabaremos cayendo en la frustración.
La gran revolución de este cambio pasa por volver al núcleo del evangelio. Nuestra fe es mucho más que una doctrina y un sistema moral: es un encuentro con una persona, Cristo. Es una experiencia de amor profundo e ilimitado, de gozo. Y es una llamada que pide coraje. Siendo importante la forma, ahora urge comunicar esta realidad con alegría y entusiasmo, y no podremos hacerlo sin pasar por un proceso de reconversión interna, un volver a mirar, revisar y reactivar el mensaje en nosotros mismos. Somos piedras vivas de la Iglesia, templos del Espíritu Santo. Si no vibramos con Él, estaremos convirtiendo este templo en un museo arqueológico, una ruina del pasado, bonito, sí, pero carente de vida.
La comunidad, clave
La comunidad es otra clave. Es el corazón de las parroquias. Sin comunidad, ese fuego que arde en la Iglesia se apaga. Si no hay una comunidad viva, las parroquias se empobrecen. La vitalidad comunitaria, en cambio, las hace creíbles con el paso del tiempo.
Hemos de revivir nuestro encuentro con Jesús y vivirlo en comunidad: solo así la Iglesia estará tan viva como el mismo Cristo resucitado, y será tan real y efectiva como la presencia del Espíritu Santo. De esta manera, estaremos preparados para la gran batalla evangelizadora.
1 comentario:
Hola Joaquin soy un sacerdote y quisiera ponerme en contacto con usted por email. Gracias.
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