Existe una tendencia humana a instrumentalizar la verdad en función de nuestros presupuestos filosóficos y nuestra mera subjetividad a la hora de analizar de la realidad, y esto ha reducido el fenómeno religioso a una cuestión de ideas y apreciaciones. Esta reducción nos hace incapaces de asumir que la verdad del evangelio implica un cambio radical en nuestra forma de entender y ver el mundo. La conversión evangélica pasa incluso por replantearnos nuestra cosmovisión, y a veces da vértigo renunciar a nuestra identidad ideológica porque hemos fabricado una estructura mental que nos hace sentirnos bien con nosotros mismos dentro de nuestra visión particular del mundo. Nos da pánico imaginar que podamos estar equivocados, no concebimos otra realidad que no sea la nuestra. Y convertimos las ideologías afines en soportes de una realidad ficticia y paralela que nos hace llevadera la existencia. Esta falta de realismo nos hace construir un mundo interior basado en nuestra forma de ser y de funcionar. En algún caso, la falta de aceptación de la realidad puede llevar incluso a actitudes extremas o manipuladoras para lograr que los otros queden sometidos a nuestra trama ideológica. Cuando se produce un choque con la realidad real, las posturas se radicalizan hasta llegar a un cierto grado de violencia verbal. Es entonces cuando nos encerramos en nosotros mismos, sin importarnos los demás, preocupados solo por salvar la estructura que hemos creado y que nos permite vivir en nuestro castillo interior. Cualquier ataque externo debe ser rechazado. En nuestro totalitarismo mental, estamos manipulando la verdad.
Para el cristiano, la única verdad que nos mueve es la persona de Jesús, y esta verdad está por encima de discursos y entelequias. El Cristianismo no es un sistema filosófico bien estructurado. Jesús tampoco fue un ideólogo judío, ni un líder político. Cuando Pilato le pregunta, "¿Qué es la verdad?", calla. Su silencio habla por sí solo: Pilato tiene a la Verdad encarnada ante él, pero no sabe verla.
La verdad que nos comunica Jesús es el amor de Dios a los hombres, incondicional, sin mirar raza, sexo, ni ideas. La novedad de Jesús no se puede empaquetar en un sistema ideológico. La verdad de Jesús es que él se entrega por todos, por amor, amando hasta a sus propios enemigos. En el núcleo de su mensaje está el amor, no unas ideas.
Y el amor auténtico atraviesa todo sistema ideológico, porque la esencia del amor en sí mismo es independiente y libre de nuestras cosmovisiones parciales y sesgadas. La persona está por encima de todo y el sujeto evangelizador debe ir más allá de sus propias concepciones del mundo. La única convicción inamovible del cristiano es que todos somos amados por Dios, somos sus criaturas especiales, nos ha hecho seres amables y solo desde esta certeza podemos erradicar las metástasis ideológicas que a lo largo de los siglos se han ido adhiriendo a la fe y han intentado devorar la única Verdad que está en el centro de nuestra evangelización: Cristo.
Sin esta certeza nos estaremos perdiendo en el laberinto de nuestro orgullo y caminaremos hacia el abismo, impidiendo que la verdad de Cristo brille en nuestro corazón.
Una apertura sincera a Dios supone estar dispuesto a todo, y es la única manera de hacer posible la evangelización desde nuestras parroquias. Nos daremos cuenta de que para que la evangelización sea eficaz hemos de empezar por una auto-evangelización, es decir, volver al entusiasmo de las primeras comunidades, con esa fuerza arrolladora que superaba cualquier obstáculo. Ni todo el poder del Imperio Romano pudo frenar la expansión del cristianismo en los primeros siglos. No nos será posible si no volvemos a enamorarnos de Cristo, si nuestro corazón no vuelve a latir con el suyo. Será entonces cuando, conscientes de nuestra misión, podremos anunciar a aquel que ha dado sentido a nuestra vida y podremos decir sí a nuestra vocación de servicio a la Iglesia. Hoy, ante la crisis que vivimos, lo único que nos queda es el testimonio. La autenticidad de lo que vivimos hará posible rebrotar el entusiasmo evangelizador.
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