Empezamos el curso parroquial, con fuerza, renovados,
empujados por la brisa de creatividad y libertad del Papa Francisco. Está
marcando un estilo nuevo de ejercer el papado, con el entusiasmo y la fuerza de
saber que se deja llevar por el soplo del Espíritu Santo. Sin temer a nada ni a
nadie, sabiendo que lo único que le mueve es el anuncio gozoso de un Dios que
se revela al hombre de hoy.
Deseo que nuestra parroquia se deje llevar también por ese
aire nuevo que sopla en la Iglesia. Y, en sintonía con el Francisco, no solo el
rector, el consejo pastoral y aquellos que colaboran en alguna tarea pastoral,
sino todos los que participamos en la eucaristía, nos hagamos eco de este
impulso de renovación de la Iglesia. Esto pasa por revisar a fondo la autenticidad
de nuestro compromiso cristiano, que tiene como culmen el misterio de la
eucaristía, expresión infinita del amor de Dios.
En el centro de un nuevo proyecto pastoral ha de estar el
anuncio de la buena nueva del evangelio. Yo quisiera que cada uno de los que
estamos aquí nos sintamos corresponsables de este proyecto, que afecta a
nuestra vida entera. Por tanto, empezando por el rector y pasando por cada uno
de nosotros, os invito a sumergiros en esta misión. Todos somos agentes de la
pastoral, a la que la Iglesia nos llama. Nuestra vida cristiana no puede
reducirse a cumplir el precepto dominical, hemos de ser cristianos contentos de
vivir el don de nuestra fe. Queremos contagiar nuestra vivencia de Cristo. El
ardor del fuego del Espíritu nos sostiene y Jesús resucitado vive en nosotros.
Los que viven a nuestro alrededor deben verlo, hemos de irradiar a Cristo.
Desde la experiencia íntima con él seremos fuego de su amor y haremos posible
una Iglesia viva.
San Pedro habla de saber dar razón de nuestra esperanza.
Cuando atravesamos la reja de la parroquia, cruzamos el vestíbulo y nos
sumergimos en la eucaristía, seamos conscientes de que tomamos a Cristo con
nuestras manos: él nos llena, vivamos esta experiencia de auténtico encuentro.
Desde ese momento, con él dentro, nos
convertimos en otros cristos. Junto con él, cada uno en su ámbito, está
llamado a ser apóstol entusiasta. Todo el trabajo pastoral surge de este
encuentro.
Hagamos un pacto, desde nuestra comunidad, para contribuir
al anuncio y la misión de la Iglesia. Si Cristo está en el centro de nuestra
vida, la parroquia será la continuidad de su presencia. Pero si la parroquia se
reduce a un lugar de recepción del sacramento, si no profundizamos en la
palabra de Dios, en el compromiso evangelizador, en el anuncio gozoso de Cristo
resucitado, nos quedaremos encerrados en una religión del mero rito, que no
cambia nada.
Hemos de dar un paso más y hacer el esfuerzo de encontrar un
espacio en medio de nuestras tareas profesionales y familiares. ¿Seremos capaces
de encontrar un lugar para Cristo en nuestra vida? Pido a Dios por vosotros,
para que tengáis la valentía de decir sí a Dios y convertiros en testimonios
auténticos de su presencia. Sois la punta de lanza de la evangelización en el
proyecto pastoral. Tenéis una misión: anunciar la experiencia de un Dios que se
nos revela como Amor.
En cada eucaristía nos estamos anticipando al cielo. La misa
es más que un precepto: es una fiesta, una vivencia sublime de amor. Hagamos
que otros puedan vivir esta experiencia. Convirtámonos, todos, en misioneros de
este amor que nunca pasa.
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