domingo, octubre 13, 2013

Mártires, un revulsivo a una fe acomodada

Mártires. La palabra, en su sentido genuino, significa testimonio. Pero se ha convertido en sinónimo de persona que muere de forma violenta por su fidelidad a un ideal o a una causa.

Mártires cristianos son los que mueren por amor a Cristo, y lo hacen como él, perdonando a quienes los persiguen y matan. La hagiografía nos ha dejado muchas historias impactantes de aquellos primeros siglos del cristianismo. Pero a lo largo de la historia ha habido muchos más mártires, víctimas de guerras, persecuciones y represión ideológica. Hoy en Tarragona han sido beatificados 522 mártires de la fe, que sufrieron muerte por motivos religiosos durante la guerra civil española. Tristemente, muchas personas han utilizado este evento para hacer política. Hay que señalar que la causa de la beatificación nunca es política, sino religiosa. Es un reconocimiento al valor de su fe inquebrantable y al hecho de morir perdonando sin odio. Por tanto, nada más lejos de estos eventos que provocar conflictos políticos y reabrir viejas heridas.

De aquel vigor y entusiasmo, aquella fe, que asume con valentía incluso la persecución y la muerte, ¿qué nos queda? Ni la tortura pudo matar la fe de los mártires. Uno queda sobrecogido de su fortaleza interior. Para ellos Cristo era el fundamento de sus vidas. Sin él la vida carecía de sentido. Cristo era la razón de su existencia, la experiencia que hacía brillar sus ojos. Qué lección de firmeza y de coraje nos dan. Sobre todo, de confianza absoluta en él. Es como si Cristo respirase en ellos: lo tenían tan dentro, que se convirtieron en otros cristos. Nuestro patrón, San Félix, es un buen ejemplo.

Han pasado veinte siglos desde los primeros martirios y el continente europeo, antaño cristianizado, ha entrado en una fase stand by de su fe. ¿Qué nos pasa? Estamos en una época de recesión espiritual. ¿A qué es debido? ¿Qué ha pasado con ese fuego que incendiaba los corazones de aquellos mártires? ¿Dónde está esa pasión de las comunidades primeras? Hemos dejado que las ideologías contrarias a la fe se hayan inoculado, como un virus, en nuestras conciencias, adormeciendo el tesoro de nuestra fe.

Nos hemos acomodado. Hemos entrado en la espiral de la sociedad de consumo, hasta llegar a valorar más lo que se tiene que lo que se es. Los logros científicos y las investigaciones en las diferentes ramas del saber nos han ensoberbecido. Alimentamos un ego idolátrico de sí mismo, bebemos el veneno de la autosuficiencia. Estas ideologías adormecedoras del sentido vital de nuestra fe nos han llevado a seguir un rumbo hacia el abismo. Huimos de todo lo que significa esfuerzo, entrega, renuncia, sacrificio. La crisis del sistema económico liberal no es otra cosa que la consecuencia de una fragmentación profunda del hombre. Cuando renuncia a su propia naturaleza, ligada a lo trascendente, pierde toda referencia ética y genera situaciones contradictorias: ha perdido parte de su esencia como ser humano y está a merced de sus caprichos. Gradualmente pierde su libertad, hasta desintegrarse su ser más íntimo y convertirse en esclavo de modas, ideologías y de su propia vanagloria. Todo se relativiza: la familia, la moral… Nada es para siempre. Se pierde el valor del compromiso, de la fidelidad y, sin darnos cuenta, en aras a una libertad ideológica y ficticia, nos convertimos en esclavos de las dictaduras que nos envuelven en una situación de seudo-bienestar y seudo-libertad que amputan lo esencial de nuestra dignidad.

¿Cómo vivimos nuestra fe dos mil años después?


No nos excusemos en una sutil persecución ideológica, ni en la crítica feroz a la Iglesia por parte de aquellas corrientes hostiles a la fe cristiana, o en el auge de otras formas de vivir la espiritualidad, según diversas filosofías que hay detrás. Cuando Jesús pregunta a sus discípulos ¿quién dice la gente que soy yo?, aquí está la clave. ¿Quién es hoy, para nosotros, Jesús? ¿Es alguien capaz de hacernos vibrar, produciendo en nosotros una profunda transformación? Jesús cambió radicalmente la vida de aquellos sencillos galileos. ¿Qué les ocurrió, que el encuentro con Jesús los impactó de tal manera? ¿Qué pasó en sus corazones, que lo dejaron todo e iniciaron una aventura apasionante y desconocida para ellos, sin importarles el riesgo ni el mañana? Fue una locura, que ocurre cuando uno queda atrapado por un amor desbordante.

Si no nos volvemos a enamorar de Cristo no podremos revitalizar la Iglesia. Ya estamos dentro de ella. ¿Qué nos pasa? No la convirtamos en un ataúd, sino en una casa abierta, rebosante de vida. Para ello hemos de abrir nuestro corazón y dejarnos interpelar por Jesús. Él ya está con nosotros, jamás nos ha abandonado. ¿Hasta cuándo nosotros seguiremos alejados de él, acomodados en una fe que se limita a cumplir preceptos y añorar tiempos mejores? Creamos, de verdad, que está vivo y que nos llama, cada día.

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