El jueves santo celebramos la institución sacerdotal. Cristo
convierte la cena pascual en la primera eucaristía.
Después de la Pascua, los apóstoles se convierten en
misioneros del gran anuncio de Cristo resucitado. Eucaristía, sacerdocio y
misión están íntimamente ligados. No puede haber eucaristía sin sacerdocio,
pero tampoco puede haber eucaristía sin misión. Forman parte de una unidad
compacta que define la identidad y la espiritualidad del sacerdote.
Unidos a Cristo
La vocación del sacerdote ha de estar fundamentada en la
relación íntima con Dios Padre, hasta el abandono total en sus manos. Comparte con
Cristo la cena pascual, la agonía en Getsemaní, el sufrimiento en la cruz hasta
la entrega total. La cruz es el reverso de una realidad que apunta hacia una
vida nueva. En la experiencia del sábado, el silencio expectante hace presentir
el acontecimiento que está a punto de estallar.
El domingo es el día definitivo que cambia la historia. La
resurrección fundamenta el sacerdocio. El hecho pascual define un modo de ser.
El sacerdote, o es pascual o se queda en la visión judía del Antiguo Testamento.
Cristo inaugura un nuevo modo de ser sacerdote. Los ordenados
deberían vivir como Jesús resucitado. ¿Y cómo vive Jesús resucitado? Con una
vida nueva, anclada en Dios. La comunión del Hijo con el Padre transforma la
vida de Jesús. El sacerdote, como otro Cristo, ha de vivir de la misma
intimidad y amistad con Dios Padre.
Sin esta comunión plena con Dios los curas no podremos
ejercer eficazmente nuestra labor pastoral. Hemos de tener el mismo corazón de
Cristo, un corazón puro y resucitado. La comunión plena con él hará que lo que
somos y hacemos esté en consonancia. Una vez que se llegue a esa situación de
plenitud, viene lo siguiente.
Alegría pascual
El modo de ser de Cristo resucitado marca una forma de
evangelizar. Si la eucaristía hemos de unirla al amor, la resurrección hemos de
unirla a la alegría. El entusiasmo, la intrepidez y la alegría han de ser el
motor que lleve al sacerdote a vivir con gozo el don de su ministerio. Un cura
abatido, cansado, agobiado, triste y desconfiado se aleja de lo nuclear de su
sacerdocio. Con el testimonio gozoso se convertirá en vector que indique un
nuevo talante sacerdotal. Si la gente no ve en el sacerdote el brillo de la
resurrección, si la verdad de Jesús vivo no resplandece en sus ojos,
difícilmente será capaz de convencer y entusiasmar. Porque la fuerza de la
interpelación no solo está en lo que seamos capaces de comunicar, sino en la
medida en que vivamos esa verdad que predicamos. Finalmente, lo que más
convence es lo que seduce, y aquello que se vive impacta más que lo que se
dice.
Sin entusiasmo sacerdotal no podemos contribuir a crear una
comunidad comprometida y alegre. Tampoco será posible la tarea misionera del
presbítero y de la comunidad eclesial. La alegría pascual ha de ser nuestro
distintivo.
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