El hombre quiere hacerse grande
El hombre necesita de grandes hazañas para sentirse alguien
importante. Si no sobresale entre los demás o no vive experiencias sublimes, no
es nadie, se siente poca cosa o que no vale nada. Si tu nombre no ha dejado
huella en la sociedad, en la cultura, en la política, en tu entorno, no tienes
identidad. Nos pasamos la vida haciendo cosas con la intención de dejar nuestra
huella en el futuro.
Esto sucede en el campo social y familiar. Pero en el
religioso se respira también el deseo de tener experiencias que supongan un
terremoto interior, una gran conversión. Necesitamos estímulos poderosos que
nos hagan sentir algo diferente para impulsar un cambio en nuestra vida. Las
súper-producciones de Hollywood, con un fuerte carácter protestante, han
marcado mucho la psicología religiosa de los últimos tiempos. Con grandes
puestas en escena, casi endiosando al personaje, vemos retratados a los grandes
héroes bíblicos: Moisés, Josué, David. Las conquistas y batallas ganadas son
signo de que Dios está de su parte. Ante estos relatos, todos soñamos en
convertirnos en protagonistas de algún hecho inaudito, algo espectacular donde
todos puedan ver que Dios actúa en nuestra vida y la cambia totalmente.
Entre muchos grupos religiosos se está fomentando un tipo de
experiencia donde se crea un intenso ambiente emocional y espiritual. Utilizan
un lenguaje sugerente, música y repetición de frases que impactan en la psique,
generando un estado de conciencia que llena a las personas de fuerza. Dejan a
un lado su fragilidad, sus inseguridades, y se sienten invencibles. En esos
momentos, sus personas cambian.
No voy a negar la bondad y la autenticidad de muchos de
estos líderes. En muchas ocasiones, se producen verdaderas y profundas
conversiones: los participantes sienten que Dios los habita y que está con
ellos, y cambian el rumbo de su vida. Para algunos, que se hallaban en
situaciones límites, un encuentro de esta índole ha supuesto un giro radical y
una enorme regeneración.
El riesgo de este tipo de espiritualidad es que, después del
gran evento, hay que volver a la vida ordinaria, a la cotidianidad, y es allí
donde se demuestra si realmente ha habido una conversión o solamente un impacto
emocional intenso pero efímero.
Dios está en lo pequeño
Dios también se manifiesta en lo sencillo, en lo cotidiano.
Santa Teresa hizo célebre esta frase: «Entre pucheros también anda el Señor».
La presencia de Dios no siempre es arrebatadora. Puede ser una brisa suave y
delicada. En la religiosidad existe la conciencia de un Dios que hace uso de todas
sus potencias. Lo vemos, especialmente en el Éxodo, cuando se relata la
liberación del pueblo de Israel de manos del imperio egipcio, mostrando su
poderío frente a la obstinación del faraón. Pero también lo vemos en la brisa
tenue que envolvió al profeta Elías, en la cueva.
El espíritu de Dios actúa en el devenir de cada día, en el
trabajo, en la familia, con los amigos. Para crecer no necesitamos muestras
continuas de su poder, sino de su amor misericordioso.
Dios también se manifiesta en lo sencillo y humilde. Quiere
que lo descubramos no sólo por su fuerza. En lo pequeño también está su poder y
su gloria.
Aprendamos a saber ver a Dios en el cónyuge, en los niños,
en los ancianos, en los pobres, en el que sufre, en el extranjero, en el otro
diferente a mí… incluso en el enemigo. Aprendamos a ver a Dios en el
sufrimiento. Y también en el hermoso cambio de las estaciones, en la
naturaleza, en la capacidad creativa del hombre, en su deseo de trascender.
Dios está en un bebé indefenso y en el delicado vuelo de una mariposa. Dios
está en los entresijos del alma. Cuando miramos el cielo y nos asombran las
miríadas de estrellas, Dios está allí. Pero también está dentro de ti, en el
propio aire que respiras. Dios no deja de hacerse presente. Jesús nos lo revela
cercano, asequible, compasivo. La novedad no es que sea grande como Creador y
fuente de la vida, sino que, siendo lo que es, omnipotente, se haga bebé,
hombre y más tarde trocito de pan.
Aquí está la grandeza de Dios, que se hace tan asequible que
lo podemos comer. El Dios de Jesús no es un Dios de rayos y truenos. Es una
presencia delicada que no necesita de todas sus fuerzas para conquistarnos y
producir un cambio en nuestra vida. Sólo necesita de una mirada compasiva,
llena de amor, para decir que nos ama.
No necesitamos hacer algo grande para ser alguien. Dios sabe
de nuestra fragilidad y nos ama igual, con nuestros límites. Dios hace lo
contrario que el hombre; este quiere llegar a ser como Dios. En cambio, Jesús
renuncia a su rango y se abaja, como dice san Pablo, haciéndose hombre. La
carrera de Dios es hacia atrás, mientras que el hombre corre hacia adelante
hasta estrellarse en su propia identidad.
No hay que sentirse alguien o algo importante para saber que
Dios nos quiere inmensamente. Lo único que tenemos que hacer es bajar de las
ruedas de la egolatría para ponernos en camino, paso a paso, hacia el abrazo de
Dios. Él sólo quiere abrazarte, así de sencillo. Lejos de grandes experiencias,
él siempre está allí, aunque no puedas verlo. Allí donde tú estás, vives y
trabajas, en tu vida cotidiana. Tú eres su mejor santuario.
1 comentario:
Gracias por hacer tan asequible la cercania de Dios para cada persona que lo bisque.
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