domingo, mayo 22, 2022

Una presencia luminosa

Cae la tarde. El ocaso indica que ya es hora de parar después de una jornada intensa. Es hora de recogerse e iniciar un camino hacia adentro, para saborear el cálido momento de tu presencia sacramental.

El día se apaga, pero tú iluminas nuestra alma para contemplarte con atención y reconocer que necesitamos descansar contigo, dejar que tu aliento divino sea un bálsamo que sane nuestra mente, nuestro cuerpo y, sobre todo, que tu discreta presencia amorosa penetre en los poros de nuestra alma.

Sosegados y abandonados, queremos escuchar el latido de tu corazón ardiente, que sigue derramando la paz que tanto ansiamos.

Esta tarde estamos aquí, porque queremos contemplar la belleza de un amor sin límites que se entrega para darnos vida plena.

Queremos agradecerte que esta tarde salgas del cielo, de tu hogar, para que podamos verte más cerca. Has decidido pasar un rato con nosotros, con tu pequeño rebaño que necesita ser guiado. Conscientes de nuestros límites, necesitamos tus palabras, convertidas en brisa que refresca y alivia nuestro corazón, tantas veces herido.

Aquí y ahora, sin prisa, queremos eternizar este momento de intimidad contigo. Queremos aprender a callar, a escucharte, acompañarte, fortaleciendo los vínculos entre todos los cristianos que deseamos crecer en ti y contigo.

Esta es la clave para aumentar la sintonía contigo, dueño de nuestra vida. Queremos descansar en ti, ponerlo todo en tus manos, especialmente lo que nos inquieta. Tú eres la medicina que necesitamos. Ayúdanos a confiar en ti; que no seamos orgullosos, autosuficientes, altivos, creyéndonos mejor que otros. Haz que controlemos nuestra lengua, que dejemos de ser intransigentes con los fallos de los demás, que cortemos esa riada de críticas que nos dañan. Sabemos que la perfección que tú nos pides es en el amor, y sabemos que nuestros fallos no te importan tanto; lo que te duele es nuestra dureza y nuestra falta de caridad. Que no nos instalemos en la queja permanente, en la crítica de los demás cuando no hacen las cosas como nos gustan. Que no nos falte la caridad, porque lo que a ti no te gusta es que nos quejemos de los demás sin amor.

Enséñanos a ser más dulces con los demás y a aprender de ti, que eres manso y humilde. Conocemos nuestros límites, pero también sabemos que tú valoras, pese a nuestro pecado, que estemos aquí, porque queremos aprender de tu paciente delicadeza, de tu ternura, de tu compasión. Sabemos que preferiste al publicano pecador que al fariseo que cumplía con todos tus mandatos. Recordamos al padre que abraza al hijo pródigo, al pastor que va a buscar a la oveja descarriada. Tú no quieres cristianos perfectos; quieres que seamos santos, que aprendamos a perdonar, a corregir con caridad y a instruir en sabiduría, como tú lo hiciste con tus discípulos.

Esta tarde queremos mirarte a los ojos para aprender a ver a los demás desde tu infinita misericordia. Que aprendamos de tu presencia sosegada. El mundo necesita misioneros del sosiego. Sólo desde tu paz podremos extender la calma de nuestro oasis interior.

Estar contigo esta tarde es dejarnos llevar por tu íntima amistad. Quizás no quieres tantas oraciones, que te pueden aturdir. Quizás quieres más nuestro silencio, que sepamos acallar nuestras voces, que paremos la velocidad interior y dejemos nuestras miserias. Quieres que nos fijemos en ti, fuente y sentido de nuestra existencia. Queremos que habites en nosotros. Queremos ser una pequeña y humilde luz, que brille iluminando lo que hay alrededor. Que los demás vean en nosotros tu real y clara presencia. También queremos habitar en ti, y que nos ayudes a transparentar la belleza de tu amor.

Sólo así nuestra pequeña comunidad se convertirá en un cielo, capaz de acoger a tantas personas que viven un profundo trasiego en su corazón.

Queremos ser faros luminosos que indiquen a muchos náufragos el camino de vuelta a ti.

Gracias por estar aquí, esta tarde, con nosotros, como lo hiciste aquel día que caminaste y compartiste la cena con los discípulos de Emaús.

2 comentarios:

José Añez Sánchez dijo...

Hermosa y gran oración digna de un padre de la Iglesia Católica.

Montse de Paz dijo...

Descansar en Jesús... ¡qué importante! Y que nos vaya transformando por dentro: de un corazón de piedra a un corazón de carne. Gracias.