domingo, septiembre 18, 2022

Espiritualidad del adorador


El adorador es aquel que pone en su centro a Cristo sacramentado. Ante la inmensidad de su presencia, crea un espacio de silencio.

El adorador es aquel que vive del pan eucarístico, haciéndose uno con Cristo y convirtiéndose en pan para los demás.

El adorador es aquel que no cae en el quietismo; la sintonía con Cristo modela toda su vida y se deja habitar por él.

Es aquel que, ante el misterio de la Santa Hostia, medita y contempla el gesto de sublime entrega de Jesús.

Es aquel que ha descubierto que estar ante él significa entrar en la órbita de su amor.

Es aquel que sabe que, después del encuentro, ha de testimoniar su experiencia, convirtiéndose en luz para otros.

Es aquel que vive instalado en las tres virtudes teologales: fe, esperanza y caridad, como ejes de su vida.

Es aquel que vive con la confianza puesta en Jesús, nuestro Señor.

Es aquel que, frente a Jesús sacramentado, no busca experiencias sobrenaturales, sino que vive una suave y delicada presencia, casi imperceptible.

El adorador ha aprendido a mecerse en el silencio, un mar profundo cuya vibración no entra por los sentidos, sino por el alma.

El adorador se llega a doctorar en silencio, y sólo desde el silencio entiende el lenguaje de la presencia. Pues las grandes transformaciones no se dan con manifestaciones llamativas, que alteran la conciencia.

Su alma se llena de serenidad, paz interior y dulzura. La adoración sincera lleva a un nuevo trato hacia las personas, un trato exquisito y amable, donde se percibe la suavidad de espíritu.

Sólo estar con él ya es un milagro.

Contemplar tanta belleza ya es un regalo. Sentirse envuelto en este misterio de amor ya es participar de algo extraordinario y sublime, algo sobrenatural.

Si ocurre algo más, será por añadidura. Lo único que es auténtico es el hecho histórico de un encuentro que será fecundo si dejamos que su brisa acaricie nuestra alma. Esta es la gran aventura de los místicos. Ellos se han enraizado con profundo realismo en este mundo, pero con la mirada siempre puesta en el cielo.

Aquí es cuando empieza el gran itinerario hacia la cumbre más alta: encontrarse en persona con Aquel que es la fuente de la existencia, creciendo cada vez más en la ciencia infusa de Dios. Tener la custodia delante es empezar a adentrarse en su misterio más profundo y fecundo.

El adorador vive anclado en la gratitud por tanto don derrochado.

Sabe que su vida sólo se sostiene en Dios, y abraza la realidad tal y como es, no como la quisiera.

Estar con Jesús siempre es un aprendizaje que lo hará más humano y más cristiano. Cuanto más íntimo sea nuestro encuentro con él, más trascendidos viviremos, hasta llegar a la unión mística con él y entrar en la dimensión divina. Así, el adorador pasa a ser maestro en amor a la eucaristía.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Cuanta sensibilidad y sabiduría para traducir el sublime momento de Adoración al Santísimo! Gracias Pe Joaquim