domingo, enero 19, 2025

Vivir lo sagrado en lo cotidiano



Tras celebrar el misterio de la encarnación, pasando de la esperanza del Adviento a la alegría del nacimiento de Jesús, retomamos el tiempo ordinario, un momento para descubrir lo sagrado en lo cotidiano. Es el tiempo de cuidar la familia, el trabajo, y las relaciones con los demás, dotando de sentido cada día. Vivir con atención los retos diarios nos transforma, nos enseña a madurar y crecer en generosidad.
 
En el bautismo de Jesús en el Jordán, lo contemplamos asumiendo su misión como Hijo de Dios. Su vida se entrega a anunciar la Buena Nueva, revelando a un Dios que ama y busca nuestra felicidad. Con una constancia diaria, pone al Padre en el centro de todo, dedicando también tiempos de soledad y silencio para encontrarse con él. Esta intimidad con Dios es fuente y razón de su vida.
 
Jesús nos muestra que, en medio del ajetreo, también nosotros necesitamos momentos de quietud para sintonizar con el Padre. Como hijos suyos, encontramos en él la fuerza que nos renueva, nos ayuda a discernir su voluntad y a avanzar hacia la plenitud humana y espiritual. Su amor nos llama a colaborar en la expansión del Reino, tarea central de nuestra vocación cristiana. Sin esta dirección, corremos el riesgo de empobrecernos interiormente y perder la luz que anima nuestra alma.
 
El mandato de Cristo es claro: anunciar con entusiasmo la esperanza que hemos recibido. Estamos llamados a ser reflejo vivo de él, portadores de luz y agua viva para tantos corazones sedientos. El mundo necesita este testimonio de amor y redención, que transforme vidas y oriente corazones hacia la eternidad.
 
Jesús, con su ejemplo, nos revela cómo amar hasta el extremo. Su cruz, gesto sublime de amor incondicional, abrió las puertas al reencuentro de Dios con la humanidad.
 
Hoy, hacemos una pausa para estar con él. Le pedimos que nos llene de su paz, su serenidad y su amor. Que nos dé un corazón como el suyo, capaz de amar incansablemente, valorar el silencio y aprender a escucharle en lo profundo. Le suplicamos que nos libere de la soberbia y del orgullo que nos separan de él y de los demás.
 
Queremos ser como él: humildes y entregados, aunque cueste. Su cruz nos enseña que el amor verdadero exige entrega y sacrificio, pero también que abre el camino a la vida eterna. Confiamos en su gracia para seguir adelante, renovados y con esperanza.

lunes, enero 06, 2025

Jesús, el mayor regalo


Jesús, el gran regalo

Celebramos hoy la fiesta de la Epifanía del Señor, una hermosa fiesta. Porque la Epifanía no es una explosión del consumo, no. La Epifanía es una explosión inmensa del amor de Dios. Tres magos de Oriente viajan siguiendo una estrella hasta Belén, donde encontrarán al Niño Jesús y le ofrecerán sus regalos. Más tarde este niño, Jesús, por amor, morirá en la cruz, resucitará y nos dará otro regalo: su presencia en la eucaristía.

Siguiendo esta lógica, también nosotros tenemos que convertirnos en regalo para los demás. Este es el auténtico sentido de la Epifanía: un Dios que se nos revela, un Dios que se nos regala, un Dios que se hace presente en la historia; un Dios que quiere nuestra felicidad y nuestro gozo. Por eso la Epifanía es un mensaje de universalidad. Dios ha venido para todo el mundo. Más allá de Israel, el pueblo que esperaba la venida del Mesías, hoy Jesús se manifiesta a todos los pueblos, no importa el lugar, la lengua, la cultura, o la historia. Él ha venido a hacerse presente para toda la humanidad.

¡Qué hermoso regalo! Él da sentido a nuestra vida. Entiendo que queramos regalar cosas: es un gesto de cariño y de aprecio a las personas que quieres. Por supuesto tiene un sentido. Pero detrás de todo regalo tiene que haber una pedagogía. ¿Por qué hoy nos regalamos cosas? Porque estamos contentos, porque hemos recibido el gran regalo, que es el mismo Jesús.

La fiesta de los que buscan

Por otra parte, los magos de oriente ven salir una estrella. ¿Qué representan los magos, estas personas estudiosas del cosmos y de la filosofía? Son personas que, más allá de encerrarse en los dogmas de la ciencia, han descubierto porque han buscado. Se han puesto en camino y por eso han encontrado.

Esta fiesta no sólo es importante para los cristianos, sino para los agnósticos que están buscando, que quizás no han encontrado la fe, o no han recibido suficiente testimonio, o han creído que con la ciencia basta. Unos magos, sabios, se arrodillan ante un pequeño.

Si queremos descubrir el sentido de la vida, más allá de lo que las ciencias pueden aportar, la gran sabiduría, el gran milagro, la gran ciencia, está en este Niño. ¿Por qué? Porque es la ciencia del amor. Ya no es la cosmología, ni la filosofía. La filosofía y la razón pueden llegar hasta el misterio, pero si no tengo la experiencia de la revelación, con la sola razón no puedo captar la trascendencia de este momento. Por eso debo dar un salto cuántico: la fe. La fe me revela que en ese niño humano, pequeñito, sencillo, que nace de una mujer sencilla en un pueblo humilde, en él está concentrada toda la sabiduría. Muchos científicos de proyección internacional son cristianos. Han sabido separar ciencia y fe. Han distinguido que, más allá de lo que nos puedan explicar sobre la posición del sol, las estrellas y las galaxias, resulta que hay algo más, mejor dicho: alguien más, que es el autor de toda esta belleza y de la inteligencia del hombre.

El sentido de los regalos

Regalos. Qué importante es dedicar tiempo a los demás. Amar es un regalo. Cuando te entregas al otro, porque lo quieres, es un regalo precioso. Qué importante es trascender del concepto material del regalo, para darnos cuenta de que esto expresa algo mucho más bello: expresa un amor incondicional del ser humano.

Es un regalo tener unos voluntarios que se ocupan de nuestros pobres, dándoles de comer cada día. Es un regalo saber que hay personas solidarias que hacen un gesto precioso en estos días, como la Comunidad de San Egidio, que cada año, por las fiestas de Navidad, comen con los pobres en las plazas. Es hermoso reconocer que esto es un regalo: dedicar tiempo, consejo, experiencia, sabiduría. La música es un hermoso regalo. La belleza es un regalo; el arte es un regalo. ¡Estamos respirando regalos cada día! Vemos el sol cada día, o las nubes preciosas, o unos pájaros cantando, o el mar en calma. ¡Todo son regalos! Seamos conscientes de que cada día estamos recibiendo regalos de Dios.

Por tanto, nos toca universalizar esta hermosa fiesta allí donde estemos, porque hoy, queda claro que Dios se ha manifestado a todo el universo.


domingo, enero 05, 2025

El valor de la palabra




En este segundo domingo de Navidad leemos de nuevo el prólogo de San Juan, recogiendo la importancia del Verbo encarnado, la Palabra de Dios. Juan dice que en el principio ya existía la Palabra, que estaba junto a Dios y que era Dios.

Desde el principio, Jesús era una realidad en el corazón de Dios. Tanto amó Dios a los hombres que, desde la eternidad, abrigó un sueño. Dios necesitaba amar a alguien, su propio Hijo, para así amar a la humanidad.

Esta palabra creadora, viva, que transforma, Cristo, desde siempre estaba en el corazón de Dios. Y se encarna en el mismo Jesús para hacer real el proyecto de Dios para la humanidad.

Palabra creadora

Por ella se hizo todo. Se hizo la creación, Hágase la luz, leemos en el Génesis. Cuánta potencia creadora tiene la Palabra de Dios. Transforma y crea un estado diferente, pero además, es comunicada, transmitida con amor. Porque el mismo Jesús es el Amor del Padre.

Por tanto, insisto, qué importante es la palabra. Una palabra muy pensada, reflexionada, que surja de una profunda meditación, que salga del corazón sincero del hombre. Porque estas palabras serán para la persona algo extraordinario.

En disciplinas como la psicología o la pedagogía se da una interacción entre el profesional y el paciente, o el alumno. La palabra ayuda. Pero también es verdad que el profesional debe escuchar muy bien el corazón de la persona para acertar y poder cambiar y transformar su vida.

Palabra transformadora

Esto es lo que quiere la Iglesia: tenemos un instrumento poderosísimo, la Palabra de Dios. Pero, para que esta palabra cale, tiene que ser vivida como una experiencia profunda de Dios.

Primero, los cristianos debemos preguntarnos: esa Palabra ¿la he digerido bien? ¿La he hecho vida de mi vida? Si la palabra no va acompañada de algo auténtico y sincero, no podrá cambiar las personas ni las cosas.

Hay mucha palabrería en el mundo: los medios vierten palabras y palabras sin sentido alguno. Por eso hay que rescatar la palabra, porque tiene mucha fuerza: tanto para destruir como para construir. Por eso la palabra debe estar al servicio de la persona, una palabra que ayude, que sea pedagógica, que interpele, que toque el corazón humano.

Palabras vacías

Pero ¿qué ocurre? Lo vemos en la prensa y en los medios, y lo vimos recientemente, en la fiesta de fin de año y el programa de televisión de la cadena pública. ¡Cuánta palabra vacía! La gente no es consciente, pero todo está muy orquestado para apagar el sentido genuino de nuestra vida cristiana. Con ironías absurdas, lo que consiguen es rebajar algo tan potente como los medios de comunicación que utilizan la palabra. Porque esta frivolidad llega a todo el mundo. Cuando las ideologías convierten la palabra en un veneno, la están aniquilando.

En el proceso evolutivo del hombre, la articulación del lenguaje en palabras es un hito, un salto importantísimo. Todo lo que sea manchar la palabra está manchando algo santo. Estamos prostituyendo algo sagrado y que Dios ha querido que el hombre use para comunicarse.

Pensemos muy en serio y despacio lo que tenemos que decir cada día. Si lo pensamos, nos daremos cuenta de que la mitad de las cosas que decimos no valen la pena o no son necesarias. Estamos embarrando con una palabra sucia.

Los expertos en la palabra, desde los poetas, filósofos, sacerdotes, literatos, profesores... tienen una gigantesca responsabilidad. Santa Teresa lo decía: O hablar de Dios o no hablar. O hablar de cosas transcendentes, importantes, o mejor no decir nada.

Si tuviéramos un ratito para pasar la moviola cada noche, revisando nuestro día: qué he dicho, qué he hecho, nos daríamos cuenta de las muchas palabras innecesarias, no solo las que hemos pronunciado, sino las que hemos oído sin necesidad. Esto es lo que nos vacía y nos deja huecos por dentro. Quizás en el fondo es lo que quieren las élites que gobiernan el mundo: una sociedad de títeres que se llenen de tonterías.

Palabra que es luz

La palabra es la luz verdadera que alumbra el mundo. Si una palabra no ayuda, no ilumina, no orienta, es una palabra vana y vacía. Pero, al contrario, si es una palabra llena, bien digerida espiritualmente, puede crear una auténtica revolución.

Vemos incluso mucha literatura vacía, es tremendo. ¿Cómo se puede manchar algo tan bello como la poesía? ¿Cómo se pueden utilizar formas poéticas para decir algo vacío? Igual sucede con el arte, hoy cualquier cosa es arte. ¿Cómo es posible, cuando tenemos una magnífica herencia histórica de artistas geniales?

Ojalá creamos que la Palabra de Dios nos transforma de verdad, sinceramente. Si la hacemos vida de nuestra vida, seguro que marcaremos un nuevo paradigma cultural y religioso.

Para ello tenemos que dejarnos interpelar.

Palabra que es verdad

La palabra es la verdad. Cuando la palabra se convierte en mentira, es su fin. Pero cuando la palabra es verdad, puede transformar el mundo. Decir una mentira tras otra nos va aniquilando por dentro. Y lo peor es que nos acostumbramos. La gente miente quizás por miedo, para protegerse, para manipular, para ascender... Los políticos tienen una herramienta potentísima en la palabra. Sin embargo, la mayoría de sus palabras están dirigidas a mantenerse en el poder, agarrados al sillón. Cuando las palabras no responden a la verdad, se producen tragedias, como la que hemos vivido en Valencia en estos últimos meses.

Recordad: la palabra es sagrada. Si es auténtica, cambia nuestras vidas.