Cada vez que reflexiono sobre el misterio del Dios amor ante
el sagrario un escalofrío atraviesa mi alma. El Dios omnipotente, señor del
cielo y la tierra, el arquitecto del universo y creador de la vida, está allí.
Desborda la inmensidad de un misterio que va más allá de
todo razonamiento humano. El Señor de las alturas baja para humanizarse en
Cristo y luego, para permanecer entre nosotros, ha querido sacramentalizarse en
el pan y el vino. Ha querido hacerse un hueco en la tierra, en el tabernáculo
del sagrario. Así lo dijo a sus discípulos: No os dejaré huérfanos. No quiere
alejarse nunca de nosotros y ha decidido estar presente en el corazón de la
Iglesia.
¿Por qué? Desde nuestra concepción, cuando nos infundió el
alma, selló su amor con cada uno de nosotros hasta el final de nuestros días, y
hasta la eternidad.
Conmueve la grandeza de un Dios humilde que ha querido
hacerse presente en un cachito de pan. El grande se hace pequeño. Y nosotros,
comiéndolo, lo tenemos tan adentro que pasa a formar parte de nuestras células.
El alimento de los alimentos nos diviniza y nos convierte en otros cristos,
custodias de su presencia en medio del mundo. Cuando amamos nuestro corazón late
al unísono con el corazón de Dios. Con este impulso la Iglesia crece y se
nutre.
Contemplando la santa hostia me pregunto cuánto nos ama Dios
que ha decidido entrar para siempre en nuestras vidas. Es como si por amor quisiera
mendigar nuestro limitado amor. Ya le basta.
Él nos ha creado con ese latido que anhela la trascendencia.
Él quiere que nuestro corazón sea también su hogar. La celebración de hoy es la
culminación del sueño de Dios: fundirse con su criatura para que, ya aquí,
empiece a vivir una amistad eterna sin que la muerte arranque ese deseo genuino
del hombre de volver a Dios.
Cristo, el logos, ha dejado de hablar para hacerse comida.
No quiere estar solo en nuestra mente, sino que quiere entrar en nuestra zona
más sagrada, el corazón, allí donde bombea la vida. Ante la custodia,
sobrecogido por ese derroche de amor, con ese destello que sale de ella, solo
puedo susurrar en silencio: ¡Gracias por tanto amor!
Ser consciente de este regalo hará que entendamos que la
eucaristía no es un rito vacío de sentido. Quizás lo hemos convertido en un
gesto de rutina, un ritual al que le hemos sacado su auténtica dimensión. Tomar
el pan y el vino en la eucaristía no es una costumbre ni una obligación, sino
una invitación a un banquete que nos anticipa el banquete del Reino. Es una
llamada a vivir una vocación a la santidad, a vivir ya aquí la esperanza y la
promesa de un encuentro definitivo con Cristo. Ojalá amemos la eucaristía de
tal manera que entendamos que un cristiano no puede vivir sin la centralidad de
Cristo en su vida. Y esa centralidad pasa por saborear su pan cada día. Solo
así todo aquello que digamos, sintamos, hagamos, estará impregnado de su gracia,
hasta llegar a decir, sentir y hacer como Cristo. Esto es, convertirnos en él
para que otros muchos puedan algún día acercarse a la custodia y caigan
rendidos ante su infinito amor.
Joaquín Iglesias
7 junio 2015 – Día del Corpus Christi
1 comentario:
Hace tiempo vi un video que me impacto muchísimo, se concentraba en la investigación del cuerpo de Cristo, la sagrada forma, de como realmente esta vivo en el presente.
Este video que comparto comenta muchas cosas, no he podido conseguir el reducido, así que os facilito el tiempo por si no teneis tiempo de verlo todo, en 1:44:00 habla sobre la hostia y su investigación digno de escuchar.
https://www.youtube.com/watch?v=PWlUluBzO2w
Un gran abrazoi
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