Durante las cinco semanas de Cuaresma en mi parroquia lo iremos trabajando. Son cinco puntos que pueden ayudarnos a todos a crecer en nuestro compromiso evangelizador.
Jesús en el centro de nuestra vida
No podemos salir a evangelizar si no tenemos a Jesús en el centro de nuestra vida. Es decir, que Jesús sea la fuente de todo aquello que hacemos y somos. Porque sólo viviendo de él, de su palabra, de su vida y su mensaje, nos iremos poco a poco configurando con él. Sin el aliento de su espíritu poca cosa podríamos hacer.
¿Cómo vivir esta
centralidad de Jesús en nosotros? Dejándote poco a poco habitar por él. San
Pablo decía: Ya no soy yo, sino Cristo quien vive en mí. Después de un tiempo
de ir profundizando en su mensaje, hay que dar un paso definitivo. Convertir su
vida en mi vida es dejar que vaya calando en lo más íntimo de nosotros el
misterio de un hombre que se revela como amor de Dios a la humanidad.
De esta manera, entrando
en el misterio de su órbita divina, haciéndolo nuestro, estamos preparados para
salir, no hacia ninguna parte, y no para quedarnos en el aspecto humanitario y
su solidaridad con los más pobres. Jesús no fue un filántropo, Jesús es el hijo
de Dios que nos propone un nuevo mensaje, que tiene que ver de lleno con
nuestra realidad humana, con nuestras esperanzas y nuestro deseo de búsqueda de
lo infinito.
Estamos concebidos para
anhelar una realidad que nos trasciende. Pero para que no demos vueltas sobre
nosotros mismos, para evitar perdernos en nuestro laberinto interior, hemos de
ser muy claros con el mensaje evangélico, que tiene que ver con la acogida, el
perdón, la misericordia, la generosidad y la compasión. Si no vivimos de la
palabra de Dios y no la hacemos nuestra no seremos creíbles. La pasión, el
vigor, el convencimiento, pero a la vez el respeto y la delicadeza van de la
mano.
A Jesús tenemos que
mostrarlo con nuestra vida, no con una buena retórica o un buen discurso
teológico y doctrina. La mejor manera de proponer a Jesús como la opción de tu
vida es que lleguemos a vivir tanto de él que, como dice la liturgia, nos
transformemos en él. No podemos ir de académicos. La formación es un paso
posterior. La primera base del cometido evangelizador es que los demás vean que
hay mucha gente entusiasmada y emocionada con la figura de Jesús, que vive una
profunda relación personal con él. Convertir a Jesús en el amigo de todos los
amigos, y que por él hemos encontrado la fuente de nuestra felicidad.
Cuando decimos “Jesús en
el centro” estamos diciendo en el centro, donde la vida de un cristiano gira en
torno a él, y eso significa vivir movido por el soplo de su espíritu hasta
respirar con él y vivir de él a través de los sacramentos.
Tener a Jesús en el
centro es hacer lo que él hizo, decir que él dijo y vivir de lo que él vivió,
es decir, unido íntimamente a Dios Padre.
¿Qué dijo, qué hizo y
cómo vivió Jesús? Hacer sus palabras nuestras, hacer nuestras sus obras, y
vivir encarnado como él, atentos siempre a la voluntad de Dios, asumiendo que
esta pasa por buscar en el fondo del corazón su designio o su plan para
nosotros.
Entra en esta dinámica de
comunicación con el Padre ayuda además a discernir cuál es nuestra misión. Para
Jesús, la soledad y el silencio eran claves para luego anunciar su buena nueva,
su mensaje de liberación y a la vez asumir con libertad las consecuencias de un
plan que pasaba por la cruz.
Hemos de anunciar el
Cristo de las parábolas del banquete de bodas, pero también el Cristo que lo da
todo por la misión que se le ha encomendado.
Como vemos en el bautismo
en el Jordán, no hemos de evangelizar a un Cristo indulgente, pero tampoco a un
Cristo que sólo es dolor y sufrimiento. Para evangelizar tenemos que tener
claro que ya formamos parte de su discipulado y que cada uno, de alguna manera
u otra, hemos sido llamados a la vocación de anunciar la buena noticia de un
Dios que nos ama y quiere nuestra felicidad.
Desde esta rotunda
certeza, con humildad y con tenacidad, salgamos a testimoniar la grandeza de
Dios, que con obstinación quiere que salgamos de nosotros mismos para ir a su
encuentro y al encuentro de los demás. Porque Jesús no es una idea, su mensaje
tampoco es un conjunto de normas morales. Jesús es una persona, no una
doctrina. Es un amigo, y como tal, de persona a persona, podemos establecer un
profundo lazo de amistad con él que nos lleva a vivir con gozo la gran aventura
de nuestra vida, aquella que me hace descubrir la grandeza que hay en el
corazón del hombre y su capacidad de amar. El hombre, cuando ama, vive la
esencia que lo constituye como hombre porque está ligado al deseo infinito de
amor. Sólo así se encontrará con uno mismo y se abrirá a la trascendencia, a un
ser divino que sostiene toda nuestra existencia. Para Jesús, Dios era su
sostén. Llevar a Jesús a los hombres es dar a conocer lo esencial de él, su
bella relación con Dios fue el motor que lo empujó a ser fiel a su misión, a su
muerte y a su resurrección. Vivir la centralidad de Jesús es vivir de su vida
resucitada. Por eso hemos de anunciar que él vive en cada uno, en la comunidad,
en la Iglesia y en el mundo. No podríamos anunciar a un Cristo muerto, esto no
sería una buena noticia. Hemos de anunciar a un Cristo vivo, presente en la
historia y en nuestra vida.
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