Siendo ya Papa, después de muchos años como profesor y
después responsable de la Congregación para la Doctrina de la Fe, supo acoger a
todo tipo de personas de tendencias y pensamiento muy diferente, posicionándose
siempre al lado de la verdad. Su afán era evitar que el relativismo moral
fragmentara la identidad de la persona, distinguiendo entre la subjetividad de
las opiniones y la verdad, fundamento inmutable de todo. Como buen pedagogo y
teólogo, su preocupación era defender la verdad de la fe e instruir a los
fieles. Su firmeza generó reticencias no sólo en el mundo social, político y
cultural, sino incluso dentro de la Iglesia. No faltaron los líderes y
movimientos que se opusieron frontalmente a su legado magisterial. Frases mal
entendidas o sacadas fuera de contexto le ocasionaron diversas fricciones que
siempre estuvo dispuesto a paliar. Era impresionante constatar cómo su
capacidad intelectual no estaba reñida con la humildad. Su talante era
sencillo, sobrio y atento. Sabía escuchar.
Quizás todavía no seamos conscientes del legado que nos ha
dejado a la Iglesia. Sus obras, estudios y experiencia como hombre creyente,
como teólogo y como pastor y papa, al servicio del pueblo de Dios y de la
humanidad, no dejan a nadie indiferente. Aunque no fuese un papa mediático,
como lo fue su predecesor Juan Pablo II, ni como lo es el papa Francisco
actualmente, tuvo otro carisma: iluminar con la verdad unos momentos históricos
confusos con una Iglesia que se tambalea. Supo arrojar luz en momentos de
oscuridad y tuvo que ponerse firme ante los casos de pederastia dentro de la
misma Iglesia. Sentía un profundo dolor ante estos terribles abusos. Como él
mismo expresó, es inconcebible que un siervo de Dios pueda cometer estas
atrocidades. Pero aceptó lidiar con estas complejas situaciones, soportando
duras críticas porque no quiso plegarse a la dictadura del relativismo moral.
Pagó un precio muy alto ante los poderes mediáticos. Pero nunca renunció a su
acérrima defensa de la verdad. Esto es lo que definió su pontificado.
En el centro del magisterio de Benedicto estaba Jesús, a
quien dedicó sus últimos libros. Jesús estuvo presente en su vida hasta el
momento de la muerte. Benedicto no era un mero erudito o un profesor que
escribe sobre teología, ni se limitaba a pronunciar hermosas homilías. Amaba a
Jesús, y por eso lo convirtió en el núcleo de su teología. Imagino cuántas
horas de diálogo íntimo y fecundo debía tener con el gran amigo del alma, y
cuánto debía interiorizar su vida. Ricas conversaciones de tú a tú. Lo que
escribió fue fruto de su amistad con él.
El Pedro de nuestra Iglesia se encontrará con la razón
última de su vocación. En abandono y confianza, ¡qué hermoso abrazo se darán!
Cuidó como mejor supo el rebaño que Cristo le encomendó. Como bien dijo, al
inicio de su pontificado, Dios lo había llamado a cooperar en la viña del
Señor.
Antes de morir, sus últimas palabras se dirigieron a él.
Quizás era una jaculatoria que iba pronunciando durante su tránsito a la otra
vida. Estaba preparándose para dar el salto definitivo. Este final, en su
lecho, me evoca una enorme ternura, como la que despierta un niño que le dice a
Jesús: te quiero mucho. Es toda una declaración. Todo cuanto hizo Benedicto fue
porque amaba mucho a Jesús, y por eso fue dócil a su Iglesia, aceptando los
cargos que le fueron encomendando a lo largo de su vida, hasta llegar a ser
elegido papa. Así lo proclamó, lo anunció y lo predicó hasta las últimas
consecuencias, frente a una sociedad fuertemente secularizada que no siempre lo
comprendió. Pero él estaba totalmente abandonado.
¡Cuánta densidad en estas breves palabras! Jesús. Con
todo lo que implica este nombre, que lo era todo para él. Te quiero. Te
amo como verbo en acción: implica una vinculación muy íntima y afectiva. Sus
labios expresaban la unión plena con él. Nunca se está solo si hay amor.
¡Qué manera tan bella de acabar su vida! Como Papa emérito,
resume con estas palabras su densa teología, que hace de él un padre de la
Iglesia, de la talla de san Agustín, a quien tanto admiraba.
2 comentarios:
Ojalá sepamos conocer y tratar con tanto amor y cercanía a Jesús, como el Papa Emérito Benedicto XVI, QEPD. Que nos nazca del corazón su frase tan cercana, sincera y verdadera: JESÚS, TE QUIERO. Jesús, sé TU el centro de mi vida.
También he leído varios libros de Benedicto XVI y alguna de sus encíclicas. Son iluminadores. Qué hermoso morir así, con estas palabras. Lo dicen todo. ¡Gracias por el escrito!
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