A lo largo
de la historia de la Iglesia se han dado varias formas de aproximación al misterio
de Dios. Desde la teología, la devoción popular, la liturgia y la pastoral han
surgido diferentes tendencias, todas ellas con su valor pero también con sus
riesgos. Las posiciones ideológicas pueden llegar a desvirtuar la esencia
fundamental de la imagen de Dios.
Dios es más que una idea
La teología
se aproxima a Dios vía intelecto. Buen ejemplo de ello son las cinco vías de santo
Tomás de Aquino y la filosofía escolástica. La razón es un medio muy válido para
profundizar sobre la realidad divina. Pero este enfoque puede caer en el riesgo
de dar una idea sobre Dios demasiado conceptual y convertir la figura de Cristo
en una entelequia. Algunos atributos de Dios: la omnipotencia, la
omnipresencia, el ser supremo, son de influencia aristotélica. Cuando se
cosifica la estructura doctrinal se puede rayar en la ideología. El máximo
riesgo es hacer una teología de laboratorio que se aleje de la vida. El teólogo
académico, si no convierte su clase en una experiencia de Dios, está reduciendo
a Dios a una idea en vez de una persona. El Papa Benedicto XVI habla de «hacer
teología de rodillas», desde la piedad. La razón es importante, pero no debe
endiosarse. La corriente intelectualista de muchos teólogos que tratan sobre
Jesús y su persona cae en la frialdad del análisis racional sobre el misterio
de Dios.
La teología
no puede basarse solamente en elaboraciones mentales. Tiene que haber una
experiencia del maestro que va más allá de su actividad académica y su
investigación. Además de la Biblia y la tradición, la experiencia vital del
encuentro es importante para que se dé una teología en un contexto de humildad
y oración. Así se puede evitar forjar grandes cuerpos doctrinales desde la
razón olvidando lo esencial. Jesús dijo: «Te doy gracias, Padre, porque has
revelado esto a la gente sencilla y lo
has escondido a los sabios y expertos. Así te ha parecido mejor». La revelación
cristiana no pasa únicamente por la razón, sino también por el corazón. Así lo
experimentó santo Tomás de Aquino, que después de escribir la Summa Theologica,
cayó de rodillas celebrando una misa y se dio cuenta de que el misterio de
Cristo era mucho mayor de lo que jamás podría abarcar con todo su saber.
El fundamentalismo
Hay otra
aproximación a Dios, que es la del sentimiento o las emociones exaltadas.
Reducir a Dios a una emoción puede ser tan peligroso como encajonarlo en una
burbuja intelectual. Uno puede pensar que porque no «siente» a Dios en su día a
día, este ha desaparecido de su vida. La experiencia religiosa se reduce a un
estado psicológico. Según el tipo de emociones o sentimientos, se puede llegar
a un Dios absolutista o tirano, un Dios despiadado, caprichoso e implacable.
El máximo
riesgo es utilizar la violencia, el miedo o la manipulación emocional para obligar
a los convertidos a captar más prosélitos. Esta forma de fervor parte de un concepto
perverso y erróneo de Dios. En el fundamentalismo se da una absoluta
ideologización del concepto de Dios. Matar o manipular en su nombre es matar la
misma esencia de Dios.
Desde la belleza
Otro camino
para conocer a Dios es el libro de la naturaleza, que con su esplendor habla
del Creador. San Francisco de Asís es el máximo exponente de esta visión, con
su Cántico de las Criaturas. La naturaleza nos revela que el autor de la
creación crea belleza. Por tanto, él mismo es la máxima belleza. Teólogos contemporáneos
como Denis Edwards exploran esta vía cuando hablan de la manifestación del
Espíritu Santo en la multitud de formas de vida que estallan en el cosmos, así
como en la fuerza que mueve la evolución. El Espíritu crea y recrea el universo
continuamente.
La razón lleva
al conocimiento, pero también la belleza revela la verdad. Es la teología de la
estética que han cultivado teólogos como Von Balthasar.
Hoy, el
teólogo portugués José Tolentino nos habla de «la espiritualidad de los
sentidos». Es otra forma de hacer teología desde el corazón, desde el mismo
cuerpo y desde la naturaleza que nos envuelve.
Si Dios es
amor, Dios también es belleza, porque el amor es bello y la máxima belleza es
el amor. No hablo de cánones estéticos según modelos culturales y sociales. No
hablo de una belleza con la que se puede mercadear, sino de un valor que va más
allá de todos los patrones. Es la belleza de una sonrisa, la del beso
apasionado de dos enamorados, la de una mirada que se deleita contemplando un
paisaje, el corretear de los niños, la mirada profunda de un anciano o la
complicidad de un abrazo.
Hablo de
una belleza que no es fruto de una moda, una belleza que se ve más con el alma
que con la razón. Una belleza que pide una mirada contemplativa, aceptando con
dulzura todo lo que nos rodea, más que analizando fríamente la realidad.
Teología de la presencia
Hay otra
vía de aproximación a Dios, que no se reduce a la razón o a las emociones: es
la vía del corazón. Este no anula las otras dos dimensiones, sino que las
depura y las armoniza. Cuando hablo de corazón no hablo de sentimentalismo. En
la Biblia la palabra corazón tiene un profundo sentido que tiene que ver con el
concepto de Dios Amor, como lo expresa San Juan.
Este es un
camino de búsqueda que nos lleva a Dios por el corazón sagrado de Jesús. Del
corazón del hombre al corazón de Dios se pasa, no tanto por la teología, sino
por la mística. La revelación llega con el abrazo entre el Creador y la
criatura. Nuestro Creador no necesita de muchos estudios: sólo quiere que lo
amemos y lo acojamos. Y esto sólo se puede conseguir con el silencio, de
rodillas, sin palabras y dejándose interpelar por el fuego vivo de su amor.
Así pasamos
de una pastoral de las aulas a la pastoral de la capilla, contemplando el
misterio, dejándonos abrazar por él, acurrucándonos a sus pies. Dejando que su
silencio resuene como brisa en nuestro interior.
La teología
del corazón empieza en la capilla, pasa por la eucaristía y acaba con el ejercicio
de la caridad. Encuentro, adoración, acción. Sólo así, desde la suavidad del
Espíritu, la Iglesia podrá crecer más vigorosa.
A veces las
disquisiciones y el sentimentalismo nos hacen olvidarnos del encuentro tú a tú.
Se podría hablar de una teología de la presencia a partir de la contemplación y
de la belleza. En la nueva evangelización, esta es una vía que puede acercar a
la gente al misterio de Dios.
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