¿Qué pasa con los jóvenes?
Hoy se habla mucho de la crisis que viven las personas que
se alejan de la Iglesia y de sus prácticas religiosas. Incluso en aquellas
familias en que los padres iban a misa cada domingo con sus hijos, cuando estos
han llegado a la adolescencia, poco a poco se han alejado de los valores
religiosos. Ellos dicen que para ser buenas personas no necesitan cumplir con
las prácticas litúrgicas.
¿Qué ocurre con estas familias, que siempre han practicado y
cuyos padres siguen viniendo a misa, pero cuyos hijos ya no seguirán? Los
padres han dejado de ser modelos para sus hijos, que han desconectado de su
religiosidad. ¿Qué ha pasado? Esta es una pregunta que quizás nos da miedo
hacer por las enormes consecuencias que tiene. ¿Cómo es que los padres han
dejado de ser referentes para sus hijos? ¿Qué se nos ha escapado? Si queremos
buscar respuestas y encontrar el motivo que los alejó no podemos eludir la
pregunta y una reflexión muy honda.
Es verdad que las modas, las ideologías, la sociedad de
consumo y las dependencias tecnológicas nos han sumergido en una cultura donde
todo se puede comprar y tener. Nada escapa al deseo desenfrenado de poseer sin
medida. Pulsando una tecla, vía Internet, podemos tener acceso a casi todo. La
inmediatez, lo rápido, el «lo quiero ya» están marcando la mentalidad de
nuestros jóvenes. Un elaborado marketing nos hace comprar hasta lo que no
queremos. El neuro-marketing es una nueva ciencia que estudia cómo estimular el
deseo enfermizo de tener cada vez más. Distraídos con todo esto nos vamos
alejando de nuestra auténtica naturaleza y abandonamos la búsqueda del sentido
último de la existencia.
Hablamos de una crisis de secularización en toda Europa y de
una crisis de la identidad cristiana en Occidente. Apartamos a Dios de nuestra
vida porque nos dicen que la Iglesia nos manipula, pero el joven universitario
es inoculado con ideologías que calan en su mente y en la de toda la sociedad.
La frivolidad invade la prensa, los debates y los shows televisivos. Los padres
se han vuelto «carcas» y su forma de creer ha pasado.
Las plataformas de televisión digital a la carta están
modelando nuestra conducta social y moral. Presumimos de hacer lo que queremos pero
somos víctimas y esclavos de la publicidad, orientados a consumir de forma
bulímica y sin control. Sometidos a las leyes del mercado, somos teledirigidos
hasta que nos roban nuestra propia identidad. ¿Qué pasa?
Una sociedad distraída, que pierde sus referencias y sus
valores, nos va arrastrando hacia un relativismo moral que deja vacío al
hombre. Nuestros hijos viven en la caducidad permanente. No sólo caducan los
alimentos: las cosas, las ideas, una cierta manera de entender la vida, la
familia, los amigos, las relaciones… Todo se hace efímero, hasta las personas y
los compromisos. Parece que hay que vivir la vida sin perder tiempo y nos agobiamos,
nos cansamos y nos exponemos a la manipulación por parte de las grandes
empresas. Somos auténticas marionetas y presumimos de haber llegado a unas
cuotas de libertad como nunca hemos tenido. Sin embargo, estamos completamente
orquestados por manos invisibles.
Pero vayamos más allá. ¿Y si el problema no es que ellos
dejen de creer, sino más bien preguntarnos en qué creemos los que seguimos
creyendo?
¿Qué significa creer para los creyentes?
¿Y si ciertas prácticas religiosas son precisamente la causa
del alejamiento de los jóvenes?
¿Y si nuestra fe la hemos convertido en un culto litúrgico
vacío de sentido?
¿Y si en realidad hay un divorcio entre lo que creo y mi
vida social?
Puede dar miedo ir al fundamento de nuestra fe, porque otros
nos la pueden cuestionar. Preferimos dejar de lado este cuestionamiento porque
sabemos que, en el fondo, la fe no tiene nada que ver con lo que somos y
hacemos, y de aquí esta bipolaridad entre lo que soy y hago y lo que digo
creer.
Hoy los templos ven cómo la asistencia de feligreses se
reduce. Pero lo preocupante no es que venga poca gente, sino el escaso sentido
de pertenencia de los que vienen. La pertenencia no es al templo como edificio,
sino a la comunidad como familia de Cristo. Un templo puede estar lleno a rebosar,
pero si no hay encuentro personal no entraremos en el misterio de la
eucaristía.
Por aquí podemos encontrar respuestas. La desidia espiritual
de los que decimos ser cristianos puede llevar a una terrible confusión a los
jóvenes, desorientándolos y alejándolos de la Iglesia. No es lo mismo saber de
Dios que conocer a Dios; y no es lo mismo conocer que amar a Dios y vivir de
Dios.
No basta conocer a Cristo conceptualmente; hay que conocerlo
vitalmente, tratar con él, ser amigo de él. Sólo así se producirá el encuentro
que marca toda una vida y puede entusiasmar a otros.
Una vida en Dios genera un profundo sentido de pertenencia,
y este da como fruto un compromiso con la comunidad y un anhelo misionero que
te hace testigo vivo de la experiencia del encuentro con Cristo.
El antídoto: la pasión
Como dice el P. Raniero Cantalamessa, la primera misa se
celebró a los pies de la cruz. Cristo se entrega. La misa es donación pura.
¿Entendemos qué significa que haya muerto por nosotros? En la eucaristía
entramos en comunión profunda con el misterio de su amor. Tendríamos que
conmovernos y salir de otra manera. ¡Él ha entregado su vida por nosotros! ¿Qué
hacemos? ¿Permanecemos allí sentados, recordando, sabiendo? ¿O decidimos llenar
toda nuestra vida, empapándola de este misterio de amor?
El antídoto de la desidia es la pasión. La pasión de Jesús
llevó al límite su amor para redimirnos y salvarnos. ¿Seremos capaces de entrar
en la órbita de este misterio? ¿Vibramos ante la inmensidad de este gesto
sublime?
Jesús se hace un trozo de pan para que siempre lo llevemos
adentro, impreso en nuestro ADN. No quiere dejarnos huérfanos. El sagrario y el
altar son lugares sagrados, preludio del banquete celestial. Ante la desidia,
seamos conscientes de esta locura, este derroche de amor que no merecemos. Él
se nos da para que nuestra vida esté llena de sentido. Sin dejar de ser lo que
somos, sedientos de trascendencia, podemos colmar nuestros anhelos. Sólo así
alcanzaremos la libertad de aquellos que han descubierto que la libertad real
es Cristo.
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