Hemos
celebrado la fiesta de Nuestra Señora del Pilar, una advocación que presenta a
María como imagen sobre una columna, tal como, según la leyenda, se apareció al
apóstol Santiago cuando venía a evangelizar la antigua Hispania romana. El
apóstol estaba cansado y desanimado y María le dio fuerza y consuelo para
seguir con su misión.
La
Virgen sobre el Pilar, más allá de la leyenda, expresa una realidad muy honda:
María es el fundamento de la Iglesia. No sólo es pilar: es puerta, umbral, cuna
y regazo donde el mismo Dios quiso nacer y crecer. Por ella entró Dios en el
mundo, en ella se afianza su obra: la familia de la Iglesia. La madre de Dios,
después de la resurrección de Jesús, se convierte en madre de todos y
protectora del mundo entero.
La
Iglesia hoy parece estar en crisis, al menos en occidente. Se nos vacían las
iglesias, las comunidades envejecen… ¿Quién sostendrá la Iglesia? No temamos,
hay un pilar muy fuerte que nos sostiene. Pero, además de María, la Iglesia
necesita muchos otros pilares. Cada uno de nosotros debería ser pilar vivo de
la Iglesia. ¿Cómo ser pilares? María es nuestra maestra. Solos, con nuestras
propias fuerzas, podemos muy poco, o nada. Pero ella nos enseña a apoyarnos y a
confiar en Aquel que lo puede todo. Llenémonos de Dios, como ella. Llevemos a
Jesús en nuestro seno, como ella. Acojamos su palabra y la misión que nos
propone, como ella. Entreguemos nuestro cuerpo y nuestra alma, todas nuestras
potencias, para servir al reino de Dios, como lo hizo ella. Seamos humildes
como ella. El alimento que nos robustecerá está en la oración y en la
eucaristía. María es maestra de oración. Aprendamos, como ella, a tener tiempo
para Dios cada día. Aprendamos, más aún, a convertir todo cuanto hacemos en una
ofrenda sencilla, humilde, pero con mucho amor, a Aquel que todo nos lo da, que
quiere salvarnos y hacernos participar en su «banquete de bodas». Con María,
los cristianos formaremos bosques de pilares vivos que sostendrán esta inmensa
catedral que es la Iglesia.
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