«La vida actual ha roto los vínculos comunitarios. La Iglesia
no siempre es ejemplo de comunidad. En mis primeros años como cristiano adulto
salía de la iglesia corriendo, al terminar las misas. No me interesaba
involucrarme con la gente. Sólo me importaba Jesús y era todo cuanto
necesitaba, o al menos eso creía. Prefería ir a la iglesia como un turista, era
demasiado inmaduro espiritualmente para comprender que esta actitud es muy
dañina.
Esta forma tan consumista de vivir la fe refleja la fragmentación
de la Iglesia. Vivir en comunidad significa poner el bien de los demás por
delante incluso de mis deseos e intereses. La vida cristiana consiste en
construir la fraternidad que todos necesitamos para completar nuestro
itinerario personal. Un cristiano necesita a otro cristiano que le transmita la
palabra de Dios. Lo necesita, una y otra vez, cuando duda, cuando se desanima y
no puede seguir adelante solo. Necesita a su hermano como testimonio y anuncio
de la palabra divina de salvación.
La vida comunitaria no es un ideal de ensueño, sino una
iniciación difícil en esta “realidad divina” que es la Iglesia. Los conflictos
en la comunidad son un don de Dios, porque nos obligan a afrontar las
diferencias. No es fácil, es un don de la gracia y esta es la belleza del
cristianismo. La diversidad nos lleva a la aceptación del otro y nos ayuda a
vivir formando parte de un todo orgánico, unidos en Cristo, comprometiéndonos a
trabajar por el amor y la unidad.
En este mundo de hoy, cuando la luz que ilumina muchos
rostros es la luz de las pantallas, el Smartphone, la Tablet o el televisor,
estamos viviendo una época muy oscura. Estamos perdiendo la luz que brilla a
través de la persona gracias a la interacción social. Sin contacto real con
otras personas humanas, no hay amor posible.»
Reflexiones de Rod Dreher, en su libro La opción de Benito, una estrategia para cristianos en un país
post-cristiano (extractos del capítulo 3).
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