Jesús sale del templo
Hoy, Jueves Santo, iniciamos el Triduo Pascual, con la
liturgia de la Santa Cena. Un día en que la Iglesia celebra el día de la
caridad y de la institución sacerdotal. Leemos en el evangelio de san Juan el
lavatorio de los pies de Jesús a sus discípulos, gesto culminante en el marco
de una cena de despedida. El maestro se convierte en el servidor de todos, con
un acto propio de un esclavo.
Es un hermoso día para reflexionar sobre este gran legado
que nos deja Jesús antes de morir. Jesús es el sumo sacerdote por excelencia,
pero él va más allá del sacerdocio judío. En este nuevo ministerio que él
inicia, el centro es la caridad.
Jesús trasciende las normas, el culto y los preceptos. El sacrificio
es la donación total y absoluta de su vida. El sacerdocio judío giraba en torno
al templo de Jerusalén y a su actividad de culto, como una forma de asegurar la
presencia de Dios en medio de su pueblo. Jesús sale del templo: él es la misma
presencia de Dios y su misión es anunciar la buena nueva en medio del gentío,
recorriendo las tierras de Palestina. Jesús es un rabino cuya actividad está
fuera de los muros del templo, entre las gentes del pueblo, y en especial entre
los enfermos y los pobres.
Jesús también trasciende el legalismo religioso judío para
poner a la persona como centro y sujeto de la tarea misionera. Hoy es un día
para revisar la forma y el sentido de nuestro ministerio y profundizar en lo
esencial del nuevo sacerdocio de Jesús. No podemos caer en la trampa de
ejercerlo como funcionarios o como meros repartidores del sacramento, rebajando
la grandeza de nuestra misión a un mero mercantilismo espiritual. Tampoco
podemos caer en la exageración litúrgica. El aspecto nuclear del sacerdocio es
el ejercicio de la caridad. Sin ella todo el culto es vacío, teatral y puede
responder a un narcisismo espiritual, más que a un gesto de total entrega.
Liturgia y caridad
La liturgia es importante porque es un medio de acercamiento
a Dios y fortalecimiento de la comunidad. La liturgia nos evita el riesgo de
una espiritualidad individualista, cerrada en uno mismo. Es importante vivir y
celebrar la fe en comunidad. Pero no se puede alejar la liturgia de aquello que
haces, dices y piensas, hay que ser coherente y dar testimonio de lo que eres.
¡Cuánta egolatría espiritual puede haber en los sacerdotes!
Por eso he querido unir en el título de este escrito los tres aspectos que
configuran lo esencial de nuestra misión: un sacerdote que no sirve y que no
ama, porque no se cultiva interiormente, se convierte en un funcionario de una
estructura ritualista en el marco de un ejercicio de poder. Pero si integra el
servicio y la caridad, se convierte en servidor, no de una estructura, sino del
pueblo de Dios, con humildad, dando su tiempo y su vida por los demás,
renunciando a todo tipo de poder: social, mediático, religioso y comunitario.
Entonces se identificará con Cristo y dará sentido y coherencia a su identidad
sacerdotal.
No hemos de convertir nuestro trabajo ni el centro de culto
en un escenario de autorrealización personal, como si estuviéramos actuando con
un público alejado de la realidad, de lo que somos y celebramos. Es muy fácil
caer en esa tentación y que el ego se ensanche, sin dejar lugar a Dios y a los
demás.
El misterio que no se agota
Hoy, los sacerdotes hemos de dejarnos interpelar por el
mismo Jesús y replantearnos ciertas actitudes que podrían desfigurar el sentido
más genuino de nuestra misión. La excesiva racionalización de la teología nos
ha llevado a encorsetar la figura de Jesús en esquemas intelectuales,
convirtiéndolo en un concepto abstracto, lejos de su esencia vital. Jesús no es
una idea de las ciencias teológicas, es una persona que sigue viva y sigue
actuando. No es un concepto cosificado, un objeto de estudio e investigación
como si fuera un producto de la ciencia. Él trasciende a todo estudio. Así le
sucedió a santo Tomás de Aquino, que ideó cinco vías para demostrar la
existencia de Dios y escribió su monumental tratado de la Summa Teologica. Ante una experiencia sublime que tuvo durante una
eucaristía, cayó en la cuenta de que sus gruesos tomos no eran nada y de nada
servían ante el infinito misterio de Jesús sacramentado.
Nunca agotaremos la realidad misteriosa de Dios. Por eso, el
servicio y la caridad siempre serán lo que marque la autenticidad de nuestro
sacerdocio. La caridad es propia del que sabe amar sin límites a todos, no
importa quiénes sean, qué hacen, qué piensan o qué creen. El que ama está
dispuesto a dar la vida, incluso por su enemigo. Y el servicio es la actitud de
disponibilidad que apoya, escucha, atiende más allá de lo que uno hace,
convirtiendo al otro en el centro de la actividad pastoral. Siendo importante,
el culto no es lo único. Lo crucial es la persona receptora de un anuncio que
puede revolucionar su vida. Si somos capaces de interpelar de esta manera,
estaremos convirtiendo nuestra vida en un auténtico testimonio sacerdotal.
Jueves Santo
9 de abril de 2020
Parroquia de San Félix Africano
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