Los 300
Muchos de vosotros conoceréis la historia de los trescientos guerreros espartanos que, al mando del rey Leónidas, detuvieron a un ejército de ochenta mil persas en el paso de las Termópilas. Su heroica resistencia, hasta la muerte, impidió que el ejército persa invadiera Grecia y arrasara sus ciudades. Murieron todos, pero salvaron a su país. Su hazaña ha sido motivo de toda clase de obras de arte, libros y hasta películas de cine.
Trescientos hombres valientes, sacrificados y dispuestos a
todo lograron salvar miles de vidas y toda una cultura, de la que hoy somos
deudores. Pues bien, el otro día pensaba en esto cuando reflexionaba que, en
nuestra parroquia, somos más o menos trescientos feligreses que venimos a misa
cada domingo. Trescientos cristianos convencidos. Trescientos, nada menos.
Y me pregunto. Somos trescientos. Y tenemos una fuerza mucho
mayor que aquellos soldados de Leónidas. Tenemos la fuerza que viene de Dios,
la ayuda del Espíritu Santo, el alimento fortalecedor del cuerpo de Cristo.
¿Qué no podremos hacer, en nuestro barrio, en nuestra ciudad, en el mundo?
Trescientos cristianos podemos vencer la apatía y el miedo.
Podemos cambiar el barrio. Podemos hacer muchísimas cosas. ¿Creemos de verdad
en el don de la fe, que todos hemos recibido?
Si no creemos que la fe nos transforma, ¿qué clase de fe es
esta?
Tenemos las mejores armas
Lo tenemos todo a nuestro favor para ganar cualquier
batalla. ¿Estamos dispuestos a luchar? ¿Creéis en la victoria?
Nuestras armas no fallan. Tenemos el yelmo de la confianza:
Dios está con nosotros. Tenemos la espada del coraje: nos hará poner todo el
corazón y vencer nuestra desidia. Tenemos un escudo potente: la oración, que se
sostiene en una fe firme. Y, finalmente, tenemos la fuerza del grupo, ¡no
estamos solos! Vamos todos a una, animándonos, apoyándonos. Somos una
comunidad, la unión hace la fuerza.
En esta semana de Pascua, os invito a todos a llenaros de la
fuerza de Cristo resucitado. Vamos a transformar el barrio si queremos. Vamos a
hacer algo para contribuir al bien de nuestra sociedad. Para ello necesitaremos
una preparación, física y mental, y también espiritual. Este periodo de
confinamiento es una ocasión única para entrenarnos. Tenemos tiempo para entrar
en nuestro castillo interior, reforzarnos en Dios y salir al combate. No
podemos salir igual que entramos. Después del Covid-19, nada será igual. Si
Dios permite que vivamos es para algo más que sobrevivir.
La Pascua nos llama a salir de nuestra zona de confort.
Hemos venido aquí para servir, como Jesús. Estamos para construir el Reino de
Dios en la tierra. Una fe estática que se queda en el sentimiento y que no nos
mueve a hacer algo es una fe muerta.
Llamados a servir
Todos tenemos talentos y cualidades, y además, los dones
espirituales y todo aquello bueno que hemos recibido. Podemos ofrecer algo al
mundo: el Reino de Dios.
Somos “empleados” de Dios. ¿Qué hacemos por él? ¿Somos
trabajadores diligentes y creativos? ¿Acudimos cada día a su campo, a trabajar
con entusiasmo?
Nuestro apostolado es una entrega. Si estamos agradecidos
por todo lo que hemos recibido, ¡que es tanto!, entonces querremos dar. Quien
no da es porque no está agradecido. Pero quien da con amor, convierte su
entrega en eucaristía.
Los cristianos no sólo estamos llamados a venir a misa.
Hemos de salir de la misa ardiendo en deseos de mejorar el mundo. Hay que pasar
de la celebración a la misión: ambas son inseparables. Si no salimos con ganas
de conquistar es porque no hemos asimilado la gracia de Dios. Hemos comulgado,
pero no la hemos digerido. Como todo alimento, la Santa Comunión debemos “masticarla”,
es decir, meditarla en el corazón; debemos digerirla, hacerla carne de nuestra
carne, parte de nuestra vida. Y, finalmente, convertidos nosotros en pequeños
cristos, nos llenaremos de energía. El alimento divino nos dará la fuerza
necesaria para salir.
Jesús, como a Lázaro, nos dice: ¡Sal fuera! Si no crees que
ganarás, te vencerán otros… ¿Cómo? Adormeciéndote, con ideas, modas, comida,
distracciones, ruido…
Jesús resucitado atravesaba paredes y muros, también el muro
de la desconfianza y el miedo. Nosotros hemos de convertirnos en otros Jesús
resucitados para salir al mundo. Si no nos entusiasmamos, si no hay alegría en
nosotros, no seremos cristianos pascuales. Nos quedaremos ahí, a gusto, en
nuestra oscuridad confortable, porque no queremos que nadie nos moleste… Pero
nos quedaremos en un sepulcro. Y hemos sido llamados a la Vida con mayúsculas.
Somos trescientos. Jesús, con sólo doce, dio un vuelco a la
historia de la humanidad. ¿No podremos hacer algo nosotros, hoy?
¡Estoy convencido de que, si nos ponemos manos a la obra,
podremos! Dios es grande. Ni el mal ni la muerte pudieron con él. Y Dios no nos
deja nunca. Como decía san Pablo, si él está con nosotros, ¿quién podrá ir
contra nosotros?
2 comentarios:
Me ha encantado, gracias.
Gracias padre por estas palabras de aliento. Las necesitaba. Gracias
Ana María
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